Este martes se celebra el 60 cumpleaños de Javier Borobia, y los amigos lo vamos a celebrar con la presentación de un libro para el que su hermano Jesús Orea ha ido seleccionando una gavilla de artículos de aquí y allá, representativos de la formación abierta de su autor, que cual ilustrado príncipe del Renacimiento tiene un conocimiento multidisciplinar para poder tocar todos los temas que le rodean. Borobia es en ese sentido un hombre producto de un tiempo que ha quedado atrás, el de la Cultura con mayúsculas, aquella que como decía Camilo José Cela no es más que el poso que queda a la persona cuando olvida todo lo que ha estudiado. Hablamos de una época que ha sido superada por la técnica y la especialización. Si algo define al siglo XXI es la aplicación de la tecnología en todas las vertientes de nuestra vida y la consiguiente formación de técnicos especialistas que la hagan funcionar, pero que los tengo por menos capacitados para entender el conocimiento de una forma global. Ese poso cultura del que hablaba Don Camilo. Borobia siempre ha sospechado de la intromisión de la técnica en nuestras vidas, y por ello receló hasta del teléfono móvil, ese intruso que entró en nuestras vidas y con él mil sistemas que han dado lugar a una cultura cada vez más ancha y global, pero más simple.
Algunos de esos artículos que ha seleccionado Orea se publicaron por primera vez en El Decano, en una sección que se llamaba El Mirador, y que compartía semanalmente con otros amigos. A Javier le tocaba escribir una vez al mes, aunque bien sabíamos que su artículo sería el último en llegar para desesperación del jefe de redacción, entonces un servidor. Salva Toquero me preguntaba: “¿Cómo vamos con el cierre?”. Y yo le solía responder: “Queda el artículo de Javier y poco más”. “Vendrá con una primicia”, replicaba con humor el director. Aunque sabíamos que no. El artículo de Javier podría haber sido escrito cinco siglos antes, y podía tratar de Alvar Fáñez y la reconquista de Guadalajara o la influencia de la tierra de Guadalajara en la literatura del Arcipreste de Hita. Javier es un tío con gran cachaza, hay que reconocerlo, pero siempre cumple con su palabra, como los castellanos viejos. Ahora tengo que añadir que internet nos ha ayudado mucho a los que escribimos en las labores de documentación, aunque al mismo tiempo nos ha alejado de las bibliotecas y eso tampoco me parece que sea bueno.
Esta labor del Javier Borobia, articulista, escritor o pregonero –en esto último es un verdadero maestro y su pregón de las Ferias de Guadalajara es uno de los mejores que se han dado en toda la historia de nuestra ciudad—forma parte de esa personalidad de príncipe renacentista que él ejerció durante tanto tiempo. Solo que en Borobia no se ha limitado a difundir sus conocimientos serenamente, como lo hacen los intelectuales no comprometidos, él en el fondo es un agitador social, nunca violento, pero sí que ha buscado cambiar las cosas en la sociedad y la cultura de Guadalajara. Javier nunca se ha conformado con la labor del animador sociocultural, que hace más divertido lo preexistente. Él es el agitador que sabe que para que unas cosa se mantenga y no se pudra, necesita cambios, y a veces profundos. Es un conservador con alma de revolucionario.
Tengo mil pruebas de ello. La agitación sociocultural de Javier llegó a los Carnavales de Guadalajara, que habían dejado de celebrarse, con el grupo Mascarones, el embrión del carnaval actual. Borobia compuso hasta la letra del Aliguí, que puso música mi hermano Chechu. La cofradía de la Capa, que montaba escenas del Tenorio en restaurantes y tabernas de Guadalajara, representadas por Javier y otros, fue el germen del Tenorio Mendocino, sin duda el principal fenómeno social de Guadalajara con el Maratón de Cuentos. Fue actor y director de obras con Antorcha, jurado con la Ata en el Arcipreste, el jefe de las estrafalarias fuerzas de Don Carnal en el Festival Medieval de Hita, y su agitador cuando estaba moribundo. Como católico responsable, estuvo entre los renovadores de su cofradía de la Pasión, con la llegada de los cargadores, y de una Semana Santa de Guadalajara que languidecía año tras año. Aportó su sangre joven a la hermandad de los Apóstoles, bajo el manto de San Felipe. Castellanista activo, no se encogió de hombros durante la Transición, aunque esa etapa no nos salió bien, porque no conseguimos reducir el número de las autonomías castellanas y para colmo nos dejaron fuera a Madrid. ¡Pero vaya si se agitó Guadalajara entonces! Seis meses se paralizó el proceso preautonómico. Javier Borobia fue hasta concejal del Ayuntamiento de Guadalajara, pero le tocó estar en la oposición y perdimos la oportunidad de que un agitador de la cultura pudiera cambiar las cosas desde las instituciones.
Javier Borobia ha estado donde había que estar. Y si no estaba en un sitio, sería por algo. Gracias a gente como él, todavía Guadalajara no es un pueblo sin raíces del Corredor o una capital administrativa protomanchega de la autonomía que nos gobierna, porque supo cultivar sus señas de identidad desde la propia sociedad civil que él agitó. Hoy cumple 60 años, y aunque el riesgo de caer en la cultura de la vulgaridad que trae la globalización mediático-cultural-administrativa es cada vez mayor, y yo he perdido casi toda esperanza, por lo menos nadie podrá decir que Javier se quedó mirando para otro lado.
¡Ah! Además de todo eso y mucho más, Javier Borobia es un funcionario jubilado de la Diputación de Guadalajara, que trabajó con pulcritud para que las obras de los planes provinciales se hicieran lo mejor posible, con independencia de quien gobernara.
Este agitador guadalajareño, castellanista y español cumple 60 años, y este martes a las 19,30 en el colegio de San José, los que quieran nos pueden acompañar en la presentación de su libro.
Esto es lo que hay. Y no es poco.