Archive for enero, 2016

Campus: se impuso el sentido común

Llevo escribiendo desde hace mucho  tiempo que no hay más alternativa para el campus que ubicarlo en el casco antiguo (lo contrario habríado sido una aberración urbanística) y entre todas las opciones la solución de las Cristinas es la mejor de todas; y la más factible.

Por su emplazamiento estratégico, para los alumnos y profesores que vengan del Corredor, tiene al lado la Estación de Autobuses y para los que opten por el ferrocarril hay una comunicación directa y rápida con los autobuses que salen de la estación de Renfe, que son todos. Además, su acceso en vehículo es fácil y directo desde la A-2 en coche.

Un campus en el María Cristina ayuda a ampliar el entorno universitario ya existente con la Facultad de Educación y el nuevo aulario (prefabricado, no se olvide) donde se imparte Comunicación Audiovisual . Por primera vez habría algo parecido a un campus en Guadalajara. Pero es que además  en el complejo de Las Cristinas hay terreno suficiente para cualquier posible ampliación que pudiera ser necesaria y en el entorno hay dos edificios públicos, que están llamados a formar parte de la expansión de la Universidad, si en esta ciudad y en esta región tuviéramos un  mínimo de sensatez. Me estoy riferiendo, claro está, al edificio del antiguo Hospital Provincial (hoy cerrado y vandalizado) y el antiguo Parque Móvil Ministerios, también cerrado, pero que todavía no ha sido destruido por las termitas, aunque están en ello. Al tiempo. Estaríamos hablando por tanto de una almendra universitaria en el centro de la ciudad que garantizaría el desarrollo de la UAH  en los próximos cien años. Y no exagero.

En esas circunstancias, destinar Las Cristinas al crecimiento de ese campus es la solución natural, y máxime cuando la instalación, la antigua residencia de Huérfanas de Militares, hace tiempo que se había clausurado, y años más tarde, también, el colegio público que había ocupado parte de sus aulas. El ministerio de Defensa tiene un complejo impresionante, pero que sin utilidad no dejaba de ser un muerto, que cualquier día podía ser vandalizado, aunque tampoco tampoco se les podía pedir que lo regalaran cuando ese ministerio ha sido el primer pagano de la reducción presupuestaria por la crisis económica. El gobierno de Cospedal  perdió tres años, porque estaba a otras cosas –y así le fue luego–, pero el  Ayuntamiento trabajó mucho y bien, puso sobre la mesa parcelas urbanizables  en los nuevos desarrollos de Guadalajara por valor de 7,6 millones, que permutaría con el ministerio de Defensa para compensar los 9,6 millones en los  que finalmente fue tasado el centro de Las Cristinas. El resto de la cantidad, poco más de 2 millones correría a cargo de la Junta de Comunidades. Ese protocolo se firmó en el último suspiro de la legislatura anterior  y se concedió un plazo de un año, hasta  el 31 de marzo de 2016, para rubricar el correspondiente convenio. De no hacerlo,  volveríamos a perder una legislatura entera, como llevamos haciendo, un año tras otro desde 2005.

Esos dos millones van a estar en el Presupuesto regional para 2015, así lo anunció el presidente García-Page , y así lo aprobaron las Cortes regionales vía Proposición No de Ley presentada por el Grupo Parlamentario Popular.  Quedan flecos pendientes, que convendría tejer con más habilidad de la demostrada hasta ahora por la Consejería de Educación, porque no se entiende que la Junta avanzara que se van a crear dos carreras nuevas, ingeniería biomédica y logística -que aparentemente  tienen mucho sentido  en el área de Guadalajara–, y la Universidad de Alcalá no supiera nada, según dijo el alcalde Román. ¿Significará esto que se renuncia a implantar las dos nuevas carreras que ya se habían anunciado, Odontología e Ingeniería Industrial? Estas cosas hay que hablarlas con la Universidad, ajustarlas en las Presupuestos de Castilla-La Mancha, que financia los nuevos estudios, y luego se anuncia. A alguno/a parece que le han podido las prisas.

Queda también el asunto del pomposamente llamado Parque Tecnológico, que ahora nos dicen que irá en el Ruiseñor. Llevamos más de quince años hablando de este famoso parque tecnológico, ligado a la universidad, pero en este tiempo  nadie nos ha explicado cuál va a ser su modelo. Imagino que tendrá algo que ver con algún tipo de fundación público-privada, que alentará la innovación  y la interrelación entre la universidad y las empresas, pero como la cosa va para largo (solo ahora empieza a moverse algo en el citado polígono), pues tiempo tendremos para seguir dándole vueltas.

Lo importante es que Junta, Ayuntamiento y  Universidad se van a subir todos en el mismo barco, cuya hoja de ruta no puede ser más ambiciosa: sentar las bases para el desarrollo universitario de la ciudad a lo largo de la próxima centuria. De nada vale seguir hurgando en viejas heridas cuando el tiro se ha corregido y cuando  García-Page ha vuelto a demostrar que no es político dado a meterse líos cuando hay una solución franca, aunque no se le haya ocurrido a él.  A fin de cuentas en esto consiste el buen funcionamiento de un sistema, que los que vienen continúan la labor de las anteriores. Los rupturistas tienen que hacer el trabajo de Penélope: primer destejer lo anterior para tejerlo de nuevo;  tarea doble.

Hay que reconocer por tanto la buena disposición del gobierno de Page para acercarse a posiciones en las que podemos  coincidir todos, lo que no se hizo en el primer intento de ubicar al campus en el descampado del Ruiseñor, no sabemos con qué intereses, cuando el consejero de Educación de entonces dijo a Román la famosa frase de: “estos son lentejas”, y Román tragó con las legumbres. Clara equivocación de todos, porque no hay nada mejor que un  nuevo campus para dinamizar el centro histórico de una ciudad. En Alcalá de Henares lo saben muy bien, porque la rehabilitación de su viejo patrimonio ha ido muy ligado al desarrollo universitario, como ha sucedido en Toledo con la Junta de Comunidades.

Guadalajara no podía dejar pasar una nueva oportunidad, por cierto, como ha hecho con los nuevos juzgados que los va a sacar del centro para llevarlos a otro descampado junto al cuartel de los Geos. Otro error mayúsculo que desangrará todavía más al casco viejo, que tiene edificios históricos suficientes en proceso de ruina esperando una misión en la vida. ¿Qué vamos a hacer con el antiguo convento de San Francisco, que los distintos gobiernos de la Junta de Comunidades reniegan de cumplir las obligaciones que figuran en el convenio que en su día firmó con el Ayuntamiento? ¿Para que queremos un antiguo Hospital Provincial que ya ha perdido la mayor parte de su cubierta? ¿Y con el antiguo Parque Móvil? ¿Y  con el actual edificio de los juzgados en la plaza de Beladíez el día que se inaugure el nuevo edificio al otro lado de la A-2? ¿Por qué las administraciones son normalmente tan incompetentes en gestionar su patrinonio, que es el de todos?

Esto es lo que hay. Bienvenido sea este nuevo clima  en torno al campus que se ha creado, y que alentamos, y  confiemos en que nadie lo estropee por puro sectarismo. ¡Pues no tienen ahora espacios para la legítima confrontación ideológica que no sea el campus, que es un proyecto de todos!

Por una solucion a la italiana en un parlamento italiano

Escribía hace exactamente 12 días que a Sánchez le podría salir la cuadratura del círculo, y que a pesar de que el PSOE  ha cosechado los peores resultados desde 1977, tal y como pinta el panorama, el actual líder socialista  se puede convertir en el próximo presidente del gobierno de España.

He leído y escuchado  en las últimas semanas a analistas bienintencionados que descartaban tal posibilidad, porque la “mayoría  progresista” que podría hacer presidente a Sánchez es tan “variopinta”,  y con intereses tan “contrapuestos”, que no habría  luego manera de articular un soporte a ese gobierno y alcanzar un acuerdo de mínimos durante la legislatura. Siendo todo ello cierto, pecan de ingenuidad los que hacen ese razonamiento porque confunden un pacto de investidura con un pacto de gobierno y no ya digamos con un gobierno de coalición.

El argumento que Sánchez va a vender a algunos aterrados barones y al comité federal del PSOE, el sábado 30 de enero,  es mucho más sencillo. Les dirá que como Rajoy se ha retirado de la carrera por la nomación y cualquier combinación con el PP no se producirá jamás de los jamases, porque él dispone de la llave de bloqueo, ha querido el destino que le toque a él; y solo a él ser  el elegido.  Sánchez va a dar a sus compañeros de la Federal una sencilla lección de matemáticas: el PSOE y las cuatro factorías  de Podemos suman 159 votos, así que en la segunda votación de su investidura al candidato Sánchez solo le harían falta cinco votos más para tener más sufragios favorables que en contra, como exige la Ley. Y le podría valer con que el PNV, que tiene seis, le votara a favor, si el resto de fuerzas nacionalistas se abstuviera, como ya han anunciado paladinamente. Esto son matemáticas, dirá Sánchez, y estos son mis poderes: el PSOE podría regresar a La Moncloa; y a partir de ahí  no tendrá necesidad de aclarar lo que ello supone: entre dos mil y tres mil altos cargos y asesorías prémium, de los que toda la inteligencia del partido se va a beneficiar. Es el Poder, con mayúsculas. Un plato muy difícil de rechazar. Caviar de beluga.

Esto es lo que va a hacer Sánchez, beneficiarse de una aritmética diabólica  que le ha convertido en clave de bóveda, cosa que no sucede con PP, Podemos y Ciudadanos; y a ello está dedicado desde la misma noche del 20-D. En su primera jugada,  ha dejado expedito el camino para lograr la abstención de Esquerra Republicana y del postpujolismo de Democracia y Libertad, al regalarles  un grupo parlamentario en el senado con lo que percibirán al año 269.016 euros,  cada uno, y multiplicarán sus intervenciones en la cámara alta. Que ese altavoz vaya a ser utilizado fundamentalmente para lo único en lo que se ocupan  ambas formaciones en esta legislatura, que es cómo romper España y declarar la República de  Cataluña en 18 meses (Puigdemont, dixit) es algo baladí para el candidato Sánchez. Su explicación de que eso se hizo por cortesía parlamentaria, cuando entre estas dos fuerzas políticas tenían diputados suficiente para haber formado un grupo conjunto, y conjuntamente concurrieron a las últimas elecciones en Junts pel Sí, es un insulto a la inteligencia de los españoles. Pero, ahora, lo que importa es sacar la calculadora y anotar: 8 de DL y 9 de ERC, 17 abstenciones  a la buchaca.  El frente independentista ya está controlado. Ni tan siquiera les va a tener que prometer y avanzar algún  comprometedor documento sobre la autodeterminación. Porque ellos lo tienen claro. Ahora lo que toca es cerrar cualquier camino a la investidura de Rajoy; y en el minuto siguiente al de la elección de Sánchez al frente de un gobierno multicolor y abierto… a la improvisación  (el PSOE tiene 89 escaños de 350 posibles -¡como no le dará vértigo!)- ya volveremos con la matraca del independentismo y cómo llegamos a esa independencia express en año y medio, que es para lo que han puesto en San Jordi al alcalde de Gerona, un político de familia pastelera.

Para seguir sumando apoyos a la investidura, el candidato Sánchez necesita obligadamente el respaldo de Podemos y de sus tres marcas blancas, que como hemos empezado  a darnos cuenta, son algo más que unos partidos instrumentales, porque como buenos nacionalistas, le reclaman a Pablo Iglesias  su independencia. ¿O es que se cree el secretario general de Podemos que iba a ser más que el general Prim? Pero hasta en esto va a tener suerte Sánchez. Hasta hace muy poco, todos teníamos dudas sobre si Iglesias aceptaría a un Sánchez presidente, o si por estrategia quisiera forzar unas nuevas elecciones para dar el sorpasso definitivo al Partido Socialista. Al día de hoy, yo me inclino a que, al final, Iglesias dará los votos que le hagan falta al candidato Sánchez,  porque ya no está claro si a Podemos le interesan unas nuevas elecciones en las que tendría que dar más poder, y más independencia,  a Ada Colau, la estrella emergente de la izquierda soberanista catalana; con los de Compromís  ya se ha visto, que están con la puerta entreabierta; y con las mareas gallegas bien es sabido que te puedes ahogar  si no las controlas. Dudo mucho que a Iglesias le interese revolver ese gallinero parlamentario de Podemos en el que todo el mundo quiere disponer de su propio portavoz, que ya me empieza a recordar a esa expresión unamuniana: “yo soy de mi propio partido,  y si se apunta alguno más, yo me borro”. Y que en lo puramente histórico empieza a asemejarse a la  deriva que tomó la I República Federal Española. ¿Quien será el primero que reivindique la creación de una ceca para acuñar moneda? ¿Será tal vez una de las funciones de ese enternecedor ministerio de la Plurinacionalidad,  que ha propuesto el líder neocomunista?

Sanchez-PageEn ese escenario: ¿Al Podemos de Iglesias-Comité Central, le va a interesar arriesgarse con unas nuevas elecciones en las que si bien podrían llegar a ser más votados que el PSOE, al final con la aplicación de la Ley d’hont,  la asignación de parlamentarios sería muy similar?  El candidato Sánchez se ha adelantado a la respuesta de Iglesias-Comité Central, y ha tecleado en su calculadora: 69 votos más a la buchaca  de Iglesias y sus almas nacionalistas. Pero Iglesias es un hombre con gran sentido para la representación, porque no en vano es un político que creció en los platós de la Sexta,  y con ese punto de soberbia que le caracteriza ya le dijo a Sánchez que se ofrecía a ser el vicepresidente y a entrar en el Gobierno en los ministerios más  sensibles.  ¿Cómo fue lo dijo que Alfonso Guerra al respecto? Pongo en duda si al final habrá gobierno de coalición con esas exigencias, pero no que Iglesias acabará cediendo a Sánchez esos 69 votos que necesita para la investidura.  Y lo que tengo más claro que el agua del Sorbe es que si hay gobierno de coalición en Madrid, lo habrá también en Toledo.     

Pero sigamos:  a Sánchez solo le quedaría asegurarse para su elección los seis votos del PNV, que ya sabemos que desde los tiempos en que Zumalacárregui libraba batallas ante los liberales de Espartero, y luego con Sabino Arana y su acompañamiento de sotanas carlistas,  este partido-movimiento defensor de los viejos fueros es  de un progresismo acrisolado. ¿Cómo va a faltar el PNV en esa fiesta plurinacional que nos va a montar ese futuro gobierno del Estado Español? ¿Me permitirán por fin, cosa que nos negaron en el nacimiento del Estado Autonómico a las comunidades que  no seguimos el artículo 151 de la Constitución, el derecho a decidir a qué autonomía de ese nuevo federal debería estar adscrita cada una de las  provincias  españolas? Pongamos que hablo de Guadalajara.  Porque si el melón se abre, se abre para todos…

El PNV es muy dado a las grandes escenificaciones en campas , basílicas y  parlamentos, con lo que ya le están pidiendo al candidato Sánchez una relación de igual a igual  entre el Estado Español  y EuskalHerría –supongo que incluyendo en ella a Navarra y el condado de Treviño– como si de hecho fuéramos un estado confederal –que yo no digo que no se pueda hablar, aunque será entre todos, insisto–, pero que también exigiría una reforma en profundidad de la Constitución, lo que excede de las competencias de ese futuro gobierno.  Y para ello habría que contar con el PP y Ciudadanos, así que… También le han dicho a Sánchez que el PNV reclama el derecho a decidir, pero como Arzalluz es un pragmático, pues no se lo va a querer cobrar antes de la votación de investidura, para que no le pase lo de Mas el astuto, que él solito se metió en un callejón sin salida, por torpe. Como todo eso lo sabe el candidato Sánchez, apuntará otros seis votos para su investidura, y con su calculadora se presentará ante el Comité Federal: “Estimados compañeros, me salen las cuentas para ser el próximo presidente del Gobierno”.

A partir de ahí, caben dos posibilidades. Que el peso del poder caiga como una losa sobre el Comité Federal,  y le dejen hacer a Sánchez, y ya veremos hasta donde aguanta con un gobierno en precario. O que en la mayoría del  PSOE  cunda el temor a las consecuencias que podría tener para ese partido el fracaso de un gobierno corto de su líder. Y estoy seguro de que algunos socialistas, sobre todo los que conocieron la Transición, se preguntarán qué clase de modelo territorial se puede pactar con unos señores cuya única misión en la vida, ahora,  es romper España. O qué credibilidad tendría entre sus socios europeos (la UE está gobernada por una  gran coalición entre conservadores y socialdemócratas) un programa económico que habría que pactar con un partido neocomunista, que tiene por modelo un programa económico muy similar al que se tuvo que comer con patatas Alexis Sypras en Grecia,  después de renunciar a todos su inmarcesibles principios, y despedir a Varoufakis  a la velocidad de  su moto. Me gustaría que saber qué dice  de todo esto el economista de confianza de Sánchez,  Jordi Sevilla, un socialdemócrata  al que siempre he tenido por un tipo serio, y que está más callado que una tumba. ¿O es que le da lo mismo? ¿O es que en la estrategia de Sánchez, una vez investido,  no está negociar el presupuesto con esa “mayoría progesista” que él cocina, y no descarta una salida a la portuguesa en la que el nuevo gobierno de “mayoría progresista”,  que preside el socialista Antonio Costa,   tuvo que aprobar los Presupuestos con el primo de Rajoy, el ex primer ministro Passos Coelho, porque sus aliados comunistas y “progresistas”  dijeron que seguía habiendo muchos recortes? ¿Es esto lo que pretende el candidato Sánchez, gobernar aquí y allá a salto de mata, pactando los Presupuestos y las cosas de comer con PP y Ciudadanos , y una agenda social, maquillada por Jordi Sevilla, con la izquierda más extrema? ¿Qué credibilidad tendría ese gobierno en los  inversores extranjeros y los mercados, que nos refinancian cada año con 400.000 millones de euros? ¿Con qué dinero íbamos a pagar esos subsidios generalizados y los ingentes planes de empleo público? ¿Cuándo tardaríamos en volver a la situación de la España de 2009, en términos  de crecimiento y empleo, cuando fracasó el Plan Zapatero y nos metió cuatro puntos adicionales de  déficit  a nuestra economía, que todavía estamos pagando ?

Lo que deberá plantearse  el Comité Federal del PSOE es si merece la pena que Sánchez gobierne a toda costa, cerrando cualquier posible acuerdo con el PP — lo que choca contra el ideal de la Transición, porque los populares siguen teniendo 7,2 millones de votos– o si hay que explorar fórmulas que impidan unas nuevas elecciones, que por lo que dicen los sondeos no resolverían tampoco gran cosa; acaso prolongarían la inestabilidad y la incertidumbre, lo más peligroso para la economía y el empleo.

Me ha desagradado –no digo sorprendido,  tal y como es Rajoy, el témpano de Pontevedra—  que el candidato del partido más votado haya renunciado al debate de investidura. Aunque hubiera fracasado en la aritmética,  probablemente lo podría haber ganado ante la opinión pública, porque liberado de su corsé, Rajoy es un buen parlamentario y debería haber defendido un gobierno constitucionalista,  reformista y moderado como alternativa  a un frente izquierdista-independentista. En ese sentido, su decisión ha sido una total decepción, por mucho que a algún estratega cabeza de huevo –¿Arriola otra vez? le haya parecido mejor  la estrategia de dejar a Sánchez y al PSOE a que se cueza en su propio guiso y esperar  a ver si revienta la olla. Muy propio de un político que siempre ha jugado al contraataque, y que ha desperdiciado una holgada mayoría absoluta para liderar un proyecto honesto, reformista y social-liberal que hubiera ilusionado a un electorado de clases medias a las que la crisis ha proletarizado y las ha convertido en escépticas

Me gustaría creer que entre  PP, PSOE y Ciudadanos hubiera una mayoría sensata capaz de pensar en España, y exploren un gobierno de concentración sobre un programa concreto –reforma constitucional, consolidar el actual crecimiento en torno al 3% del PIB,  modelo territorial, ley electoral, reforma del Senado, estado del bienestar, lucha contra la corrupción  y ¡ojalá educación!- que sea como una especie de segunda Transición en la que desde el reformismo se  vuelva a asegurar para España otros treinta años más de democracia y de unidad.

Un gobierno en el que Rajoy y Sánchez, los dos perdedores de estas elecciones, se queden a un lado para que ése gran acuerdo nacional vuelva otra vez a ser posible. Tenemos una situación a la italiana, por haber despreciado el sistema de segunda vuelta, como en Francia, y hacen falta políticos italianos que negocien una salida digna para todos, pero sobre todo patriótica, mirando al pueblo español,  al que después de una crisis que ha durado ocho años, no se le puede enviar al despeñadero griego, y no digamos al venezolano.

Fórmulas hay varias.  Estudien la historia política de Italia donde ha llegado a gobernar un independiente respaldado por una mayoría  en la cámara, el candidato del tercer partido más votado, como solución de compromiso entre las dos fuerzas más grandes, o un presidente propuesto por el partido mayoritario en un gobierno con más ministros de los partidos que dan soporte al ejecutivo

El 20-D nos ha dejado una situación especial, que requiere de gobiernos especiales, de amplio respaldo, y que no naufraguen a las  primeras de cambio.  Requiere de finezza italiana.  No un gobierno frentepopulista  y que otra vez excluya a la mitad de España. Entre PP y Ciudadanos hay  10,7 milllones de votos.

Pero con un Presupuesto para 2016, que ya está aprobado, y que da a Sánchez un margen de maniobra de casi un año, lo que me temo es que al candidato perdedor le va a salir la cuadratura del círculo.

Esto es lo que hay. Lo siento.

A Sánchez le puede salir la cuadratura del círculo

 

A pesar de que el PSOE ha cosechado los peores resultados desde 1977, tal y como pinta el panorama, Pedro Sánchez  puede convertirse  en el próximo presidente del gobierno de España, ya sea en minoría o en coalición, aunque su partido solo tenga 90 diputados de los 350 que conforman el Congreso. Todo está a su favor, empezando por las matemáticas, que es en lo único en lo que ahora piensa Sánchez.  Tiempo tendrá el nuevo gobierno resultante de vender el producto,  e incluso de disfrazarlo para que no aparente estar demasiado a la izquierda, y no asuste a los poderes económicos. Pero eso será a partir de pasado mañana.

Sánchez tiene claro que su futuro político pasa por ser el próximo presidente, porque si no lo logra lo más probable es que no sería ni el candidato socialista a unas nuevas elecciones a celgbrar en Primavera. Y el caprichoso sistema electoral español, que no deja al electorado opinar en una segunda vuelta,  como en los países serios, ha dado a Sánchez  y a sus 90 diputados la llave del cofre. Con la composición que tiene el Congreso, hacia donde Sánchez haga girar la llave, allí que irá el gobierno. En sus manos está que gire desde la izquierda moderada hacia el centro y la derecha, o desde la izquierda hacia la izquierda más extrema. La aritmética parlamentaria no posibilita otras combinaciones que no pasen por Sánchez.

Lo primero que hará Sánchez es cerrar el paso a la investidura de Rajoy, que como candidato del partido más votado será, presumiblemente, el primero al que proponga el rey  Felipe, por pura cortesía. Para ello a Sánchez le vale con votar en contra, porque el resto de partidos con representación parlamentaria harán el resto. A buen seguro que liberado de los corsés que han hecho de él el presidente más previsible y aburrido de la democracia, Rajoy hará una vibrante defensa de su candidatura con un discurso reformista y trasversal,  que tanto hemos echado en falta en su legislatura de mayoría absoluta. Lo previsible es que Rajoy sume los 123 votos de su partido, las 40 abstenciones de Ciudadanos,  una más de Coalición Canaria, y seguramente  186 votros en contra, que proceden de la conjunción de los tres partidos de izquierda de ámbito nacional (PSOE, Podemos e IU)  y cinco formaciones nacionalistas (ERC, DL, PNV y EH-Bildu).

Una vez cerrada la posibilidad de gobierno del partido más votado, todas  las cartas estarán en manos de Sánchez, que solo tendrá que jugarlas con un poco de habilidad, y escondiendo algunas hasta el último momento. Llegado a este punto, solo hay un obstáculo en el camino del soldado Sánchez, que entonces ya sería comandante de las fuerzas de la izquierda. Sería que Pablo Iglesias no lo aceptara, y que por estrategia Podemos quisiera forzar unas nuevas elecciones para dar el sorpasso definitivo al Partido Socialista. No apuesto por ello. Como dice un amigo mío, Iglesias es un político poco sólido, pero  tiene una extraordinaria capacidad de adaptación al medio, y aunque Podemos no entre en el Gobierno, por lo menos oficialmente, no es previsible que fuerce unas nuevas elecciones en las que entre el PP y Ciudadanos pudieran aproximarse a la mayoría absoluta de 176 diputados (ahora solo suman 163)

Empecemos a sumar: entre PSOE y Podemos habría 159 votos favorables. A Sánchez le quedaría por buscar solo 15 en el magma del soberanismo. ¿Es esto posible? ¿Tendría que saltarse muchas rayas rojas, como se temen en el sector del PSOE próximo a Susana Díaz y a algunos barones  socialistas, entre ellos Emiliano García-Page?

Hasta en esto las cartas juegan a favor de Sánchez. Con Podemos aparentemente se alza como un muro la defensa del derecho a decidir, aunque si la estrategia de los cuatro grupos -¿parlamentarios? -, que integran esa formación es salvar al comandante Sánchez, habrá varias fórmulas para diferir ese derecho, que se podrían presentar mediante una promesa de consulta no vinculante y una reforma de la Constitución, que sería pura poesía. ¿Por qué? Porque para cualquier reforma constitucional hay quer contar ariméticamente con el PP y Ciudadanos, y no saldría adelante en los términos que ahora viene en el programa de Podemos y sus tres marcas blancas.

Una vez que Sánchez acuerde con Iglesias el  pacto de investidura para un gobierno en minoría,  con participación de personalidades próximas a la nueva  “mayoría progresista”, la investidura de Sánchez está en el bote. La aritmética juega otra vez a favor suyo: aunque seguirían faltandole 15 votos más para la mayoría absoluta,  que necesariamente tiene que pescar en el foso del independentismo (entre ERC y DL, ya tiene 17), tampoco creo que Sánchez vaya a tener mayor problema para lograrlo. De hecho , ya lo dijeron claramente tras la investidura del presidente independentista Puigdemont: “Rajoy es un presidente en funciones y no colaboraremos para que siga”. Lo último que quieren los nacionalistas es un gobierno nacional fuerte en Madrid formado por PP y PSOE,  porque saben que contra él se acabaría estrellando cualquier veleidad independentista. A ERC, DL e incluso al PNV les viene bien un gobierno multipartido, apoyado por una ensalada de siglas a las que solo les une un objetivo común: sacar al PP a escobazos del gobierno. Por todo ello, y aunque habrá una importante escenificación de los desacuerdos, no lo duden. Al final, como sucedió con la CUP,  los independentistas no frustrarán la investidura de Sánchez y diferirán, por unos meses, la única tarea que les ocupa, que no es el paro, la sanidad,  la seguridad o la calidad educativa, sino la desconexiòn con España.  Y me atrevo a añadir algo más: hasta la investidura de Sánchez no se va a visualizar ningún acto de desobediencia que haga intervenir con contundencia al presidente en funciones. Harán exhibiciones soberanistas, como el juramento de Puigdemont, porque no tiene trascendencia jurídica. Pero no se saltarán  la Ley.  Porque no les interesa.  Un minuto después de su elección será otra historia bien  distinta.

Paradojas de la vida, la cuestión secesionista no solo va a perjudicar a Sánchez, le va a catapultar a la presidencia.De hecho, ni tan siquiera haría falta que todo ese magma soberanista votara a favor de su investidura. Aunque PP y Ciudadanos, previsiblemente,  lo hicieran en contra, solo suman 163 votos. PSOE y Podemos tendrían 159, así que en la segunda votación de su investidura al comandante Sánchez solo le harían falta cinco votos para tener más sufragios  favorables que en contra, como exige la Ley. Y le podría servir hasta el PNV, que tiene 6, con que el resto de fuerzas nacionalistas,  IU  (2 escaños)  y Bildu (otros dos), se abstuvieran. Así que si sabe jugar bien sus cartas, Sánchez lo tiene chupao.

A la mayor parte del PSOE le habría gustado más que se pudiera haber precindido de los soberanistas para la investidura, aunque es una opción que si seguimos lo que ha venido diciendo Albert Rivera parece descartada. Una importante parte del electorado de Ciudadanos se ha pescado entre antiguos votantes del PP defraudados por la gestión de Rajoy, especialmente en asuntos de corrupción, y no estarían entusiasmados con que un partido que se reclama de centro  participara de un pacto de investidura con populistas de izquierdas, anticapitalistas  e independentistas.  Lo descarto por completo.

Todo esto es lo que interesa a Sánchez y todo esto es lo que creo que va a pasar. Pero habrá que preguntarse:  ¿Los intereses de Sánchez coinciden con los del PSOE para mantenerse como formación hegemónica  socialdemócrata de la izquierda española? ¿Y con los de España?  ¿Podría una mayoría parlamentaria  tan variopinta, y con intereses tan diferentes, dar soporte a un gobierno de un país que solo  ha empezado a sacar un poquito  la cabeza de la crisis, y, sobre todo,  tendría ese Ejecutivo credibilidad en el mundo de la economía y en los mercados,  que nos refinancian con 400.000 millones de deuda  al año, en un país que necesita seguir creciendo al 3% para no volver a destruir empleo, como antes de 2012?

Hoy tocaba hablar de lo que interesa a Sánchez. No de España.  Y  esto es lo que hay.

En Francia lo llaman patriotismo

Es una gran paradoja que sobre el Partido Socialista Obrero Español, que presenta los peores resultados de su historia desde 1977, con 90 diputados y el 22% de los votos, pivota cualquier posibilidad de formar gobierno en España y evitar unas nuevas elecciones para la Primavera. Pero los resultados son los que son, no vale si calificarlos de buenos o malos, el electorado ya se ha pronunciado, y deben ser los partidos los que se acomoden a ellos ante la ausencia de un sistema de segunda vuelta. Disponen de dos meses.

Por mucho quer mareemos la perdiz, solo hay dos alternativas con algunas matizaciones. Por un lado, un gobierno en minoría del PP con Rajoy, tolerado y controlado por PSOE y Ciudadanos. O un frente de izquierdas se supone que liderado por Pedro Sánchez, pero que necesitaría del respaldo de alguna o varias  formaciones soberanistas. La tercera variante sería sustituir a los independentistas por la complicidad de Ciudadanos, que debería abstenerse en la investidura.

Pues bien, todos estos caminos se encuentran ahora mismo cegados, a cal y canto. La solución más racional, y la que sería mejor acogida por el mundo económico, que ya empieza a descontar en los mercados la inestabilidad institucional, ha sido denostada por Sánchez, que bajo ningún concepto quiere facilitar la investidura de Rajoy. El gobierno entre socialdemócratas y populistas, con el respaldo de los independentistas, aunque a Sánchez le hace tilín y le gustaría intentarlo, tiene demasiadas líneas rojas que salvar. Empezando por un referéndum de autodeterminación, que no cabe en la Constitución, pero al que está comprometido Iglesias  con sus socios nacionalistas de Cataluña, Galicia y Comunidad Valenciana. Y la tercera variante, que fuera Ciudadanos el que facilitara una investidura a un gobierno entre PSOE y Podemos, ya la ha descartado Albert Rivera.

Cabría una cuarta y una quinta alternativa, muy improbable para un país como España, que se ha dado un sistema electoral con todos los peligros del italiano, pero sin la capacidad de negociación que tienen nuestros amigos trasalpinos. Me estoy refiriendo a un gobierno de concentración entre las dos fuerzas políticas más votadas, conservadores y socialdemócratas, solución a la que se ha recurrido en Alemania en momentos delicados o para evitar la repetición de las elecciones. Aunque esta gran coalición es la que funciona actualmente en el Parlamento Europeo, del que emana la normativa fundamental por la que se rigen los estados miembros, sus partidos asociados  en España ni tan siquiera se lo plantean, y no tanto porque el PP y el PSOE tengan diferencias imposibles de reconciliar –no más que entre el SPD y la CDU en Alemania-, sino porque entre los socialistas españoles se ha instalado la creencia de que  tal coalición supondría el fin del PSOE como partido hegemónico de izquierdas. No hay nada científico que lo demuestre, porque jamás se ha experimentado, pero suena por lo menos raro que entre un amplio sector del PSOE se magnifiquen las diferencias, que ciertamente se dan con el PP, y en cambio se minimicen o incluso se ignoren las que se suscitarían con fuerzas situadas más allá de la Constitución de 1978,  en la izquierda populista y con las que nunca se coincide en las instituciones europeas. ¿No es un poco estrambótico? ¿Hay dos estrategias en el PSOE, una en Madrid y otra distinta en Estrasburgo? ¿O tal vez dos partidos socialistas distintos? Sea como fuere, un dilema de tal calibre, y que entra de lleno en el debate sobre el futuro de la socialdemocracia, que impulsa Manuel Valls en Francia en condiciones bien distintas a la de su homónimo español, es obvio que le sobrepasa a un Pedro Sánchez atosigado por las urgencias y que no es capaz de ver más allá del debate de investidura o del congreso de su partido, que ni él sabe cuándo lo celebrará. Supone una gran distorsión que cuando el Partido Socialista tiene que decidir otra sobre lo que quiere ser de mayor –como sucedió en el  XXVIII Congreso de 1979  en el que Felipe González  dio por superado el marxismo–  y en qué lado del parlamento europeo quiere situarse, lo tenga que hacer en un estado de gran debilidad. Pero esto es lo que hay.

La quinta posibilidad, que es la que ha resuelto las mayores crisis de la política italiana, a buen seguro que ni se llegará a plantear. Me estoy refiriendo a un gobierno abierto presidido por alguien del Partido Popular, no necesariamente Rajoy, y en el que estuvieran intregrados personalidades del Partido Socialista y Ciudadanos. Debería obedecer a un programa reformista pactado, que podría abordar la reforma de la Constitución en los puntos sobre los que hay más coincidencia, cambios en el sistema electoral -¿por qué no una asignación de una parte de los diputados mediante los restos, como se hace en Alemania?–, reforma del Senado, la despolitización de los órganos colegiados de la Justicia, medidas contra la corrupción y en favor de la transparencia de instituciones y partidos políticos, estímulos a la nueva economía o el blindaje del sistema de protección  para los casos de emergencia social.

No sería una segunda transición, tampoco hay que exagerar,  pero un gobierno abierto podría estar en mejor condición de abordar una serie de reformas, que están en el ánimo de todos, pero que serían más complejas de instrumentar en un ejecutivo partidista. Claro que para ello se necesita la generosidad y la amplitud de miras que demostró la clase política de la Transición y un sentimiento que parece olvidado: en Francia lo llaman patriotismo.

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