Notas etnográficas en la obra de Epifanio Herranz (XI)

          En Alaminos hay un olmo de la plaza, donde se clavaban los pasquines y bandos, como dice una copla de desafío muy conocida. Nueva entrega de la serie escrita por López de los Mozos. Hoy va de árboles singulares en la provincia.

IV.- El herrero.

Es un grato recuerdo para los Azabal de Sotodosos. El taller lo más sencillo: un fogón de carbón con gran fuelle para avivar el fuego, de donde parte el hierro al rojo para, en el yunque, ser modelado a base de rítmicos golpes de macho y martillo que conforman la más bella música en el silencio invernal de las calles del pueblo, ya sin niños. Fuerza y sentido artístico unidos para crear herraduras, arados, cerrojos, azadas y tantas otras cosas más. Luego vendrían las rejas y balconadas de las casas, llamadores, tiradores, clavos y fallebas de puertas y ventanas y veletas sonoras en las noches de aire revoltoso.

Pero esta artesanía, casi más arte que otra cosa, también ha caído en el olvido. No se paga lo mismo por una reja de tubo de cuadradillo que por una de forja hecha como Dios manda… y los arados son pieza decorativa en bares y mesones que se dicen castellanos.

Quedan también en el recuerdo aquellos otros herreros “de a pie” (los de Setiles, Jirueque y Atienza) que tanta ayuda prestaron con su trabajo mal pagado al mundo rural.

             V.- Los ancianos.

“Hombres y mujeres de vida callada y sufrida: labrar la tierra, atender el hogar, guardar el ganado, producir en la fábrica, picar en la mina, construir edificios… y cuando mozos también supieron mover el esqueleto en los bailes domingueros.” (34).

En verdad, el verdadero patrimonio de los pueblos; el resto es obra suya y del tiempo.

29) Ni los árboles quedan en el olvido a través de “Árboles singulares”, un breve y bello artículo en el que nuestro autor recoge algunos de los más llamativos, especialmente olmos, quizá por su belleza o su antigüedad, de cuantos aún se recuerdan en la provincia de Guadalajara: su recorrido es geográfico y, en muchos casos poético:

–          Alaminos. El olmo de la plaza, donde se clavaban los pasquines y bandos, como dice una copla de desafío muy conocida en la zona:

«En el olmo de la plaza

hay un papelito al aire

con un letrero que dice:

la ronda no teme a nadie” (35).

 

–          Ablanque. También el olmo de la plaza, que resiste las epidemias de grafiosis.

 

–          Alhóndiga. Hace un recuerdo sentido al olmo centenario de junto a la ermita de la Virgen del Saz, que un día taló una mano furtiva y anónima.

 

–          Milmarcos. Donde los olmos gigantescos, añosos, dejaron huella de su pasada existencia en los muñones que aún los recuerdan.

–          Mirabueno. Allí la Virgen de su mismo nombre se apareció en una encina, cuyos restos hemos podido ver hasta hace pocos años y cuya antigüedad se tenía como anterior a la fundación del propio pueblo. Una tormenta la derribó en 1970 (36).

–          Torrecilla del Ducado. Pueblo que murió al abandonarlo sus once últimos pobladores, muriendo con él todo lo demás, entre ello los olmos que alegraban su vega (37).

 –          Huertapelayo. Donde terminó muriendo la “olma” de la iglesia, que tenía cuatro metros de circunferencia.

 –          Jadraque. También murió el olmo de la ermita del Santo Cristo.

–          Mochales. Todavía vivo, el olmo de la plaza fue testigo de la ejecución del alcalde Antonio Alba, a manos de los franceses invasores, durante la guerra de la Independencia.

 

–          Pareja. Más de doscientos años junto a la fuente de la plaza, salvándose de la grafiosis a base de vacunas.

–          Peñalver. Los olmos se secaron y el Ayuntamiento animó a sus vecinos a plantar otros nuevos. Son los que acompañan a las ermitas de San Roque y la Soledad.

–          Roblelacasa. Suena a leyenda. Parece que este es el pueblo donde una mujer tuvo la ocurrencia de plantar una rama de olivo de las que se reparten el Domingo de Ramos junto a la entrada de su casa… Luego arraigó. Es raro ver un olivo en zonas  tan frías como la sierra de Tamajón.

–          Sotodosos. Hace muchos años se plantaron algunos chopos por los escolares del lugar, con motivo del “Día del árbol”. De aquellos chopos algunos han llegado hasta nuestros días; uno de ellos es el chopo “de Ciro”.

–          Viana de Jadraque. Se cuenta que la única encina urbana del pueblo, allí aclimatada, procede de una bellota de los montes de El Pardo (38).

 

(34) Ibidem., pp. 212-213. (22-II-89).

(35) Lo recoge SEVILLA MUÑOZ, Julia, “La provincia de Guadalajara en sus refranes y coplas”, Anales Seguntinos, n.º 1 (Sigüenza, 1984), pp. 151-165.

(36) Hay quien asegura que el pobre árbol murió víctima de la fe de los romeros de los 43 pueblos que cada año acudían a adorar a la Virgen, ya que cada cual no quería irse del pueblo sin una astilla-reliquia del mismo.

(37) Dice Don Epifanio que la marcha de los últimos habitantes de Torrecilla del Ducado tuvo lugar en diciembre de 1987, siendo su término agregado al de Sienes.

(38) HERRAZ PALAZUELOS, Epifanio, op. cit., pp. 213-215. (1-III-89).

 

 

 

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