Aparición mariana en el molino de Pastrana

 

El relato es el siguiente:

“A un quarto de legua de distancia del pueblo [Pastrana] hay un molino de papel propio del Duque, en el que sucedió el año de 1700, que trabajando un oficial, llamado Alfonso López, picando el trapo, al levantar el brazo sobre un pedazo, se le quedó sin movimiento, suspendiendo la acción al quererla repetir, por lo que llamó al Maestro del molino y á otras gentes, y reconocieron en el lienzo pintado la imagen de María Santísima, de una vara de alto y tres quartas de ancho. Llevarónla al Convento del Carmen Descalzo, donde el Prior hechó varias suertes para titular la santa imagen, y salió el nombre de Nuestra Señora de los Remedios del Molino. Dicen que después de retocada por un pintor se le cayeron al instante los colores nuevos. Baxaronla al molino, y allí fabricó el Maestro Esteban Alcon una capilla donde fue venerada hasta el año 1749, en que Juan Velasco, natural de esta villa, construyó una magnífica ermita, fundando un patronato y capellanía para celebrar cierto número de misas. Es la festividad el 29 de septiembre día de San Miguel,  con concurrencia de mucha gente de toda la comarca, y hallase la ermita a treinta pasos del molino (…)” (1).

El hecho de que la pintura “no se deje restaurar” aparece también en otros lugares comunes; por ejemplo, en el ya desaparecido convento de las Carmelitas “de Arriba” o “de las Vírgenes”, de Guadalajara, donde se trata de otro cuadro que poseía dicho colegio religioso, regalo de su primer capellán, don Gil Coronel.

Hacia 1620, doña Micaela de Liaño y Vera en el mundo (y en el claustro sor Micaela de la Santísima Trinidad) pensó en restaurarlo -en realidad se trataba de una “Virgen de la Leche”-, a la sazón arrinconado. A dicha tarea:

“(…) se comprometió cierto pintor de la ciudad, pero al disponerse a ello vieron con asombro el artista, la rectora y demás personas allí presentes que la pintura aparecía fresca, el colorido magnífico y algunos desperfectos, antes muy visibles, habían desaparecido por completo (…)” (2).

Conservamos un grabado, signado como 5-G, en nuestro “Catálogo de piezas menores religiosas (II)”:

“Na. Sa. DE LA FUENTE DE / LA SALUD DE LAS DESCAL(ZA)S. / ANTIGUAS DE GUADALAJARA”.

Texto que fue tomado de una pintura sobre tabla, posiblemente del siglo XVI.

Pero acerca de este mundo tan interesante de la mariología o hagiografía mariológica hay que decir muchas cosas más, que no queremos que se queden en el tintero del olvido. Así, por ejemplo, la relación existente entre el nombre del lugar del encuentro  hallazgo o aparición de una imagen y la advocación posterior.

INTRODUCCIÓN.

A lo largo de la Historia las ideas, evidentemente, han ido cambiando. Pero no sólo las ideas; también los hechos y las personas e, igualmente, los “seres superiores, de los que surgieron”. Se fueron y “se van” produciendo paulatinas adaptaciones, -entre comillas-, en sucesos tales como las propias apariciones a las que nos venimos refiriendo o cambios copernicanos en aspectos parciales emparentados con tales motivos religiosos.

Muchas veces, sin apenas sorprendernos, nos encontramos con advocaciones particulares de vírgenes que han aparecido en lugares que vienen repitiéndose desde el comienzo de los tiempos, desde la Prehistoria.

Por ejemplo, los que se refieren a la geografía y a sus accidentes: fuentes, montes, cuevas, campos, llanos, vegas, ríos, rayos, truenos, etcétera, y los que se aluden a la flora de un determinado territorio, tales como los relacionados con la vegetación: prados, henares, sauces, madroños, pinos, higueras, perales, manzanos, etcétera.

Debemos darnos cuenta que muchos de estos “accidentes”, bien sean geográficos, bien de la fauna -Virgen del Pajarito- o de la flora están emparentados con antiguos cultos a númenes que, en épocas pretéritas fueron adorados porque se creía en ellos y en su capacidad protectora. Existe, por tanto, un momento en la historia de las religiones en el que todos aquellos “adoratorios” tenían sus dioses particulares, generalmente locales, nacidos de un sentido fisiolátrico, -geolatrico o dendrolátrico- (relacionado con la tierra y con los árboles), en el que no aparecen representaciones de los mismos, pero cuyo culto consistía o debía consistir en adoraciones a los elementos cósmicos, comenzando por el sol como fuente de vida, a los ríos, la luna y las estrellas, especialmente en los grupos celtibéricos, que heredaron sus creencias de tribus pre-indogermánicas emparentadas a veces con ritos matriarcales, de donde parten posiblemente las representaciones de la Virgen María en su Anunciación por el ángel o como mujer embarazada, como madre del futuro Dios hecho Hombre.

Los ríos eran adorados como divinidades, puesto que sabemos que existía un culto al Ebro -según una inscripción de Tarragona-, al Betis y al Duero. El dios Airón, en Uclés, habitaba en un pozo. Endovélicus era el dios de la salud (al igual que actualmente sucede con la Virgen de Barbatona), identificado con Proserpina, también salutífera y ctónica (o telúrica). Los dioses de las montañas se asimilaban con Marte o Júpiter. Asimismo se adoraba a las montañas y a las diosas-madre como númenes de la fecundidad y de la fertilidad de los campos y las cosechas (recuérdense las bellas y esteatopígicas imágenes escultóricas de las “venus” de Willendorf  y de Brassempuy).

Había además otras divinidades cuyos vestigios han llegado casi hasta nuestros días: son las de los términos y los caminos, de donde nace la existencia de los “pairones” o “peirones”, dedicados en su origen al dios del comercio: Mercurio; los de las fuentes (de donde parten las leyendas de las “lamias”), las rocas (recuérdese la existencia de tantos montes denominados “La mujer muerta”), los bosques (tan emparentados con las leyendas artúricas: bosques que andan…), los astros y los animales, especialmente las serpientes (4), de las que ha hemos hablado en capítulos anteriores, a los que también se les hacían sacrificios consistentes en palomas, ovejas, caballos, bueyes, productos del campo… y a ellos se acudía, generalmente a los santuarios enclavados en cuevas (la Virgen de la Balma) o junto a fuentes y ríos, para curar enfermedades y depositar, a cambio –do ut des– exvotos a través de los que queda de manifiesto todo un extenso campo de  enfermedades poco estudiado todavía. Exvotos que son antepasados de las formas actuales, que hasta hace relativamente poco, podían verse colgados en las paredes de cualquier ermita rural.

NOTAS

(1)    Geografía / histórica / de España. / Provincia de Madrid. / Tomo Segundo. / Por don Tomás López, / Geógrafo de los Dominios de S. M. de varias / Academias y Sociedades. / [Anagrama] / Madrid MDCCXXXIII. / Por la Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía / Con las licencias necesarias, 432 pp. 4º. Menor. (Véase pág. 399. Voz Pastrana). Véase también LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, “Don Mariano Pérez y Cuenca y su novena a la Virgen del Remedio del Molino, en Pastrana (Guadalajara)”, Revista de Folklore, nº. 53 (Valladolid, 1985), pp. 165-169.

(2)    LAYNA SERRANO, Francisco, Los conventos antiguos de Guadalajara, Madrid, C.S.I.C., 1943, pág. 418.

(3)    LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, “Catálogo de piezas menores religiosas (II)”, Wad-Al-Hayara, nº. 7 (Guadalajara, 1980), p. 187 y figura número 4.

(4)    CAMÓN AZNAR, José, Las artes y los pueblos de la España primitiva, Madrid, Espasa-Calpe, S. A., 1954, pp. 777 y ss. Sobre los dioses prerromanos véase BLÁZQUEZ, José María, Diccionario de las religiones prerromanas de Hispania, Madrid, 1975, donde incluye todo lo publicado por él con anterioridad. Véase también el tomo II de La Romanización, Madrid, 1975.

 

 

 

 

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