Personalmente me encuentro entre los españolitos que aceptan que el gobierno de Rajoy no tenía más remedio que acometer antipáticas reformas para que el país no cayera en la bancarrota –otro debate es cómo las ha hecho y si se ha pasado o se ha quedado corto– , y que quiere creer que lo peor de la crisis empieza a pasar. Pero inmediatamente me doy cuenta de que debo ser un optimista impenitente, porque la sensación que encuentro en la calle cuando hablas con amigos, conocidos y transeúntes es de un pesimismo generalizado, que francamente no tengo ni idea de cómo se puede traducir en clave electoral. A día den hoy, la abstención ganaría por goleada.
No me extraña por tanto que la opinión mayoritaria en la última encuesta que ha realizado GD –no es científica, como todas las que se hacen en los digitales, pero yo no las despreciaría— es que un 81% de los que han participado en ella – un total de 174— creen que “evidentemente vamos a peor”. Tremendo.
La mayoría de los datos macroeconómicos nos indican que los indicadores empiezan a mejorar. Se ha reducido el déficit público y se está cumpliendo con el Plan de Estabilidad, han mejorado las exportaciones, la balanza por cuenta corriente, se ha detenido la degradación del sistema financiero, por primera vez desde 2008 se ha frenado el hundimiento del precio de la vivienda y también por primera desde 2009 vamos camino se cerrar el 2013 con una caída del paro, algo que parecía impensable en un país que históricamente necesitaba crecer por encima del 4% del PIB para crear empleo. El corolario de estos signos positivos es la subida de la bolsa, que como bien sabemos es un termómetro de lo que los mercados creen que está por llegar. Por eso se dice que hay que comprar con los rumores y vender con las noticias.
Hechos son hechos, y estos los son. Indudablemente. ¿Por qué entonces este pesimismo? Porque el ciudadano corriente no vive y come de la macroeconomía y de las grandes cifras, sino de lo que siente y palpa, es decir, la microeconomía. Y lo que le llega es lo siguiente: Que los pisos habrán bajado –más de un 50% en Guadalajara-, pero ni tienen un empleo estable para meterse en una hipoteca ni los bancos se la darían. Que el paro habrá caído por primera vez desde 2009, pero todavía quedan 4.808.908 desempleados haciendo cola en las oficinas del Inem y la calidad del empleo que se crea es tan precario que el 40% de los contratos realizados en 2013 lo eran por menos de 1 mes. Esto es lo que hay. Si alguien cree que con este panorama la reactivación del consumo es una realidad porque el personal haya salido en masa a montañas, playas, tiendas y centros comerciales aprovechando el puente de la Inmaculada, creo que se equivoca.
Zapatero, un buen hombre que careció de valor y de conocimiento para ver lo que se nos venía encima, ha publicado un libro muy interesante en el que aporta algunas claves que valen también para entender lo que está haciendo Rajoy. Aunque algunos pasajes suenan a autoexcusa, comprobamos en el libro hasta qué punto está condicionada la política de un país de la Unión por la política estratégica general, que marca el Banco Central Europeo y sobre todo Alemania, y como es imposible resistirse a ella cuando las cosas vienen mal dadas. Paradojas de la vida, el comportamiento más patriótico de Zapatero se produce cuando aceptó como inevitables los recortes en el segundo tramo de su legislatura, porque sabía que de lo contrario la prima de España se habría disparado hasta el infinito, con ella la financiación del país y el final habría sido el default, la intervención y la bancarrota para tres generaciones.
Los incumplimientos de las promesa electorales de Peter Pan Zapatero no es diferente a lo que ha hecho Rajoy –o Román en Guadalajara– con las subidas de impuestos y los recortes sociales que ha implementado en los dos primeros años de legislatura. España no podía seguir generando más y más déficit, si quería seguir pagando las pensiones y las nóminas a sus funcionarios, aceptó una reforma laboral en la línea de lo que se le exigía desde Frankfort –no quiso con buen criterio suprimir el salario mínimo y generalizar el llamado contrato de crisis, que no generaría derecho laborales–, pero no se ha tomado un minuto en explicar cuál es la hoja de ruta y sobre todo decir la verdad a los españoles. No vale solo con gestionar, también hay que liderar, como cuando Churchill salió al balcón de palacio para pedir a los británicos sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo. En este país de milagros todavía hay gente que piensa que las cosas se pueden solucionar dando patadas a las urnas y echando por la borda la democracia social-liberal. En esto falla Rajoy, como Rubalcaba, que solo ven lo que tienen delante de las narices, y se resisten a decir a los españoles la verdad. Que más tarde o más temprano habrá que llegar a un pacto entre los dos grandes partidos para salvar en lo posible el sistema público de pensiones y el Estado del Bienestar, pero con reformas, porque de lo contrario –como se ingresa menos de lo que se gasta- saltará por los aires, ya que no se puede seguir haciendo como este año: tirar de las reservas de la seguridad social para pegar pensiones y prestaciones.
Voté «sí» a esta Constitución e hice propaganda pública por ella en una provincia donde el “no” tenía gran visibilidad. Pero no tengo ninguna duda de que la culminación de esas reformas imprescindibles, que deben incluir nuestro ineficiente modelo autonómico, exige de nuevos pactos entre las dos fuerzas mayoritarias que necesariamente deben llegar a su reforma, para abordar con seriedad cuestiones como la amenaza secesionista a la que hay que dar una solución democrática desde la unidad. En cambio, me da miedo que el sectarismo y la miopía de la actual clase política, la peor desde la Transición, acaben por precipitar a la nación por el tobogán del populismo y la radicalidad.
En España todo se decide a 4 años vista, y en clave de vete tú para ponerme yo, y no nos damos cuenta de que el mundo ha cambiado como no lo hacía desde la II Guerra Mundial y los desafíos son enormes. Es tiempo de pactos y de líderes morales, como Mandela, no solo gestores, profesionales de la política y el trapicheo.
Esto es lo que hay.