La elección de los alcaldes, una reforma a negociar

El gobierno de Rajoy ha lanzado un globo sonda, la elección directa de los alcaldes, con el señuelo de que lo fueran el candidato que encabece la lista más votada. Pero no tiene pinta de prosperar, porque el PSOE no lo va a aceptar, y no es previsible que el PP se arriesgue a forzar un cambio unilateral cuando queda menos de un año para las elecciones autonómicas y locales. No sería buen  idea, y solo añadiría crispación a una política nacional que está ya demasiado convulsionada, y que necesita de un mínimo consenso entre los dos partidos de gobierno, especialmente en un año sobre el que penden dos desafíos serios. Uno es el referéndum independentista de Cataluña, que requiere una respuesta constitucional nacional, no de partido. Pero también la irrupción de una izquierda extrema en la periferia del PSOE, que no se reconoce en la Constitución,  y cuyos portavoces admiten sin ambages que lo suyo es la revolución (Garzón, dixit), aunque no sabemos muy bien a qué  tipo de nuevo régimen nos conduciría esa senda revolucionaria y cómo pretenden llegar a ella sin quebrar el  Estado de Derecho, que emana precisamente de esa Constitución a la que detestan. Sería además una irresponsabilidad de Rajoy, que no va acorde con su personalidad de hombre prudente,  plantear una cuestión de este calado en plena renovación del PSOE, y sin que haya un líder y una nueva Ejecutiva socialista con la que poder negociar.  Y en esa negociación, ya  nadie lo duda en privado, la reforma de la Constitución cada vez demanda un horizonte más próximo,  para que se oxigene y nos pueda durar otros cuarenta años. El reto es que para ello es imprescindible lograr una nueva mayoría como la de 1978, y en la que debería participar a ser posible alguna fuerza nacionalista que acepte seguir en España con un nuevo estatus. Estamos ante una Segunda Transición, aunque a alguno nos de vértigo mirar hacia algunos extremos ante lo que sale de determinadas cabezas.

Dicho esto, que es el Catón, no es menos cierto algo en lo ha insistido Rajoy en los últimos días.  Con la actual Ley Electoral –viene a decir–, muchos  gobiernos autonómicos y locales se convierten en una coalición de perdedores, aunque entre ellos tengan más concejales que el partido más votado, normalmente el PP.  Son  coaliciones que no ha sido votadas por nadie, y que normalmente  negocian en la oscuridad un programa gobierno que luego no se somete al refrendo ciudadano.

Esta es una consecuencia indeseable de la Ley Electoral, pero si lo que pretende el PP, salvo que sea el principio de una larga  negociación, es que los socialistas acepten pulpo como animal de compañía con una propuesta que podría convertir en alcalde a un candidato con el 30% de los votos  frente a un potencial equipo de gobierno formado por más del 40% de los ediles o diputados representados en un parlamento o en un ayuntamiento… Esto no cuela como medida vendida  para regenerar la política española. Pero sí puede servir de punto de partida para llegar a la vieja idea de la elección directa de alcaldes por el ciudadano, que es lo ideal. ¿Cómo? Pues dando la vuelta a la justa queja de Rajoy: que los nuevos gobiernos locales y autonómicos estén formados por equipos y colaciones ganadoras, y refrendadas por la ciudadanía.

Esto lo tiene solucionado Francia con el sistema de segunda vuelta, al que llegan los dos partidos con más votos, siempre que uno de ellos no haya alcanzado la mayoría absoluta en la primera vuelta. Y para favorecer la gobernabilidad y la estabilidad de las instituciones al que gana esa segunda vuelta se le otorga automáticamente la mayoría más uno  de los representantes electos. Así de sencillo.

Este sistema gana en calidad democrática sobre el español, porque los partidos anuncian tras la primera vuelta  con quién y en base a qué se van a coaligar en caso de ser los más votados para formar gobierno. Y el ciudadano tiene siempre la última palabra. Por ahí debería ir el pacto entre populares y socialistas, que debería ser más amplio y meter en él a la administración local en general. Este gobierno ha hecho algunas cosas en solitario, pero no lo ha terminado y se ha dejado cosas en el camino, como las diputaciones provinciales, que si se mantienen (y yo soy partidario de ello) tiene que ser democratizando su proceso de elección. Es inconsecuente del todo punto que la Ley aumente las competencias de las diputaciones, en su papel de supervisoras de algunas funciones municipales, y que las instituciones provinciales no sean elegidas directamente por el ciudadano. Con ello se reforzaría su representatividad y la de los diputados que la integran, pero además acabaría con un sistema electoral  perverso, una elección de tercer grado en la que el elector desconoce que al votar al ayuntamiento de su pueblo también está eligiendo indirectamente a la presidencia de la Diputación. Que para colmo  los partidos ni tan siquiera tienen la obligación de anunciar quién será ese candidato; y de hecho muchas veces lo ocultan. No tiene un pase que con casi 40 años de Constitución, las diputaciones no tengan ese refrendo democrático del ciudadano,  yo estoy convencido porque alguno debe pensar así será más fácil liquidarlas, el día que se reforme la Constitución.  

Hay que hablar  con sosiego de todas estas cosas, pero también sin remilgos, porque hay asuntos que no esperan, como es el desafío nacionalista del 9 de noviembre.  Aunque tendrá presiones para ello, es de esperar que Rajoy no caiga a la tentación del cortoplacismo y aborde en  solitario unas reformas que afectan a las vigas maestras del edificio constitucional, aunque  con un gobierno en mayoría absoluta como el actual lo pueda hacer, en parte. Pero insisto, sería como construir castillos en el aire, porque lo que se cambia por mayoría simple, se vuelve a cambiar por esa misma mayoría simple. Y vuelta a empezar con el burro por la linde. Como ha pasado en Castilla-La Mancha. Pero eso será otro día. Esto es lo que hay. Por hoy.

P.D. Acaba de morir Alfredo Di Stéfano, tal vez el mejor jugador de la historia del fútbol, y sin discusión el más innovador. Pero no jugó ni minuto en un Mundial, por culpa de una lesión y de otras circunstancias de su carrera, y en Sudamérica, que  le vieron jugar menos, aunque pasó por River, Boca y Millonarios, lo ponen por detrás de Pelé y Maradona. Yo he visto jugar a los tres, y les aseguro que nadie me ha impresionado más que don Alfredo, a pesar de que solo lo disfruté en sus últimos años. Todavía era el omnipresente, el jugador más decisivo en la historia del Real Madrid, un tipo que jugaba por todo el campo y que hacía jugar a sus compañeros, algunos tan poco dotados para la lucha como Puskas o Kopa. Jamás olvidaré  una semifinal de Copa contra el Real Zaragoza de Marcelino, Villa y Lapretra, el gran equipo de los Magníficos. Habíamos perdido 3-0 en La Romareda, pero en la vuelta se  había remontado la eliminatoria a la media hora. Pero en una jugada caliente, expulsaron a Di Stéfano, que no rehuía una buena tangana, y ya fuimos incapaces de hacer nada más.  Cargado de años, todavía Di Stéfano era el sostén de aquel Madrid y los niños de entonces nos aficionamos al fútbol por él. Y al Real Madrid. Como  recuerda hoy Alfredo Relaño cuando él llegó al Madrid, los blancos solo  habían ganado dos Ligas, y fue durante la República. Desde que está él, el Madrid tiene tantas como los demás equipos españoles juntos. El Real Madrid  moderno es fruto de él. Lástima que una lesión fatal no le dejara jugar con España el Mundial de Chile; porque lo habríamos ganado, y con ello se pudiera haber cambiado la historia futbolística de nuestra selección. Como lo hizo con el Madrid.  Hubo que esperar a Sudáfrica.

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