NO QUISIERA YO QUE TERMINARA NUNCA un año tan fructífero como ha sido para mí 2016. Además de haber entregado a las librerías dos novelas de viajes, “Viaje a la Alcarria, versión siglo XXI”, y “Viaje a Brihuega”, he batido todos mis propios registros de edición mediante otros doce títulos, a través de libros digitales:
Las novelas “Castilla y el primer Villalar de 1976”, que lleva un prólogo inédito de Miguel Delibes, que me hizo para otro libro y ha visto ahora la luz, “La novela de Tórtola de Henares. De la España del subdesarrollo al milagro económico español”, “San Francisco, papa. La acción del Espíritu” y “Conversación ante San Ginés”.
Las obras de teatro: “La comedia de la Vieja y Nueva Política ó el Antimaquiavelo” y “Cuatro Entremeses al modo de Cervantes”.
Y, finalmente, los poemarios: “25 villancicos nuevos y cinco canciones religiosas nuevas de Mañueco”, con prólogo de don Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara, “Poema de la Caballada de Atienza: la luna en harina baila”, “La leyenda de la noche de Ánimas de Guadalajara y otras leyendas de Mañueco”, “Canciones populares de España, Francia, Gran Bretaña, USA, México o Chile” y “Saetas a las Semanas Santas de España” que, aunque menciona Semanas Santas de todas las regiones de España, se centra básicamente en la de Guadalajara y también ha sido parcialmente editado en papel a través de una cofradía de La Corolina (Jaén),
Catorce libros en este año 2016… Algunos autores de campanillas no han escrito tantos títulos a lo largo de toda su carrera literaria. Yo, que no aspiro a tener carrera literaria, sí puede afirmarse que he cogido carrerilla letrada en este año, que no es precisamente el primero en el que escribo, sino -hasta la fecha- el último.
De ser cierta la frase de Cervantes, según la cual “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno en su interior”, catorce cosas –al menos- provechosas he publicado en este ejercicio, que no otra juicio crítico mejor y más alto que el de Cervantes hallo. Y con eso me doy por sobrado, agradecido y bastado.
Para quienes me han elogiado por ellos –y he recibido elogios muy encendidos y apasonados-, mis más efusivas gracias.
Para quienes me han negado el pan y la sal, que también los ha habido, me acogeré nuevamente al Genio del castellano: “Ladran, luego cabalgamos”. Y no haya más para los que ladran o gruñen como cánidos perrunos -más bien considero que por envidia-, porque ellos no podrán conseguir lo obtenido por mí este año, puesto que nada más merecen.
Pero catorce libros en un año, y algunos muy gruesos y algunos muy inéditos en sus estrofas hasta ahora no existentes en la métrica española, creo que a lo mejor debería servir para que alguien tomara nota de que algo inusual está ocurriendo por estos lares de la Alcarria…
¡Allá cada cual con su ojo clínico y crítico!
2017. Pero viene mucho más en el nuevo año.
En efecto, el año 16 boquea sus últimas fechas, con unos diez poemarios terminados más –todos ellos en estrofas inéditas dentro de la métrica española-, una novela nueva ya terminada en éste y otra en avanzado estado de gestación, que deberán alumbrarse a lo largo de 2017.
Amén de lo que los propios meses del nuevo ejercicio tengan a bien mandar, en recado recibido de las musas…
La novela ya acabada en este 2016, pero que deberá ver la luz en 2017 tiene un título que voy a reservarme todavía, porque se las trae… Pero sí puedo adelantar en exclusiva para los lectores de GUADALAJAJARADIARIO, un capítulo entero de esta novela, que se editará en 2017.
Ahí va, con mis mejores deseos de parabienes en el nuevo año para los lectores del diario:
CAPÍTULO ÍNTEGRO DE UNA NOVELA DEL AÑO PRÓXIMO, CON TÍTULO RESERVADO
Capítulo VII. Una comida de las que marcan tendencia en la cocina y bodega regional
CON ESTAS Y OTRAS PLÁTICAS SEMEJANTES estaban pasando bien a gusto el hidalgo manchego y el cura seguntino los tiempos y momentos de la comida, pues ya tanto el ama de llaves como la sobrina de don Alonso les habían puesto el rico condumio a la mesa.
Los cuales alimentos eran, sucintamente nombrados, como también concisas y someras habían sido las cantidades de las viandas que ambas mujeres les habían traído –casi para sólo probar con los labios y no entrar más allá-, los siguientes:
Su poco de duelos y quebrantos, que es como en ciertas partes de Castilla se llama a lo que en otras se denomina huevos con tocino.
Su algo de olla con más vaca que carnero, porque la economía del hidalgo, sin ser sofocada, tampoco era tan desahogada como para excederse en lo segundo.
Su pellizco de salpicón en plato aparte, por ir haciendo acompañamiento y variedad de sabores, que el salpicón, aun siendo como sabemos partes sobrantes de la carne de vaca, estando bien picado y aderezado con cebollas, vinagre, pimienta y sal… no hay paladar que no guste ni cielo de boca que no toque, alcance y vuele.
Su apenas nada de lentejas en potaje, acompañadas con ajo, cebolla y alguna hierba, al sólo objeto de probarlas para seguir adelante.
Su pellizco de palomino de añadidura como si fuera domingo, aunque aquel día no lo fuera, pero el huésped y la conversación bien que lo mereciese.
Su pizca de gachas, compuestas por harina tostada y cocida con agua, elaborada con almortas, panceta de cerdo, ajos, pimentón, aceite y sal.
Su chispa y casi nonada -salvo para mojar un poco- de ricos gazpachos manchegos, con su aquel de guiso caldoso, con su torta cenceña manchega troceada, acompañado por carne de piezas menores como el conejo, liebre, pollo y perdiz, coronado por setas de cardo o níscalos.
Su apículo de pipirrana o ensalada con cebolla, tomate, pimiento verde y pepino.
Su insignificancia de migas de pastor sobre las que relucían los albares o rojizos montes de las uvas.
Notábase también su cumbre de cochifrito con carne de carne de cordero o cabrito, aunque algunas otras fuentes de esta verdadera historia apuntan a que quizá fuese elaborado con carne de cerdo o cochinillo.
Su pico de ajo pringue, provisto de hígado y pan.
Su remate de pisto manchego proveniente de una fritada de diversas verduras, de entre las que estaban más de temporada en la huerta.
A la hora de la repostería tampoco se anduvieron con remilgos las dos mujeres, sino que ama y doncella sacaron para los dos comensales:
Su acaso de almendrados y mazapanes.
Su tal vez de amarguillos hechos también con almendras, más los huevos y los almendrucos correspondientes, que no pueden faltar en la gastronomía regional.
Su quizá de arroz con leche al que le habían espolvoreado algo de canela y de vainilla.
Su poco más o menos de bizcochos borrachos, que parecían recién traídos de la Alcarria, aunque tanto la masa de repostería puesta en remojo como el licor mareante habían sido emborrachados en el lugar de don Alonso Quijano y de Pedro Pérez, pues de tan lejos como quedaba la Alcarria no hubieran llegado los bizcochos sino dando muchos tumbos y sorbitos a los licores.
Había luego una muestra de la masa de harina frita en abundante aceite que llaman buñuelos.
Y también se apreciaban unos breves pestiños pasados por miel, a los que daban remate unos signos e indicios de flores fritas con cuantioso huevo, miguelitos de fino hojaldre y algún que otro alajú en forma de torta, con almendras, pan rallado, especias finas y miel bien cocida.
Pero lo más asombroso del conjunto de viandas dignas del más pantagruélico de los banquetes es que no lo era, sino sólo variado, porque las cantidades estaban tan en su punto, sazón y razón que habiendo evidencia y exposición de todo, no había demasía ni colmo de nada.
De modo que pareciese que el principal ingrediente del refrigerio y ágape hubiese sido la medida, la ponderación y el tacto para que nada se echase en falta y todo estuviese en su tono y punto.
Alabaron tanto Alonso Quijano como Pedro Pérez el buen gusto y la prodigalidad en el esmero de los que habían hecho gala el ama y la sobrina, en diversas ocasiones del yantar.
Y más lo hicieron cuando aquélla regó suficientemente los vasos de los dos comensales con el rico vino tinto de la tierra, que era el más apropiado para dar debida cuenta de lo que tenían delante de los ojos, encima de la mesa y dentro del paladar.
Todo esto hacían y daban en el gusto de llevarse a la boca, mientras se sucedían hidalgo y cura en el recitarse mutuamente composiciones propias literarias diversas, cuando aprovechó el docto Pedro Pérez para decir:
-Verdaderamente, uno de los atractivos turísticos de la región, que no se anda a la zaga de los artísticos y naturales, es el de la variada gastronomía que puede disfrutarse en ella.
-Así mesmo pienso yo, señor abate –repuso don Alonso, tornando a un castellano antiguo que no sabría decirse si era hijo de su entendimiento o hijo del caldo cárdeno que más adentro del gaznate ya tenía-.
-Y es cosa de agradecer a Dios Nuestro Señor que haya colmado de bienaventuranzas como ésta a nuestra tierra, en tan grado sumo como lo ha hecho –prosiguió el cura su bien trabado sermón-.
-Amén –asintió don Quijote, mientras se llevaba a los labios un poco más del buen vino de la tierra con que se acompañaban-.
-Nuestro Señor debe ser alabado por ello y otras cosas semejantes con las que tiene la generosidad de obsequiarnos, regalarnos y honrarnos –concluyó el cura de este modo la homilía que se traía en aquellos momentos entre garganta y el cielo de la boca-.
El cual cielo, como se sabe, siempre ha solido ser para el clero una parte del cielo más general y azulado que todos podemos ver cuando miramos hacia arriba, así como también una parte del cielo ideal con el que soñamos, estando éste al que nos referimos mucho mejor localizable que los restantes: concretamente, en el principio de los adentros del cuerpo.
-Amén –volvió a asentir don Alonso, el cual por disposición genética no había forma de que cogiera peso, pese a que, de cuando en vez, acostumbraba a regalar a los amigos de la forma que aquí se está viendo que les acompañaba-.
A lo que continuó Pedro Pérez, cambiando el tercio, la fracción y la parte de la conversación, al tiempo que se echaba sobre el plato otro cuarto de arroz con leche y otro cuartillo de vino al vaso.
Aunque, por decir toda la verdad, no pasó de un quinto de cuartillo lo que se puso de su parte, porque el recipiente que debía cobrarlo no era de tanta capacidad como para alojar cuartillos, salvo que fueran de nada.
En este último caso, sí, siendo de este citado material lo que aceptase el cuenco, el cáliz de aquel receptáculo daba para quintos, para duplos y para cuádruples de cuanto se le echase. Pero de vino no daba para más capacidad de la que se le había puesto, y, aun así, tanto el cáliz como el cura estaban profusos.
Y bien que se hubiese echado algo más de vinillo tinto el bueno del cura Pedro Pérez, que ya se sabe que a la hora de cobrar, tomar y admitir estas piezas, y más si se trata de una casa ajena, de las que no cuestan cuartos, es muy dado el clero hispano a obsequiarse con estas riquezas para el cuerpo que, asimismo, son saludables para la salud y bienestar del alma.
De modo que Pedro Pérez, ya bastante alegre, risueño y sonriente con lo de la pitanza y, más aun, con el elixir, zumo, líquido y néctar de la tierra que le tenía embriagado el ánimo y no poco satisfecha, asimismo, la totalidad del organismo por lo que se estaba echando al coleto, decidió cambiar, en efecto, el tercio en lo que se refiere a la plática, y duplicó la conversación parlando de esta manera: