-¿Y DÍGAME, SEÑOR ARTICULISTA se siente usted muy seguro en estos tiempos que corren?
-Pues me temo que no, amigo lector… Guerra en el este de Europa; alza de precios y escasez de productos; presión migratoria en el sur del Mediterráneo y sobre Ceuta y Melilla; pandemia que no acaba de controlarse; la energía desbocada de precios; subida incontenible o incontenida de combustibles; camiones en paro; flota pesquera amarrada; agricultura con subida de costes más desmelenada de lo que crecen las espigas; ganadería que no puede ordeñarse sino por deporte y amor al ejercicio porque sus productos no van a transportarse; alimentación animal esquelética, funeral y de honras fúnebres por falta de materias primas para fabricar sus piensos y carencia de formas con que trasladarla…
-Ya, ya… Aquí la única que se traslada es la clase política, físicamente; y moralmente también porque se trasladan insultos, ultrajes y dicterios sin moderación ni cuento.
-Es otra crisis de los tiempos, señor lector… Hay que prestar atención a la clase política, para intentar comprender por dónde vamos, sabiendo que nos mienten casi siempre, con lo bien que estábamos de espaldas a ellos, para no contaminarse con sus menteca(p)taciones.
-Y a eso añada las listas de espera en la lentísima sanidad, como me ha pasado a mí, en el llamado Estado del Bienestar.
-¿Qué le ha pasado a usted en el Estado de Bienestar, señor lector?
-Que yo sólo veo el bienestar del Estado y de los estadistas, pero la gente común y corriente estamos excluidos de bienestar. A nosotros nos toca pagar los impuestos directos e indirectos, a cambio de recibir las migajas de servicios que quieren darnos los que mandan, en su benevolencia de seres supremos.
-Pues ¿qué le ha pasado, señor lector, para que esté usted tan cariacontecido, atribulado, mohíno y hasta un poco rebelde?
-Pues que me dieron cita de cuatro años para una operación de cadera en la sanidad pública (¡normal, me dije!, un poco más que en otras especialidades, ¡paciencia!). Y ya estaba esperando pacientemente, aguantando los dolores terribles, a ver si me llamaban al quirófano antes de que me llegara la edad de morirme. Pero nada.
-¿Nada? ¿Qué quiere decir?
-Que ya no podía aguantar más los dolores, que casi me imposibilitaban moverme, y como en el sector público ni se han dignado darme alguna esperanza me he tenido que ir a operar a la sanidad privada.
-¿Y ha salido con bien de la operación, amigo lector?
-De la operación, sí, afortunadamente… Pero ahora me duelen infinitamente los más de 10.000 euros de euros que he tenido que pedir prestados al banco para costear la operación privada, donde los médicos que me han atendido son los mismos que en la pública, por cierto.
-¿Los mismos en la privada que en la pública?
-Bueno, exactamente los mismos no… Porque en la privada se han mostrado mucho más amables conmigo… No sé a qué se deberá el cambio.
-No somos nada, señor lector. Ni aunque nos digan que vivimos en el Estado del Bienestar.
-Cierto, cierto. Pero aclárame usted, señor articulista, ¿en cuanto a su sensación de seguridad o de inseguridad y a las guerras que parecían de nuestros antepasados pero que resulta que también son de nuestro siglo y continente, qué me dice?
-Que para disfrutar de la paz, hay que preparar la paz social interna y la guerra militar que te puede invadir desde fuera, cuando menos lo esperes.
-¿Preparar la paz social interna?
-Sí. Todas las revoluciones han ocurrido porque los impuestos ahogaban a la gente, cosa que suele ser frecuente en todos los injustos países de cualquier tiempo, y porque, además, de repente ha desbocado el precio del pan y de los alimentos. ¡Mucho cuidado cuando la gente no tiene nada que llevarse a la boca, que se vuelve revolucionaria de lo que sea!
-¿Y preparar la guerra?
-Sí, el prójimo es muy contumaz y salta sobre lo nuestro al menor descuido, por razones varias.
-Pues, a mí, Europa me parece un hervíboro rumiante de teorías bienintencionadas y buenistas, mientras que está rodeado de carnívoros practicantes de la invasión, armados hasta los dientes con los últimos instrumentales y pertrechos de armamento.
-¿Lo dice usted por Putin?
-Lo digo por todo lo que rodea al osito de peluche de Europa, no sólo por el oso ruso, que siempre ha sido un ogro, sin dejar de serlo en ningún momento de la Historia, zarista, comunista o putinesco.
-Pues puede que tenga razón, señor lector.
-¿Y sabe lo que también le digo?
-No, no. Esta usted lanzado. Dígame lo que quiera.
-Que Europa es un conjunto de países pequeños y de países que todavía que no saben que son pequeños. Así que imagínese el futuro que nos espera como no espabilemos.
-Pues no le digo que no. ¡Así que figúrese si cada uno de esos países estuviéramos sueltos y desgajados del club comunitario! ¡Qué poco íbamos a durar!
-Menos que un caramelo a las puertas de un tanque, de un misil o de una masa de seres humanos hambrientos.
-Es posible. Es posible.
-Bueno, y entonces, ¿hoy no me dice usted nada, señor articulista?, porque le estoy escribiendo yo solito el artículo.
-Y no es poco lo que ha dicho, amigo lector. Dejemos algo de tiempo para ver si logramos que se asimile alguna idea.