XXXIV: Horche en ascuas

 

XXII.- 157… Y vamos terminando tal y como anuncié hace más de cincuenta días. La verdad es que el tiempo pasa volando y uno no se da cuenta de ello, hasta que el jefe le llama suavemente la atención.

Hoy volvemos al tema de los artículos de don Epifanio, esos bellos e interesantes artículos que fue publicando semana tras semana en el periódico entonces llamado Flores y Abejas, que tan buen recuerdo dejó entre las gentes de Guadalajara por su seriedad y contenido. Artículos que don Epifanio recogió en una gavilla amplia y amorosa que quiso denominar Guadalajara por dentro, puesto que de eso se trataba, de ver con los ojos sencillos de la curiosidad los entresijos de lo cotidiano, a través del comentario breve, fácilmente comprensible por todos los lectores, a veces irónico (o con cierta retranca) y siempre con un suave gracejo y gran humanidad… Fiestas populares, aspectos religiosos, hechos acaecidos que todavía vibraban en los comentarios atrevidos de la gente de la calle, obras públicas que no aprobaba en sentir general, comentarios generalizados, libros recién salidos… Ese mundillo interno que da vida a una ciudad “de provincias” como era (y sigue siendo) esta Guadalajara del día tras día, tan querida y, al mismo tiempo, tan vilipendiada (unas veces con razón y otras no).

Don Epifanio, ya llegado el mes de diciembre, se adelanta en su comentario a la celebración de una de las fiestas mágicas del calendario festivo: La Inmaculada Concepción de María (la Purísima, la Blanca, la sin pecado, la Tota Pulchra), y lo hace homenajeando a un poeta ya desaparecido, que al decir de Cela vino a ser “La voz honda y católica de la Alcarria”: Jesús García Perdices, trasladando unos versos de su poemario Río de Piedras (97) que hacen al caso y dicen así:

“Eres Tú la Inmaculada Madre de nuestra nación, la sublime inspiración de nuestra España adorada.

Eres limpia azucena reina de la castidad y esa espiritualidad que todos tus actos llena”.

Que sirve de pórtico de entrada a la celebración que de dicha fiesta se hace, se sigue haciendo, cada día con mayor interés, en la cercana villa de Horche (u Orche), -al decir de algunos, pues que la hache al comienzo del nombre no fue más que un error, una “falta de ortografía”, de un secretario de ayuntamiento, que llegó de otra provincia y así quedó el nombre (lo que aviso para posteriores estudios toponímicos)-.

Una fiesta con ribetes de fuego en sus vísperas, puesto que la Hermandad de Esclavitud de la Purísima, nacida en el siglo XVI y hoy compuesta por doce hermanos, enciende otras tantas hogueras a la puerta de sus casas, una por cada hermano, que vienen a simbolizar las doce estrellas de las que habla San Juan en su Apocalipsis.

Hasta aquí el artículo gozoso de don Epifanio, la nota de prensa que recuerda al lector la fiesta, su fecha y el honor a quien se hace, para que el lector, si quiere y puede, asista a ver con sus propios ojos esas luminarias que los más atrevidos osarán saltar, o simplemente acudirán a calentarse -que la noche es fría- y ya de paso tomar una copilla de vino dulce con unas pastas que le ofrecerán los horchanos con su tradicional afabilidad (98).

Pero hay algo más. Sí. Quisiera dar a conocer también a ese otro lector que profundiza en las cosas y quiere tener algún dato más concreto acerca del origen de esta fiesta y, especialmente sobre las fogatas que iluminan tan estrellada noche y alumbran las angostas callejas produciendo sombras fantasmales en sus paredones encalados.

Sigo al Padre fray Juan de Talamanco, autor de una interesante Historia de Orche:

“… los esclavos son solamente doce, escogidos como estrellas de la gente distinguida del pueblo, porque han de coronar con sus luces a la escogida, y rodeada de Sol, por eso es de su obligación mantener cada uno su antorcha o hacha, y poner luminarias la noche de víspera de la fiesta de la todo hermosa” (99).

De donde puede deducirse que la costumbre de encender las mencionadas luminarias viene del año 1670, y que tal costumbre se ha mantenido desde su creación hasta los tiempos actuales -casi trescientos cincuenta años- sin apenas variaciones.

Las hogueras que se hacen a la puerta de la casa de cada hermano son de tamaño “mediano”, mientras que la que se prende ante la del “esclavo mayor”, es más grande y todas juntas representan la pureza de la Virgen. Curiosamente, son muchos los jóvenes atrevidos que las van saltando del mismo modo que se van siguiendo las estaciones o monumentos de Semana Santa, con lo que quienes las saltan también terminan purificándose por impregnación (100).

        José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

NOTAS

(97) GARCÍA PERDICES, Jesús, Río de Piedras, Guadalajara, 1950.

(98) HERRANZ PALAZUELOS, Epifanio, Guadalajara por dentro, op. cit., p. 328 (Flores y Abejas del 4-XII-1991).

(99) TALAMANCO, P. Juan de, HISTORIA / DE LA ILUSTRE, Y LEAL / VILLA DE ORCHE, / SEÑORA DE SI MISMA, / CON TODAS LAS PRERROGATIVAS / DE SEÑORIO, Y VASSALLAGE. / ESCRIVIALA / EL PRESENTADO FRAY JUAN TALAMANCO, / Penitenciario Apostolico, seis veces Redentor en Africa por la Provincia / de Castilla, y Chronista General de ella, y de las de America, / del Real, y Militar Orden de N. S. de la Merced. / [Escudo de la Orden de la Merced] / DEDICADA / A LOS SEÑORES CAPITULARES DE LA MISMA VILLA / [línea horizontal] / en la Imprenta del Convento de nuestra Señora de la Merced / Año de 1748., 2.ª ed. Guadalajara, Alberto García Ruiz. Asociación P. Talamanco, 1986, pp. 210-211.

(100) LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, Fiestas Tradicionales de Guadalajara, 3.ª ed., Guadalajara, Diputación de Guadalajara, 2006, p. 159. Idem., Guadalajara, Fiesta y Tradición, Guadalajara, Ed. Nueva Alcarria, 2005, p. 360.

XXXIII: Toque de ánimas.

 

XXI.- Vamos finalizando el libro de don Epifanio. Las páginas de Guadalajara por dentro van pasando inexorablemente como las hojas de un calendario de pared, y cree quien esto escribe, que con el fin del año, también darán a su fin los comentarios más o menos amenos de este ramillete de artículos amables, que don Epifanio Herranz Palazuelos escribió para deleite y para dar a conocer las cosas más sencillas y los hechos que vienen acaeciendo a lo largo de los días, que no son más que años consumidos: Tiempo fugaz que se fue.

Don Epifanio no suele dejar en el olvido casi nada de lo que suele acontecer en la vida cotidiana; él lo vivió en sus años mozos y juega con la palabra sencilla, con la palabra que pronuncia a su estilo su paisano, mi paisano, el hombre del pueblo, aquel que no fue -porque no pudo ir- al colegio y al que su padre puso a los pocos años, siendo casi un niño, a recoger berzas en su época, olivas en la suya -con las manos heladas-, o a cuidar un hatajo de ovejas, contribuyendo así a la mejor economía de la casa.

Fueron -eran- otros tiempos si los miramos desde la óptica actual, alejados, muy alejados, aparentemente.

Entonces, los mozos, se encargaban de dar lustre, “por todo lo alto”, a la fiesta de las ánimas. Y digo “por todo lo alto”, porque lo solían celebrar desde lo más alto de la torre del campanario, como venía sucediendo con casi todas las demás fiestas moceriles más o menos jolgoriosas. En aquellos años, a eso del anochecer, se daba una señal sonora con una de las campanas, y así, poco más o menos daba comienzo lo que se llamaba el “toque de ánimas”, mientras en una esquina de la torre, defendida de los aires gélidos propios de la fecha, ardía una pira gigantesca en la que asaban castañas o se hacían gachas que después servían para taponar las cerraduras de las puertas con el fin de que no pudieran entrar las almas de los antepasados difuntos. También se tapaban las gateras y cualquier agujero que pudiera quedar abierto durante la noche.

Fue el papa Clemente XII el que concedió indulgencia plenaria a los fieles que ese día rezasen un Padrenuestro y un Ave María, cosa que tuvo lugar el 11 de agosto de 1736.

Pero el tiempo todo lo borra y el artículo que don Epifanio escribió en Flores y Abejas (96) hoy forma parte, afortunada parte, de esa etnografía “pasada” que conviene al estudioso recordar a través de la lectura de periódicos, revistas y libros como este que vengo comentado desde hace tiempo, porque en ellos, en la prensa y en los escritos de los “cronistas del día a día”, se encuentran los hechos del pasado que ahora nos pueden interesar a la hora de comparar modos de ser y de pensar.

Por eso yo admiro profundamente la obra de don Epifanio que, sin pretender alcanzar las más altas las cumbres, al estilo pindárico, deja huella, recoge todo aquello que le llamó la atención, entre lo que nunca falta la nota sensible, amorosa y amena centrada en la descripción de una fiesta ampliamente sabida o de esa otra apenas conocida que él, don Epifanio, vivió en sus carnes cuando comenzó su andadura sacerdotal por los pueblos de la tremenda Alcarria, de esto hace ya muchos años.

Y, precisamente, este artículo que hoy comento, este “Toque de ánimas”, es un pequeño homenaje que el propio don Epifanio rinde a la memoria de aquellos sacristanes-campaneros, “que durante generaciones (más por vocación que por los celemines de iguala) han venido llamando al vecindario a rezar por nuestros difuntos”, para, paso seguido, poner como ejemplo al bueno de Resti, aquel sacristán de Cendejas de Enmedio, “que todas las noches de Dios hacía sonar las campanas por el último que se fue”.

Y siempre que sea posible, una frase sentenciosa que el cristiano pueda leer con facilidad y la rumie y la piense y le dé vueltas en su magín:

“Tengo el presentimiento que he de regresar, más no sé a donde; vivo en el ansia de un retorno absoluto a alguna parte”. (Bernardino M. Hernando).

Después de todo lo escrito, mi buen cura da la solución definitiva: ¿Qué hay detrás de este toque de ánimas? Sencillamente, que todos los negocios son de un día, que todo es efímero, que nuestra vida es como un río “que va a dar en la mar que es el morir”.

Cuenta la leyenda que estando san Benito en el desierto, dado a al ayuno y la oración, se le aparecía diariamente un mirlo blanco que le recordaba su fin; a lo que el santo le respondía: “no me lo digas más, que por eso estoy aquí venciendo las tentaciones”.

Pues eso, las campanadas, anónimo lector, en el luto de la noche, equivalen al canto del mirlo (para quien lo quiera oír y comprender).

Y, como siempre, después de un ratillo de pensamiento serio y profundo, viene el premio, que don Epifanio finaliza de esta forma tan dulce:

“Te gustan los “huesos de santo?”.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

XXXII: “Las Sanjuaneras” de Sigüenza.

 

XX.- “Estoy viendo y leyendo el libro “Sigüenza, Historia-Arte-Folklore” del Dr. Martínez Gómez-Gordo” (94).

Así comienza esta bellísima colaboración de don Epifanio acerca de uno de los libros más interesantes que, acerca de la etnología y el folklore seguntinos, escrito algunos años antes por don Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo,  que fue, entre otras muchas cosas, Cronista Oficial de la ciudad y celebrado amigo (95).

En este libro, como con tanto conocimiento apunta don Epifanio, el Cronista va descubriendo muchos aspectos, algunos sobradamente conocidos, otros no tanto, sobre la ciudad del Doncel: la catedral, iglesias, conventos, palacios, las calles silenciosas, rincones… la luna.

Don Epifanio, en esta ocasión, selecciona unas cuantas páginas destinadas al tiempo festivo y, más concretamente, sobre las tradicionales “Sanjuaneras”, fiestas que han perdurado vivas, -aún lo están-, al contrario que otras que ceñidas a la vida tradicional, han desaparecido con el paso del tiempo y por la dejadez humana (puesto que es el ser humano su principal protagonista).

En Sigüenza, ya digo, la fiesta de San Juan aún la siguen celebrando los barrios de arriba y de abajo, que también la animan con teatros callejeros, verbenas, concursos y rondallas. Todo un mundo de alegría y colores luminosos.

Dice don Epifanio que durante las vísperas se van preparando los “arcos de San Juan”, adornados de forma natural con multitud de ramas de árboles y flores, en los que se coloca la imagen del santo, generalmente una lámina o estampa coloreada y enmarcada, ante los que los niños bailan las “sanjuaneras” para, acto seguido, pasar la bandeja en solicitud de alguna que otra monedilla.

En ocasiones invitan al visitante a una copeja de anís o de coñá con alguna que otra galleta o pasta de dulce.

Y, como manifestación, la más democrática en este tipo de asuntos, corresponde a un jurado popular conceder los premios a los arcos más llamativos y singulares.

Llegada que es la esperada noche de San Juan, noche mágica por excelencia, noche solsticial, se ronda a las mozas, y después, aquellas que -según la opinión moceril- han sido más ríspidas y antipáticas a lo largo del año, recibirán en su balcón cardos borriqueros como regalo, mientras que las más simpáticas y agradables, serán obsequiadas con flores y poesías amatorias, pues que la noche sanjuanera es (o era) otra noche más del año en la que la juventud de ambos sexos se iba buscando, se “emparejaba”.

Pero continuemos, que la ronda sigue su camino mientras  las voces viriles cantan con total delicadeza una estrofa que dice así:

 

“Me quité las zapatillas

al entrar en tu jardín

me quité las zapatillas,

`pa´ no pisar las flores

me fui por las orillas”.

 

Añade más don Epifanio, que la hoy desaparecida ermita de San Juan, próxima al castillo, era custodiada por una cofradía muy antigua, y que, años atrás, finalizada la procesión, se bailaba en la “pradera del Ojo”, acabando todo con una chocolatada y prendiendo fuego a las hogueras que previamente había preparado la chiquillería.

 

Otra muestra de delicadeza y finura:

 

“La mandaría empedrar

si la calle fuera mía,

la mandaría empedrar

con onzas de chocolate

y en cada esquina un rosal

si esta calle fuese mía”.

 

¡Qué buen final, don Epi! ¡Y qué belleza la de las seguidillas que a veces surgían espontáneas de los alegres mozos rondadores!

 

NOTAS

(94) MARTÍNEZ GÓMEZ-GORDO, Juan Antonio, Sigüenza (Glosario de la Historia, Arte y Folklore seguntinos), Sigüenza, 1978, 321 pp.

(95) Op. cit., p. 313, publicado en Flores y Abejas el día 19-VI-1991.

XXXI: La octava del Corpus en Valverde.

 XIX.- En esta ocasión, a través de este su artículo, se fija don Epifanio Herranz, con esa agudeza que tanto caracteriza, en Valverde de los Arroyos, uno de esos “pueblos negros” enclavados en la Sierra del Ocejón, y en la fiesta de la octava del Corpus Christi, que tanta fama tiene.

El pueblo, Valverde, sigue manteniendo su estructura urbana, su arquitectura “negra” a base de pizarra (aunque con algunos cambios producto de la natural evolución) y en conjunto sigue siendo un cogollo hecho por el hombre agazapado entre las grietas viejas de la tierra madre.

Los arroyos siguen manteniendo el agua pura y fresca y, cuando el tiempo lo permite, las “Chorreras de Despeñalagua” refrescan el ambiente e incluso sirven de ducha espontánea y natural al caminante que recorre las trochas del término.

Los viejos caminos fueron trazados por los nobles cazadores y las gentes que iban a levantarles los jabalíes, aunque fuera mejor tierra de ciervos y de osos; de ahí quizás el nombre del Pico que maternalmente ampara a Valverde en una de sus vertientes: el Ocejón, que fácilmente ha de venir de Osejón, el lugar de los osos.

Valverde1-400x267Las casas de Valverde, dice don Epifanio, son de piedra y pizarra, con entramados de madera. Sí, así es, y además, los tejados de gran superficie dejan escurrir las nieves invernales y las ventanas, los “vanos” que dirían los arquitectos, son diminutos al norte y algo mayores al sol. Las chimeneas grandes, casi inmensas, y es que la vida se hacía en la cocina por aquello del calor, que se aumentaba en los pisos superiores con el propio de los animales de las cuadras, que se situaban en la parte inferior. Los muros gruesos no permitían salir el calor ni entrar el frío que, en aquella zona y en invierno, solía ser insoportable.

Dice don Epifanio que aquello “constituye un remanso de paz en contrapunto al ajetreo de la ciudad”.

Dijo don Epifanio aquellas palabras hace casi veinticinco años y desde entonces ha llovido mucho y son muchos los adelantos que la provincia de Guadalajara ha venido recibiendo: las comunicaciones se fueron mejorando; la electricidad llegó a todas las casas, al igual que sucedió con el agua corriente (las mujeres ya no tenían que ir a la fuente y cargar con los cántaros ni bajar al arroyo para lavar la ropa ¡menudo adelanto!); el ritmo alimenticio cambió al igual que la forma de vestir… ¡Tantos cambios en tan poco tiempo que apenas si podían asumirse con total normalidad!

Cambios y cambios en todo, porque los cambios en lo social afectan a lo personal, pero algo se mantuvo en su natural esencia (o, al menos, no varió demasiado): la fiesta de la octava del Corpus, un rito religioso que perdura desde hace siglos. Por lo menos desde 1606, cuando Paulo V papa concedió a los cofrades del Santísimo poder “permanecer cubiertos y danzar ante el Misterio con paso reverente”.

Una fiesta que don Epifanio no describe pormenorizadamente, pero que deja entrever donde un grupo de danzantes, atractivamente ataviados para la ocasión, ofrece sus bailes al Santísimo, arriba, en las Eras, donde el sacerdote bendice al pueblo, para después finalizar la Eucaristía en la iglesia del pueblo.

 “Fiesta de puro gozo y exaltación del Sacramento que templa el ánimo, nutre al hombre peregrino y es fuente saludable de gracia”.

Religiosidad y arte en constante perpetuación.

Y dice más don Epifanio que el día se completa con un “auto sacramental” en el portalejo de la iglesia, interpretado por los propios valverdeños, algo que venía a ser tradicional en los años dorados para algunos (y paupérrimos para tantísimas) del Barroco español, con el fin de que las gentes, generalmente incultas, pudieran entender los símbolos y alegorías teológicas en los que, siempre, el Bien vence al Mal.

Me gustaría finalizar estas breves notas con una cita, algo más extensa, de don Epifanio, que dice así:

 “Valverde tiene todo lo que necesita para que la fiesta de la Octava sea auténtica: religiosidad, arte, tipismo del caserío y belleza natural. Todo ello enriquecido por la categoría de sus habitantes…”.

Y añade don Epifanio:

 “Yo, cuando el camino era difícil, más de una vez estuve de atento mirón, y siempre recuerdo la buena impresión”.

Y yo también me sumo a sus palabras y sentimientos, pues que la primera vez que acudí a Valverde, fue en el año 1969, cuando el camino era infernal, no había luz y en Casa Paco nos podíamos tomar una cerveza, ¡gracias a Dios! a que el dueño del garito la refrescaba en un bidón de gas-oil, entre hielo y paja, con un saco mojado por encima y si querías comer, o te llevabas un bocadillo de casa o a tirar de lata (con suerte).

La verdad es que a mí me gustaba mucho aquel viaje que hacíamos todos o casi todos los años mi amigo Tomás Fernández -que conducía el buga- y un servidor, acompañados, en ocasiones, por la familia.

Pero desde entonces han caído muchas hojas del taco.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

Notas

(93) Op. cit., pp. 310-311. 143 (Flores y Abejas, 5-VI-1991).

XXX: Día de letanías.

 XVIII.- Poco queda ya para que estos escritillos míos toquen a su fin, aunque los de don Epifanio sigan tan vibrantes como siempre. Ya vamos por la página 307 de su libro, del libro que llevamos comentando con todo el cariño que merecen esos folios cargados de sencillez, belleza y cultura popular sin excesos llamativos que se llama Guadalajara por dentro.
Don Epifanio -al que hace unos días tuve el placer de saludar, antes de dar comienzo a la conferencia que me invitaron a pronunciar en la iglesia de Santiago de Sigüenza, con motivo de la celebración de la celebración de las XL Jornadas de Estudios Seguntinos, como homenaje al que fuera Cronista Oficial y gran amigo Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo- sigue como siempre -al menos yo lo veo como siempre, aunque él dice que los años no pasan en balde- y sigue empecinado en no querer hablar de sus libros, de sus trabajos, de esas delicadas obras que sin duda ha dejado para los lectores del mañana.

“¡Vanidades aparte, José Ramón! Los libros sólo son libros”.

Pero ya digo, este mi pequeño homenaje a don Epifanio, va tocando a su fin. Y hoy, sin más, tocaré un tema que, como todos los religiosos, sé que le apasiona. Me refiero a “Día de letanías”.

Viene todo a cuento de celebrarse durante el mes de mayo la mayor parte de las funciones relacionadas con la Virgen, una de las cuales es la que realizan en conjunto cinco pueblos del Señorío de Molina, durante la semana de la Ascensión. Se trata de Canales de Molina, Herrería, Rillo de Gallo, Terraza y Ventosa, que en amor y compaña acuden al santuario de la Virgen de la Hoz, en Corduente, donde según la tradición antañona y secular, un pastor preparó un altar para la imagen que allí, entre la arboleda y las zarzas, se le apareciera en uno de aquellos ya lejanos años de comienzos del primer milenio.

Ese día recibe el nombre de “Día de las Letanías”.

Dice don Epifanio que antes de llegar al lugar sagrado, los peregrinos deben esperar a que lleguen las gentes de todos los pueblos participantes; después, ya sí, se inicia una procesión que van abriendo las cruces parroquiales de los pueblos concurrentes, tras las que van los propios pueblos -siguiendo un orden previamente establecido-: primero las autoridades, luego los vecinos que son los encargados de entonar las “Letanías” hasta la llegada al santuario, donde se celebra la misa como acto principal del día.

Lo más curioso es que cada año le corresponde a un pueblo ostentar la presidencia y encargarse de invitar a los romeros. A la hora de la comida, los Ayuntamientos contribuyen gratuitamente al gasto del vino y del postre que se entrega a todos los  reunidos en la hospedería, “a modo de cortesía ritual”, ya que hace años, cada pueblo disponía de una habitación para reunirse.

(En otros pueblos, en lugar de reunirse en una habitación, los peregrinos de cada localidad se reúnen en un lugar convenido de antemano, denominado “rancho”, donde disponen del vino gratuito y de leña suficiente con la que hacerse la comida, como sucede en la “Procesión de las Cruces”, de Mirabueno).

Ahora, una vez restaurada la hospedería todos se reúnen en un salón, cosa que no termina de satisfacer a la mayoría. Ya se sabe que en estas cosas, como en tantas otras, hay gustos para todos. El caso es que los de cada pueblo quieren reunirse con sus convecinos para hablar de sus asuntos sin que se enteren los de los pueblos circunvecinos.

Pero… yo creo que es mejor que todos disfruten juntos de un día tan especial como este de las “Letanías”, que debe ser de todos.

Dice don Epifanio que el día da para mucho y que en él se suceden los actos “serios” con el humor y que, entre bocado y rezo, aún queda tiempo para el juego, la convivencia y los saludos amistosos.

Después, acabada la jornada, se reza el Rosario y se da la despedida a la Virgen, regresando a modo de procesión hasta el lugar en el que, por la mañana, comenzó la rogativa anual.

Son tradiciones, recuerda don Epifanio, que “sirven para despejar somnolencias humanas y abrir el espíritu a los divino”, y además “dejan, como el vino añejo, un buen sabor de boca”.

Aunque, por esas cosas de la vida, cada día son menos las manifestaciones de este tipo que se vienen realizando en nuestra geografía provincial.

 

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

 

 

Notas

 

(92) Op. cit., pp. 307-308 (140), publicado antes en Flores y Abejas del 15-V-1991.

XXIX: El pudor ante la imagen de la Virgen «desnuda»

XVII.- Don Epifanio  Herranz escribe un artículo muy curioso sobre Cantalojas, ese pueblecito que se encuentra en la Serranía del Ocejón, cerca de Grado de Pico, ya en la provincia de Segovia y de la Sierra de Pela (Sierra “Pelá” que quiere decir sin árboles o Sierra “Pelada”), cercana a la de Soria.

Un pueblo, Cantalojas, donde se celebra anualmente un importante mercado de ganados coincidiendo con el día de la Virgen del Pilar, en el mes de octubre.

Es cierto. Dice nuestro anfitrión que, antes, las ferias y, especialmente, las de ganados, eran esperadas con interés por las gentes del campo, pero que hoy han perdido intensidad y apenas son un recuerdo de lo que algunas fueron.

Ya vimos lo sucedido con  la feria de Tendilla  en páginas anteriores.

Pero lo que a mí, como escritor, me llama la atención no es la feria que comentamos, sino “una rareza más”, como indica don Epifanio, pero de carácter espiritual: la imagen de la Virgen de Valdeiglesias, patrona de la localidad, que es una talla sedente con el Niño Jesús, también sedente sobre la rodilla izquierda de su Madre.

Don Epifanio, muy sutilmente opina igual que yo y piensa que tratándose de una imagen románica,  debería aparecer en su forma original, sin esos vestidos que tanto la afean y que la fe popular le ha colocado sobre la madera para que no se encuentre “desnuda”. Tremenda palabra.

Por lo que me veo obligado a comentar algo acerca de esto de la “desnudez” de la Virgen, puesto que se trata de algo tremendamente importante y digno de tenerse en cuenta por los profanos en materias marianas, hagiográficas, etnográficas y populares.

Me explico. Hace unos meses, no muchos, entré en la iglesia de un pueblo cuyo nombre debo reservarme,  máquina fotográfica en ristre.

Un agrupo de cuatro o cinco mujeres, que supongo serían las “camareras” de la Virgen, estaban “desnudando” la imagen de la patrona, para inmediatamente, por aquello de la cercanía de la fiesta principal, volverla a “vestir” con sus mejores galas.

Inocente de mí, me acerqué con toda la humildad del mundo pidiendo permiso para hacer una foto, pero en cuanto me vieron acercar, poco menos que me echaron del templo con cajas destempladas, diciendo que no podía estar presente, que aquello de ver a la Virgen en esas condiciones era pecado. Que cuando estuviera “vestida” me avisarían y podría hacerle todas las fotos que quisiera.

Incluso una de ellas, -siempre hay una más aguerrida que las demás-, de esas entrañables defensoras de María me preguntó casi desafiante, que si había hecho alguna fotografía y que, si la había hecho, que hiciera el favor de dársela.

La verdad es no hice ninguna y así se lo hice saber… pero creo que no quedó muy convencida. Aunque es verdad que no la hice y hubiese sido muy difícil darle la fotografía porque ahora casi todas máquinas de fotos son digitales y simplemente me hubiese comprometido a borrarla.

Una vez “vestida” con sus ropas de gala la Virgen parecía otra.

Yo hice mis fotos y las mujeres quedaron tan contentas (como si nada hubiese pasado).

Pero la cuestión verdaderamente importante no es lo narrado, sino lo que antropológicamente significa el hecho acaecido. Que las mujeres sean las encargadas de adornar y “vestir a “su” Virgen, que es también la de todo el pueblo y que un hombre no pueda asistir al acto de su “vestidura”, puesto que para ellas, lejos de ser una mera imagen de madera, es “su” Virgen casi de carne y hueso, la Virgen con la que hablan cotidianamente y a la que le cuentan sus tristezas y quizás sus alegrías. Una imagen que debe sentir lo que ellas mismas sienten cuando un hombre las ve desnudarse…

El aprendiz de antropólogo tomó buena nota  de aquella lección que le brindaron las sencillas mujeres de un pueblo. Una lección que nunca olvidará.

Volviendo al tema anterior de la Virgen de Cantalojas, dice don Epifanio que la actual ermita donde permanece la imagen se encuentra a medio kilómetro del pueblo, que fue construida en el siglo XVII y que, como tantas otras advocaciones marianas de la provincia de Guadalajara, se apareció a un pastor.

A finales del mes de mayo, cuando las “flores”, los fieles trasladan su imagen hasta la parroquia, donde se queda hasta pasadas las fiestas mayores.

De sus Gozos surge esta cuarteta:

 

“Es la Virgen de Valdeiglesias

la que todos veneramos,

a la que todos pedimos

que nos extienda su manto”.

 

Feria, naturaleza y devoción: Naturaleza para que se críe el mejor ganado con los mejores y más frescos pastos, feria para conseguir dineros con los que contribuir a la economía doméstica y devoción para agradecer los dones recibidos.

Y es que don Epifanio dice muchas cosas con sus elocuentes silencios.

 

        José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

 

Notas: 

(91)  HERRANZ PALAZUELOS, op. cit., 136.- “Cantalojas, lugar de excepción”, pp. 301-303 (Flores y Abejas, 17-IV-1991).

Los nombres de los “cristos” en la provincia (XXVIII)

 

XVI.- En el capítulo 133 de su libro -debemos recordar que se trata de Guadalajara por dentro-, don Epifanio Herranz dedica un capítulo entero a dar a conocer diversas advocaciones de los numerosos “cristos” cuya imagen se conserva todavía en la provincia de Guadalajara (80).

El nombre de dicho trabajo es recordatorio de otro mucho más amplio y diferente que escribiese otrora, tiempos pasados, ese maravilloso genio de la mística española que fuera fray Luis de León: los Nombres de Cristo, nada menos que uno de los pilares sobre los que asienta la poesía española y, por tanto, un monumento Patrimonio de la Humanidad.

Don Epifanio, tremendamente humano, sabe que no puede ascender a tan altas cumbres y nos recuerda los nombres de sus amados “cristos”, de los que aún quedan numerosas huellas artísticas, muestras de una imaginería que va desde lo más tosco y rural que pueda imaginarse, hasta lo más sofisticado del mundo del barroco español. Del anónimo callado de los siglos medievales, a las conocidas imágenes de Gregorio Hernández o de Martínez Montañés, entre otros tantos nombres.

A pesar de parecer pesados ofreceremos la nómina, el rol, de los “cristos” de estas tierras que hoy, por aquello de la política y sus administraciones, parecen no tener nada que ver con otros tantos; muchísimos más que pertenecen a otros pueblos que rodean la actual provincia; pueblos que hoy pertenecen administrativamente a Soria o a Teruel, Madrid o Zaragoza, pero que antaño pertenecieron a aquella gigantesca diócesis seguntina que, a su vez, fuera sufragánea de la mucho más gigantesca y tremendamente rica archidiócesis de Toledo.

El lector, a quien se quiere acompañar en esta lectura, debe fijarse especialmente en los nombres de las imágenes, en la sonoridad de sus advocaciones, en la riqueza de tantos y tantos contenidos que los mencionados nombres encierran. Y, por encima de todo, lo principal, lo más humano a saber: que esos nombres, esos “cristos”, son una sencilla y llana muestra, una forma sincera de expresión del pueblo hacia Dios.

Verá el lector que los nombres, las advocaciones en este caso, van desde la simple y sencilla denominación, hasta quizá, lo que pudiéramos considerar más “complicado” o “llamativo”; pero que siempre responde a una pregunta inicial basada en los orígenes de cada uno de los “cristos” que aquí se traen.

La nómina que ofrece don Epifanio es grandiosa y sigue la tesis doctoral de Florencio Sobrino Matamala, sacerdote también, natural de Malaguilla, que siguió las huellas del místico autor de los Nombres de Cristo, plenas de auténtica veracidad natural:

 

“Que descansada vida, la del que huye del mundanal rüido, y busca la obscura senda…”.

 

A mí, lo reconozco, se me ponen los “pelos de punta” y la “carne de gallina” cada vez que leo estos poemas, pero lo mismo me pasa con Jorge Manrique o con alguna que otra obra de Quevedo.

 

Veamos la nómina que don Epifanio nos ofrece:

 

–            Santo Cristo (Atienza). Imagen del siglo XIII, que se venera en la iglesia de San         Bartolomé (81).

 

–            Santo Cristo de la Agonía o Buena Muerte (Balconete, Esplegares y Quer, esta última, talla del siglo XVII, que allí llaman de la Misericordia) (82).

 

–            Santo Cristo del Agua (Argecilla), por los muchos manantiales que surgen a sus pies.

 

–           Santo Cristo del Amor y de la Paz (en la iglesia de San Ginés de Guadalajara), de bellísimo nombre, aunque moderno y popularmente adoptado por los parroquianos de dicha iglesia (83).

 

–         Santo Cristo del Amparo (Alocén (84), Ciruelos del Pinar, Armuña de Tajuña).

 

–          Santo Cristo de los Burracos (Montarrón) -dice don Epifanio que estos pájaros, los burracos o hurracas, ocultaron en un espino la imagen del Cristo- (85).

 

–          Santo Cristo del Calvario (Mondéjar).

 

–          Santo Cristo de la Cruz Acuestas (Jadraque) (86).

 

–          Santo Cristo del Consuelo (Ablanque y Saelices de la Sal).

 

–          Santo Cristo de la Esperanza (Marchamalo, más conocido como “El Gallardo”).

 

–          Santo Cristo del Guijarro (La Yunta) (87).

 

–          Santo Cristo de la Fe (Cañizar, Hueva, Valdeavellano, Zorita de los Canes).

 

–          Santo Cristo de las Injurias (Almoguera).

 

–          Santo Cristo de la Misericordia (Cifuentes, Trijueque, Loranca de Tajuña, Sigüenza-catedral).

 

–          Santo Cristo Nazareno (Guadalajara -iglesia de San Nicolás-, Milmarcos, Pastrana, Villel de Mesa) (88).

 

–          Santo Cristo de la Salud (Buenafuente del Sistal, Chiloeches, Fuentelahiguera de Albatages) (89).

 

–          Santo Cristo de la Cruz del Perro (Albalate de Zorita). Una cruz románica descubierta por un perro en un despoblado, el año 1514) (90).

 

–          Santo Cristo de las Victorias (Molina de Aragón).

 

Y tantas otras nominaciones y obras de arte, maestras unas, artesanas otras, pero que desde siempre, desde antiguo, han venido conformando una forma de ser y de pensar, de adorar al cielo y a la tierra, al hombre y a la madre del hombre…

Pero dice don Epifanio, y aquí está el meollo, que si es bonito cantar al Crucificado, mucho más importante es seguir sus pasos a lo largo de toda la vida.       

NOTAS

 

(80) HERRANZ PALAZUELOS, Epifanio, Guadalajara por dentro, Guadalajara, Parroquia de San Juan de la Cruz y San Vicente Paúl, 1992, pp. 294-295 (27-III-1991).

(81) VEGA GARCÍA, Jesús de la, Recopilacion histórico-literaria de las principales novenas en Atienza, Guadalajara, El Autor / Aache, 2008, cap. III.

(82) HERRERA CASADO, Antonio, Crónica y guía de la provincia de Guadalajara, 2.ª  Ed., Guadalajara, Excma. Diputación Provincial y Asociación Central del Trillo-I, 1988, p. 81.

(83) MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, Miguel Ángel, Amor y Paz -Cincuenta años de Hermandad-, Guadalajara, Hermandad del Santísimo Cristo del Amor y de la Paz, 2012.

(84) GARCÍA LÓPEZ, Aurelio, Historia de la Villa de Alocén, Guadalajara, Ayuntamiento de Alocén, 2010.

(85) CASTILLO DE LUCAS, Antonio, “La Fiesta del Cristo de Montarrón”, en Retablo de tradiciones populares españolas, Madrid, 1968, pp. 488-493. (Anteriormente fue publicado con el título “Del Folklore de Montarrón”, en Reconquista (separata cultural de Nueva Alcarria), núms. 13-14 (Guadalajara, 1944).

(86) DÍAZ DÍAZ, Teresa, “Santísimo Cristo de la Cruz a Cuestas de Jadraque”, en Pasos de Arte y Cultura, n.º 16 (Madrid, 2010), pp. 32-34.

(87) TINEO, Francisco, Novenario al Santísimo Cristo del Guijarro aparecido en una piedra en la villa de La Yunta, con una breve noticia de su admirable y prodigiosa aparición y una adición en esta reimpresión, 6.ª ed., Zaragoza, Parra, 1977 (la 1.ª ed. es de 1767).

(88) LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, Cofradía Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno (Iglesia de San Nicolás el Real). Crónica de 1946 a 2006. Notas acerca de su fundación y evolución hasta el momento actual. LX Aniversario de la fundación de la Cofradía, Guadalajara, Cofradía Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno, 2006.

(89) MARTÍNEZ GÓMEZ, Luis Antonio, Crónica histórica de la villa de Fuentelahiguera de Felipe II a Juan Carlos I. Siglos XVI al XX, (e/p).

(90) LAYNA SERRANO, Francisco, “La Cruz del Perro y la iglesia de Albalate de Zorita (Guadalajara)”, en Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, XLVII (Madrid, 1943), pp. 121-132. También en LAYNA SERRANO, Francisco, Arte y Artistas de Guadalajara, Guadalajara, Aache, 2014, pp. 129-241.

XXVII. Refranero de Trijueque, Olmeda, Imón, Sayatón…

José Ramón López de los Mozos continua desgranando el refranero en la obra de Epifanio Herrranz, y trata en este artículo de refranes en Trijueque, Olmeda, Imón, Santamera y Sayatón

XIII.- “Quien quiera vivir sano, pase en Trijueque el verano”.

Alabanza que recoge don Epifanio Herranz para declarar las bondades del clima que dicho pueblo puede ofrecer al posible visitante, para lo que trae a cuento una  interesante cita de Caro Baroja y compararla con lo que pudiera pensar un enfermo que viviera en una gran ciudad y padeciera de los pulmones: “Sáquenme de aquí para respirar aire puro”, que dice así:

“En el repertorio de gracias y astucias del botarga Zaharrón o Zangarrón (personaje burlesco, de remota tradición, disfrazado ridículamente, que hace más divertidas las fiestas y carnavales, según se lee en “El Carnaval” de J. Caro Baroja) figura el simular su propio entierro, y con voz grave dice bajo la losa sepulcral: “Sáquenme de aquí que estoy vivo y no puedo respirar”” (77).

Algo que nos a entender que se trata de un aire -o un clima- tan benéfico que podría revivir a un muerto o reanimar a un enfermo.

Y es que Trijueque se encuentra situado al borde de una altiplanicie desde la que se divisa el valle del Badiel, del que llega un aire tan puro que también nos induce a pensar, siguiendo el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, en “sacar el espíritu que hay encerrado en las criaturas y del que está lleno el orbe de la tierra”.

 XIV.- “En la Olmeda, Imón y Santamera, toda la sal que usted quiera”.

El lector pudiera pensar que nada etnológico ni etnográfico contienen estas salinas y nada más alejado de la realidad, triste, pero realidad. Y es que aquellos micromundos, aquellos pueblecitos hoy casi desiertos, que atraviesa el río Salado, fueron la base de una de las industrias de mayor importancia en el pasado, la de la sal con que contribuir al pago de las soldadas militares que se realizaban en sal (de ahí la palabra “salario”) y a la conservación de los alimentos, principalmente, aparte de otras industrias como la alimenticia, química, etcétera. Pueblos como Torrevaldealmendras, La Riba de Santiuste, La Olmeda, Bujalcayado, Santamera y tantos otros que aun medio conservan, como Imón, parte del esqueleto de la mayor parte de los edificios que sirvieron de almacenes, oficinas, molinos, albercas, pozos… que fueron un ejemplo importantísimo de un tipo específico de arquitectura industrial primitiva, aunque desarrollada en la época de Carlos III, aquel ilustrado del que se dice haber sido “el mejor alcalde de Madrid”.

El dictado tópico que encabeza este apartado nos habla de la importancia de la sal y de los lugares donde más se producía. Quede al menos el recuerdo ya que las condiciones económicas del país no permiten su conservación como restos mortecinos de un Patrimonio arqueológico en rápida extinción (no olvidemos que el Gobierno de Castilla-La Mancha declaró las salinas de Imón Bien de Interés Cultural en 1989) (78).

Pero una cosa es predicar y otra dar trigo.

 XV.- “En Sayatón, campanas con poco son”.

En realidad se trata de un comentario que los días de fiesta solía decir el que fuera  párroco de Sayatón, hace más de cincuenta años, acerca de las campanas de la iglesia.

Y es que siempre sonaron mal.

Aunque don Epifanio traiga a cuento esto de las campanas de Sayatón con motivo de haber elevado su torre-campanario seis metros más.

Ahora los arquitectos modernos hacen iglesias modernas sin campanario ni campanas, y las torres de los templos antiguos cuando son sacudidas por el rayo o por un terremoto, son muy difíciles y costosas de reconstruir. Eso es lo que le pasó a la de Sayatón, que después de los destrozos causados por la pasada guerra incivil, pasados muchos años, elevó su torre sin importarle los vientos agnósticos o ateos del momento (79).

Comentario sencillo y breve que hace don Epifanio sobre un hecho arquitectónico que quiso resaltar en su momento, para no pasara desapercibido, como tantas veces ocurría y ocurre.

  (77) Op. cit., pp. 290-291.

(78) Op. cit., pp. 291-292.

(79) Op. cit., pp. 292-294.

XXVI. La Feria de Tendilla

XII.- “En llegando la feria de Tendilla, deja tu casa y vente a la mía”, dictado tópico que venía a equivaler a una demostración del gozo y la alegría, propios de estas fechas, hacia los amigos y forasteros que visitaban la villa durante su tradicional feria anual.

Y es que Tendilla llegó a tener una féria, por San Matías, el día 24 de febrero, que duraba nada menos que quince días (75).

Dice don Epifanio que los soportales de la población se llenaban de tenderetes, donde se vendía todo tipo de mercancía: cerámica, porcelana, certería, hierros, espejos, relojes, tejidos, cueros… y, por si fuera poco, en las eras, a la entrada al pueblo, según se mire, un amplio espacio dedicado al ganado, donde los maranchoneros, sonrientes, alardeaban de ofrecer el mejor ganado mular. Los trapicheos los harían, digo yo, sirviéndose de esa jerga especial que siempre los ha caracterizado, que es la “mingaña”, -que nada tiene que ver con esa otra “mingaña”, propia de los esquiladores de Fuentelsaz-, con la que entendían entre ellos, sin que se el cliente lo notara. Los maranchoneros siempre tuvieron fama por su seriedad y las facilidades de pago que ofrecían: la “recoba” o venta a plazos.

Esta de Tendilla es -y ahora vuelve a serlo, después de haber permanecido olvidada desde los años setenta del siglo pasado- una feria heredada de épocas pasadas, de cuando la villa pertenecía al señorío de don Íñigo López de Mendoza, primer conde de Tendilla y marqués de Mondéjar.

A través de la respuesta número 34 de las mal llamadas Relaciones Topográficas de Felipe II (1580) podemos hacernos una idea de cómo eran dichas ferias en aquella época.

Copiamos:

“Tratando de las cosas que mejor se hacen que en otra parte, dia de Sto. Matías, cada un año se hace una feria la mejor que se hace en esta Comarca, de la cual feria resulta mui gran provecho y ganancia a los vezinos, así en las posadas como en otras granjerías que se exercitan los que se quieren aprovechar; tiene treinta días: trataré las calidades que tuviere noticia: la Marcaderia que á esta feria mas viene y hace ventaja á las demás del Reyno, es la mucha suma y cantidad de paños de todas suertes, y para ello concurren mui buenas calidades: la primera, ser la feria de coyuntura que todo el invierno se han labrado los paños, y ser la primera del año; lo otro, estar la villa en parte tan cómoda de donde se hacen y labran, pues esta tan cerca de Segovia, de donde traen tan buenos paños velartes, finos, negros, y rajas, y otras suertes de paños finos; de la Ciudad de Cuenca vienen los mejores Mercaderos: traen mui escogidos y finos paños de subidas, y cendradas colores de todas las serranías y comarcas desta Ciudad de Cuenca, y de Molina, Medinaceli, Siguença, Soria, vienen paños de todos géneros, y cordellates finos, á causa de que en estas partes hay la mas fina lana del Reino: de Aragon vienen Cordellates mui finos; de la Rioja, Torrecilla de Cameros, vienen muchos paños, y asi mismo destas Comarcas y pueblos de Alcarria, y Ynfantazgo, de la ciudad de Huete y su tierra, Marquesado de Villena y Mancha vienen muchas suertes de paños; asi mismo vienen muchas tiendas de paños subidos, granas, paños estrangeros, sedas, terciopelos rasos y damascos que traen mercaderes gruesos de Toledo, Madrid, Alcalá, Medina de Campo y otras partes; para todos estos paños vienen infinidad de mercaderes de todo el Reino y fuera dél, para las quales Mercaderías hay asignadas partes donde se pone lo de Cuenca, Toledo, Segovia, con los demás géneros de paños por buena órden: pónense mui principales tiendas de sedas, joyerías, mercería, que traen mercaderes gruesos que venden á otros de menos cantidad; están juntas estas tiendas que parescen un Alcaicería de Granada que paresce estar toda la vida de asiento: hay otras tiendas de Mercadería de Flandes, lienzos y otras cosas preciadas: vienen muchos vizcaínos con lienzos preciados, y Mercaderías extranjeras: vienen muchos Portugueses, traen muchas suertes de lienzos, y hilo de mucho valor; traen mucha especiería, añir, Brasil y otras muchas cosas curiosas y preciadas, como es drogas y conservas de la Yndia: en ninguna Feria de España se hallegan tantos portugueses: ponense mui grandes tiendas y aparadores de plateros: viene mucha cera, pescados de todos géneros, por ser principio de Quaresma: vendese muchas Cabalgaduras, tíranse á la Andalucía y á los Reinos de Granada, Murcia y Valencia: vienen otras muchos géneros de mercaderçias, que especificarlas sería nunca acabar: dura los quince días la contratación, y para la verdad de los suso dicho, le vale al Marqués mi Señor de Alcabala un quento, y doscientos mil, y no se lleva más de á treinta mrs. el millar: á los mercaderes gruesos, por la conservación de la feria no pagan la quarta parte desto, y á los demás se les hace alguna gracia y muchos que encubren el Alcabala, que si todo fuera por entero subiera en mas cantidad, á lo qual resulta mucho provecho al Señor, y a los vecinos ganancia; hay mui buenos recibos de  Casas y tiendas, importan mucho los portales que aunque llueva contratan las gentes por cauto y limpio; es feria muy abastecida de todo lo necesario: hácese mención della por ser cosas que mejor se hace que en otra parte. Día de San Mateo se hace otra feria menor; tiene treinta días: viene á ella sola la gente de la Comarca á causa de hacerse aquel dia feria en otras partes; se aventaja muy poco, y con esto doy fin á este Capítulo” (76).

Además, añade don Epifanio, Tendilla era uno de los pocos lugares que gozaba de la llamada “Bula de Meco” que dispensaba del ayuno de los viernes, conservando en la comida pescados, huevos y lacticinios; privilegio concedido en 1487 por el papa Inocencio VIII a Mondéjar, Tendilla, Meco, Azañón, Viana de Mondéjar, Loranca y Aranzueque, que formaban el señorío mendocino.

En fin, aquella feria queda recogida en verso:

 

“Sin feria quedó Tendilla,

Que no se marchite el amor,

Pues la vida con calor

Es algo de maravilla”.

Hoy, de menor importancia que antaño, la feria de San Matías de Tendilla reúne vendedores y comerciantes de los más diversos productos de la comarca y de otras provincias: artesanía, derivados de la miel, productos cárnicos, vinícolas, así como manifestaciones de carácter  artístico a imitación del mundo medieval: teatro, gastronomía, cetrería… que hacen la delicia de los asistentes.

(75) Op. cit., pp. 289-290.

(76) LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, Fiestas Tradicionales de Guadalajara, 3.ª ed. Guadalajara, Diputación de Guadalajara, 2006, pp.41-42. En la actualidad la feria de San Matías dura tres días y suele trasladarse al fin de semana más cercano.

XXV 4ª ronda de refranes: Almiruete, Villares y Garbajosa

 

X.- “Mascarada general en Almiruete y Villares los días de Carnaval”.

Comienza don Epifanio con este refrán y terminará con una copla. Pero antes alude a los carnavales de los dos pueblos mencionados. Parece ser que desde 1523 hasta los tiempos que corren, los carnavales han estado presentes en el mundo festivo con mayor o menor fortuna, puesto que alguna que otra ocasión han estado prohibidos. Surgieron posiblemente del mundo “pagano”, -quizá de las saturnales romanas- es decir, de un mundo “religioso” que nada tenía que ver con el Cristianismo, del pasaron a ser antítesis de la Cuaresma, tan rigurosa en ayunos y penintencias.

El caso es que en Almiruete esas “botargas” y “mascaritas” han estado varios años durmiendo en el olvido por causa de la emigración.

 

“Podemos decir -apunta don Epifanio- que son una farsa infantil y que forma parte de otra botarga mayor. El disfraz colorista ¿a que no me conoces?, a golpe de cencerros corretean las calles y piden un donativo a cuñados, primos y vecinos. Si te descuidas te manchan de tizne la oreja o terminas en el pilón».

Otra muestra festiva de este mismo tipo son los “vaquillones” de Villares de Jadraque, igualmente prohibidos por la ley del 37. Hace poco surgieron con nuevos bríos y hasta desfilan por las calles de la capital de la provincia.

Son unos personajes embozados con arpillera y sombrero de paja, que llevan una especie de soporte -en realidad una de aquellas amugas que servían para cargar la mies a lomos de las caballerías- a cuyos extremos llevan unos cuernos de toro o buey, -con los que topar amistosamente a las mozas-, lo que sería la cabeza y, al otro, una especie de rabo compuesto por multitud de cencerrillos y campanillas con las que van haciendo todo el ruido que pueden, simulando el conjunto un toro o una vaquilla (de ahí su nombre).

Para que los disfrazados no sean conocidos por la voz emplean unos chiflos que lleva cada cual en la boca. Chiflos que recuerdan a los que se emplean en Canarias para comunicarse sin ser entendidos.

Corretean por las calles pidiendo la voluntad.

Y ya sí, ya termina el Carnaval:

“Enterrada la sardina,

se corre ya la cortina

y comienza la Cuaresma

para sosiego del alma” (73).

XI.- “Garbajosa, a medio camino entre Madrid y Zaragoza”. Caminos romanos que van desde el Tajo al Jalón y al Henares, atravesando la sierra del Ducado.

Garbajosa es un pueblo de pocos vecinos y escasos recursos muy cercano a Alcolea del Pinar, que nación con gran vocación de ayudar al pobre y al caminante que, en tantas

ocasiones coincidían.

Recuerda por Epifanio que el tufillo del buen cocido: garbanzos, patatas, zanahorias, repollo, morcilla, chorizo, tocino, huesos, pechuga de gallina… hacía que muchos mendigos, descarriados, cutidores, feriantes, etcétera, otrora abundantes, cayeran en el lugar a la hora de la comida, de manera -refiere- que hasta un conocido canónigo de la catedral de Sigüenza, don Diego Eugenio Gonzalo-Chantos y Sanz (alias Ollauri), natural de Hombrados, tuvo acogida en su cocina, huyendo del gabacho camino de Rata del Ducado (hoy Santa María del Espino), en 1812.

Luego don Epifanio incluye en su trabajo el bello diálogo que mantuvo con la gitana Salomé, que en una de sus visitas a Guadalajara, aún recordaba tan poderoso cocido:

– Deme algo, padre mío.

– Tú, hija, que vives en Alcalá, deberías pedir limosna allí, pues aquí tenemos otros pobres a la puerta.

– Señor, yo también soy de aquí, que nací en Garbajosa hace cuarenta años, cerca de Benamira, cuando mi familia arreglaba pucheros y sillas por aquellos pueblos ¿los

conoce?

– Claro que los conozco, y casi somos paisanos.

– Son poca gente pero generosa. Dice mi madre que nunca nos faltó un buen plato de cocido y trozos de matanza.

Con veinte duros sueltos y una bolsa de ropa, Salomé siguió su camino. Hoy, más que nunca, siguen existiendo mendigos que tienden su mano.

Se suele decir que: “Al pobre cuando no lo mata la guerra, lo mata el hambre”. Y que cierto es (74).

(73) Op. cit., pp. 287-288.

(74) Op. cit., pp. 288-289.

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