Archive for marzo, 2022

Contra la política del retrovisor

La historia vital de una ciudad es una suma de las iniciativas de las distintas generaciones; para lo bueno y lo malo. Es el tiempo el que va formando ese corpus que hace reconocible a esa ciudad y que en algunos aspectos lo llamamos tradición. También en los ayuntamientos. Si hay algo que me desagrada de la clase política es su obcecación por hacer quedar mal al que democráticamente han sucedido, sin darse cuenta de que, muchas veces, si ellos han ganado es porque el ciudadano ya lo apercibió antes, y obró en consecuencia. Ventajas de vivir en una democracia. Y hago este preámbulo como entradilla al comentario de dos noticias recientes.

Una de ellas es la subida de la tasa de basuras a 12 euros anuales con la justificación de que hay que instalar un cuarto contenedor orgánico; y hay que financiarlo (las tasas, por definición, deben financiar los servicios, pero no son impuestos como algunos creen al proponer que se pague un servicio en función del valor del inmueble). Pero, en política, si hay algo tan importante como acertar es la oportunidad con la que se toma una medida. Y si hay un momento desaconsejable para subir los impuestos y tasas es éste cuando el ciudadano a duras penas puede llenar el depósito de la gasolina, y como no le han subido el sueldo y lo devora la inflación, pues sigue diciendo al gasolinero que 20 euros, y este le contesta que si quiere se lo pone en el mechero. Cuando hay inflación lo que hay que hacer es dejar el mayor dinero posible en los bolsillos del ciudadano y de las empresas, para que la economía no se pare y llegue la estanflación, es decir, añadir el estancamiento económico a la inflación: La tormenta perfecta. El dinero en el bolsillo del contribuyente, hablamos de la clase media, que es la que paga el estado del Bienestar, es más eficaz que cualquier programa o programita para repartir subvenciones e intentar atraer votos.

 Pero no solo es la financiación del contenedor de orgánico, que podría perfectamente aplazarse ahora que Europa está en guerra y algún día habrá que recoger los escombros, sino que la medida también lleva consigo la supresión de los contenedores soterrados fuera del caso antiguo. Son 53 islas de contenedores soterrados las que van a desaparecer, contabiliza el PP, y que se pusieron en legislaturas anteriores. El asunto me sorprende porque en todas las ciudades que visito estoy viendo contenedores soterrados por todos lados; y cada vez en mayor número. Pero más me alarma la razón dada por el concejal del ramo, no dudo que con buena intención,  quien asegura que han creado grandes prejuicios al ciudadano, hacen ruido cuando se recoge la basura, se utilizan mal y el mantenimiento es caro. Ya digo que me sorprende que en Guadalajara sea un desastre lo que parece funcionar en otras ciudades, pero me alarma que si esto fuera así no se hubiera advertido de tan desdichada compra por los informes técnicos correspondientes . ¿O es que estas decisiones las toma a su buen albedrío el edil de turno? Si entonces nos gastamos un pastón instalando contenedores y otro en quitarlos, ahora, no me extraña que haya que subir la tasa de basuras.

Y una segunda noticia con efecto retrovisor. Me refiero a las obras que ya se han iniciado en la calle Ramón y Cajal -la antigua carretera de Zaragoza, para entendernos- para devolver el doble sentido a un tramo de la calle. Fui uno de los críticos con esta obra -y ahí están las hemerotecas-: nunca encontré la ventaja de duplicar las aceras de lo que entonces se vino en llamar  Eje Cultural, porque jamás vi tanto peatón allí fuera de la procesión de la Antigua como para justificarlo. Y a cambio se desviaba el tráfico hacia otras zonas ya congestionadas de la ciudad. Pero si nunca aprecié la necesidad de la obra más me desagrada que, ahora, con un gasto de 300.000 euros del dinero del contribuyente, volvamos a deshacer la inversión con el argumento de que iba en los programas municipales de los dos partidos de gobierno. Habrá que rezar para que los partidos de la derecha no lo lleven en su programa electoral, porque si ganaran las elecciones, nos tendríamos que gastar otros 300.000 euros del ala para volver a reensanchar las aceras con ese mismo argumento.

Señor alcalde, yo a usted le tengo por una persona sensata, porque procede de Hita, donde como castellanos no son dados al derroche, pero debería poner coto a esta política de mirar por el retrovisor para enmendar la plana a la corporación anterior, que si no está en su sillón es por cosas como esta. No le vaya a pasar a usted lo mismo. Pero esto es lo que hay.

FUKUYAMA.- “El mundo ya no está dividido entre derecha e izquierda sino entre democracias y regímenes autoritarios”, dice Francis Fukuyama, uno de los escritores y politólogos más reconocidos en Corriere della Sera.  Una vez más, el autor de “El fin de la historia”, en donde nos llama a defender los valores democráticos liberales, porque no crecen de los árboles, da en la diana. Lean la intervención del líder de la extrema derecha italiana, Mateo Salvini, para justificar en el Congreso italiano su oposición al envío de armas a Ucrania en base a un presunto pacifismo y compárenlo con intervenciones análogas en el parlamento español desde el otro extremo del arco parlamentario. Pero termino con el profesor de la Universidad de Stanford: “Estoy convencido, y lo vengo diciendo desde 1984, de que aquí se libra la batalla decisiva entre los países libres y los regímenes autoritarios. El resultado es más importante que el destino de la propia Ucrania, porque dará un gran impulso a las democracias o totalitarismos, dependiendo de quien prevalezca”.

Por eso es tan importante que un sátrapa que cree que se puede invadir a un país vecino para imponer su geopolítica no se salga con la suya. Esa geopolítica está cambiando y a eso obedece la nueva posición de España sobre el Sahara y Argelia, que muchos la podríamos entender si el señor presidente del Gobierno, Pedro Sánchez,  se dignara a explicárnoslo. Pero él vive mejor en el despotismo ilustrado: todo para el pueblo pero sin el pueblo. Y esto es lo que hay.

Una invasión a Europa, su libertad y prosperidad

El 1 de septiembre de 1939, la Alemania de Hitler invadía Polonia, sabiendo que con ello ponía el detonante para la II Guerra Mundial. El Ejército polaco resistió hasta el 6 de octubre. El canciller alemán dejaba atrás un lustro de engaños y tratados de paz inútilmente firmados con la propia Polonia, Rusia e Inglaterra, que quedaron en papel mojado desde que el ejército alemán ocupara en marzo de 1939 toda Checoslovaquia, Bohemia y Moravia. Poco antes, y favorecido por el gobierno títere de Engelbert Dolfuss, Hitler imponía la Ansshluss, la anexión de Austria, todo un comienzo de lo que él llamaba asegurar el espacio vital para la supervivencia alemana o Lebensraum. A pesar de los antecedentes, las democracias europeas hicieron todo lo posible para evitar la guerra. Porque sus dirigentes sí tenían de un pueblo dueño de su destino al que responder. Así, el 18 de septiembre de 1938, los jefes del gobierno de Inglaterra y Alemania firmaban los llamados Acuerdos de Munich con los regímenes fascistas de Alemania e Italia, donde si bien se cedía a Alemania los Sudetes de Checoslovaquia, país que fue marginado de la conferencia, a cambio Hitler  se comprometía a parar allí en sus intenciones expansionistas. El tirano no respetó lo firmado, cumpliéndose la advertencia de Churchill al primer ministro Chamberlain: “Entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor y tendréis la guerra”.

En 2015, Alemania, Francia, Ucrania y Rusia firmaban los acuerdos de Minsk, que consagraban la anexión forzada  de Crimea por Rusia y una gran autonomía para Donestsk y Luganks, también a cambio de que Putin detuviera la ampliación de su espacio vital, que a semejanza con Hitler, el sátrapa ruso lo lleva hasta los límites de la Gran Rusia de los Zares, que luego Stalin trasladó a la nueva URSS y a su Telón de acero (Churchill, dixit).  Esta vez han tenido que pasar siete años para que Putin hiciera lo mismo que Hitler: atacar a un país vecino y poner a Europa al borde de otra guerra, que de momento solo están librando los ucranianos, con una resistencia y heroísmo con el que no contaba Putin. Pero hay una enorme diferencia con aquel 1939: Hitler no contaba con armas nucleares, tampoco las tiene Ucrania, porque desmanteló las que recibió tras la disolución de la URSS, pero sí las tiene Putin, (un total de 5.977 cabezas según fuentes americanas), que se ha permitido el lujo de decretar la alerta sobre su fuerzas nucleares, aunque solo sea para advertir al mundo que, si las tiene, está dispuesto a usarlas, despreciando que eso sería el Apocalipsis, en palabras del  ex ministro de Exteriores,  Margallo, y que los analistas llaman MAD, en referencia a la Destrucción Mutua Asegurada, término acuñado para una guerra nuclear. Ningún dirigente democrático podría haber sugerido tamaña barbaridad sin que su opinión pública le pasara factura. Pero Putin detiene y encarcela a los pocos disidentes que se atreven a manifestarse frente al Kremlin, como hizo Hitler entre los escasos opositores que se atrevieron a contestarle en la Alemania de los años treinta.

La invasión de Ucrania, por tanto, no es solo una agresión a aquella República, como no lo fue la anexión de Checoslovaquia y Austria, preludio de la invasión de Polonia. Pero, como ocurrió entonces, su trascendencia es determinante, porque Europa se juega otra vez la libertad, la democracia y la prosperidad que ha logrado desde el fin de la II Guerra Mundial, tras haber metido en cintura a los nacionalismos autoritarios que llevaron a Europa a aceptar las guerras como un método para resolver los conflictos. Esto es lo que ha resucitado Putin con su estrategia por convertir a Rusia en la antigua URSS. Porque como dice el politólogo Torreblanca, Putin ha reiterado su visión de que la desaparición de la URSS fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX y, a la mejor usanza estaliniana, ahora está en una tarea de refundación por la fuerza militar. Putin, en lugar de ser el presidente de una república rusa moderna, vuelve a ser el teniente coronel de la KGB; y ahí radica el peligro.

¿Qué va a pasar ahora? No lo sabemos, solo que el desafío de Putin es de tal magnitud que en Europa nada va a ser igual. En lo militar, el invasor se ha encontrado con una resistencia mayor de la esperada, que hace imposible predecir lo que aguantará un país como Ucrania, aunque por tamaño es muy parecido a la Polonia que hizo frente a los tanques de Hitler y a los salvajes bombardeos de la Luftwaffe durante 1 mes y 6 días. Pero en lo político está consiguiendo unir a Europa como nunca se ha visto, porque casi todo el mundo intuye lo que nos estamos jugando. Salvo grupúsculos comunistas, que añoran el viejo orden, y que el día en que Putin invade Ucrania se manifiestan contra una organización defensiva como la OTAN,  que, visto lo visto, los ucranianos reivindicarán con mayor ahínco. Por fin, Europa se ha puesto seria, adoptando represalias económicas que bastarían para doblegar a cualquier estado democrático, pero cuando enfrente tenemos a un autócrata que no tiene que responder ante una opinión pública, el resultado es impredecible.

En lo geopolítico, sí sabemos que España, como el conjunto de Europa, no puede seguir en la permanente ingenuidad de depender de un gas ruso que compromete a la locomotora europea, Alemania, que depende de él en un 60%, por no hablar de una España que acaba fijando el precio del kilowatio en función de un gas que tiene su origen o se transporta a través de países ajenos a la Unión Europea y que son poco de fiar. Mientras tanto, Alemania se permitió el lujo infantil de poner fin a su programa nuclear, aunque contaba con tecnología propia, y España se lo ha jugado todo a unas energías renovables, que sin duda son el futuro, pero que ahora no tienen capacidad de almacenamiento y suministro.

Con esta geopolítica de insensatos tendremos que afrontar una crisis económica, resultado de una guerra que nos ha llegado sin habernos recuperado de la pandemia del coronavirus. Una crisis que disparará la inflación a unos máximos que solo hemos conocido los que vivimos en los años setenta, y que no habrá manera de controlar si no se rebaja el precio de la energía. Hasta ahora, la inflación ha subido hasta el 6,5%, el nivel más alto en 29 años. “La recuperación será más lenta y la creación de empleo se reducirá”, nos advierte el profesor Luis Garicano y otros economistas de prestigio, quienes nos recuerdan que para nuestra desgracia, la UE importa el 41 % de su gas de Rusia.

En estos momentos de incertidumbre política y económica, solo nos faltaba recrearnos en crisis internas, como la última del PP o la nunca cerrada por el ultranacionalismo catalán, al que también apoya Putin y sus mariachis, o que en el gobierno de turno se sienten ministros que todavía no han distinguido quién es el malo de esta película.

Esto es lo que hay. “No a la invasión”, que “No a la guerra” es un eufemismo, que pone a invasores e invadidos en el mismo plano.  

P.D. Después de escribir este artículo el Parlamento Europeo aprobó una resolución con el 90% de los votos condenando la invasión de Ucrania por la Rusia de Putin. Entre los que se abstuvieron o votaron en contra, los diputados de Izquierda Unida y de Anticapitalistas (grupo de ultraizquierda integrado en Podemos). IU y Podemos tienen ministros en el gobierno de Pedro Sánchez.

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