En Guadalajara el agua es una mera expectativa

Una manifestación contra el Trasvase Tajo-Segura en Guadalajara a la que acuden cerca de mil quinientas personas  no es ningún fracaso, teniendo en cuenta que en nuestra provincia somos poco dados a movilizarnos, y que incluso organizaciones  se supone que potentes,  como los sindicatos, apenas han reunido a trescientas personas en algún primero de Mayo.  Por ello, nosotros la calificamos  en nuestro titular de “concurrida”, aun sabiendo que en esto de contar manifestantes siempre llevamos las de perder frente al Levante español. Por dos razones:

Primera,  porque ellos son más.

Segunda, y principal, porque si en Murcia salen a la calle cincuenta o cien mil personas en defensa del agua del trasvase del Tajo es porque los cien mil saben  lo que se están jugando. Para empezar, todos ellos son consumidores de ese agua en sus hogares e industrias. Y para terminar, el trasvase del Tajo son varios puntos en el PIB del levante español, lo  que contribuye a equilibrar de una manera decisiva la balanza comercial española. Solo el sector agrícola de Alicante aporta unos 600 millones de euros; por no hablar de su potente sector turístico.

Cabe por tanto hablar de una manifestación “concurrida”, para los términos en los que nos movemos por estos lares. No deja de ser patético, pero mientras que el agua del Tajo en el levante español es la defensa de una realidad en las  provincias de su cabecera apenas es una expectativa. Esto es así, porque a pesar de que han pasado cuarenta años, en el levante consumen el agua del Tajo para beber, para regar y para mantener su fabulosa industria turística. Y en Guadalajara y Cuenca, el agua es apenas una expectativa, porque solo en Sacedón y algunos pueblos ribereños beben agua del pantano, y aquí no se ha desarrollado una industria turística y de ocio potente como sucede en el levante, por no hablar de los regadíos previstos en las famosas leyes de compensación del Tajo-Segura, que se quedaron en agua de borrajas. Es más, en Guadalajara las expectativas han ido a peor, porque el incipiente sector turístico que alumbró el llamado Mar de Castilla en los años setenta ha decaído cuando se comprobó que los cálculos del Tajo-Segura eran un puro fiasco. En la cabecera del Tajo no hay agua suficiente para asegurar el abastecimiento de una región del nivel de consumo que tiene el levante español. Ingenieros y políticos  del tardo franquismo se equivocaron colocando la cañería en la cabecera del río y no en el Tajo medio, como demuestra la pluviometría. Y hasta en Murcia se han dado cuenta de ello.

Más allá de esta protesta, recurrente, que se hace en Castilla-La Mancha cada vez que las elecciones están cerca, hace tiempo que estoy convencido de que la solución a la falta de agua en la cabecera del Tajo tiene que llegar más por el empuje que se pueda hacer desde los beneficiarios de este invento,  el levante español, que por el empuje de su despoblada cuenca cedente. En la cabecera del Tajo cada vez nos queda menos que perder. Como decía uno de los portavoces de la Plataforma de Afectados por el Trasvase, José Antonio Vargas, que tiene uno de los pocos negocios de náutica que sobreviven, este verano ha estado obligado a  trabajar fuera casi todo el tiempo, porque ya no se puede traer a nadie en las condiciones en que está el pantano. Pero lo peor es el desánimo que se instala entre los pocos que se atrevieron montar un negocio en el entorno de los pantanos: «Esto es una muerte anunciada desde hace años, que empieza a calar».

Por eso, insisto, que como a la cabecera del Tajo peor no le puede ir, porque el aprovechamiento del agua que allí se almacena es solo una expectativa frente a la realidad del Trasvase, para garantizar un desarrollo a 400 kilómetros, deberán ser los beneficiarios de ese desarrollo los que se espabilen. Y tienen dos caminos.

Entrar por el aro en el desarrollo de nuevas desalinizadoras más eficaces, de las que hasta ahora no han querido  saber,  por los precios políticos del agua que llega del Tajo. Y no menos importante: luchar para que en España haya un Plan Hidrológico Nacional, que se fue al garete cuando el aldeanismo se extendió por esta vieja piel de toro al pairo de un estado Autonómico mal entendido, y peor vertebrado, en el que cada barón regional quiere ser el dueño del agua que discurre por su finca.

La triste realidad es que la cabecera del Tajo no da para más, y eso que todavía no se ha puesto en marcha el segundo trasvase previsto para llevar agua a la llanura manchega, que tampoco está en la cuenca del Tajo, precisamente, sino en la del Guadiana.

Aquí, todo el mundo quiere aprovecharse  de la misma vaca y de las mismas ubres, pero hace tiempo que estas se secaron. Soluciones,  las hay (les recomiendo el artículo de Rufino Sanz sobre la conexión entre las cuenca del Duero y el Tajo), pero en contra de lo que piensan los más optimistas, la desvertebración del Estado ha llegado a tal extremo que cualquier política territorial superadora de los intereses autonómicos  se hace inviable por las protestas que generaría. Soy pesimista.

Sospecho que de eso toca en las elecciones del 20-D, aunque por lo que vemos en algunas comparecencias televisas no lo parece.

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