Los aficionados a la lectura y a los temas relacionados con la Etnología y el Folclore se habrán dado cuenta de que, en muchas ocasiones, a lo largo de los textos que llegan a sus manos, por diversos que éstos sean, casi siempre suelen contener algún dato o alguna noticia, más o menos antigua, afín a las materias arriba citadas. Tal es el caso que me ha ocurrido con la lectura de la novela de José Antonio Pinel, Arbancón. Historias, realidades e ilusiones de un pueblo [Madrid, 2009], en cuyas páginas 145-146 aparece el siguiente interesante diálogo:
“- Dígame, Don Eduardo, ¿por qué hay dientes clavados en las hendiduras de las puertas del pueblo?- dijo muy cortante. El maestro de pronto se vio pillado por el alumno.
Se tomó su tiempo y recordó aquella historia que su abuelo Eduardo le contó cuando era niño. Y le dijo:
– Escucha mozalbete: en Arbancón todo el mundo sabe que cuando a una persona se le cae un diente o se quita una muela la tiene que guardar en la puerta de su casa porque cuando llegue el día del Juicio Final, los muertos resucitarán y vendrán a sus antiguas puertas a rescatarlos y ponérselos y estar decentes ante la presencia de Dios que les juzgará.
– ¿Y cómo sabe usted eso?
– Porque lo dice la Biblia, en el Apocalipsis”.
Una vez leído el anterior pensé que me había encontrado con un dato antropológico de indudable importancia, ya que podía tratarse de una costumbre ancestral poco conocida, puesto que no sabía de su existencia en otros pueblos de Guadalajara, ni de otras provincias.
Y como el interés por el tema iba creciendo paulatinamente, lo primero que pensé que debía hacer era consultar las fuentes, ir directamente al Apocalipsis de San Juan.
Así hice y he aquí lo que encontré.
San Juan, Apocalipsis 20, 11-15. El Juicio Universal: “(11) Y vi un trono grande blanco y el sentado en él, de cuya presencia huyeron la tierra y el cielo, y no se halló lugar para ello. (12) Y vi a los muertos, los grandes y los pequeños que estaban delante del trono, y fueron abiertos unos libros; y otro libro fue abierto, que era el de la vida; y fueron juzgados los muertos según lo escrito en los libros, conforme a sus obras. (13) Y entregó el mar los muertos que había en él, y la muerte y el infierno entregaron los muertos que había en ellos, y cada uno fue juzgado conforme a sus obras. (14) Y la muerte y el infierno fueron arrojados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda, el lago de fuego. (15) Y el que no se halló escrito en el libro de la vida, fue arrojado al lago de fuego”.
Pero no aprecié que se dijera algo acerca de la mejor o peor presencia de los resucitados ante Dios, -aunque si ha de estarse ante Él habrá que hacerlo en perfectas condiciones-, solo que las “condiciones” a las que se refería don Eduardo, el maestro de Arbancón, eran las meramente físicas.
Por eso es creencia que el día del Juicio Final los muertos deben presentarse ante Dios con el cuerpo completo, sin que les falte un solo hueso, y por ello, tras la resurrección, deben saber donde dejaron los dientes que perdieron en vida para recogerlos y estar presentables.
¿Dato etnográfico o licencia del narrador?
Contestación: al parecer, lo primero.