Viernes negro para el Reino Unido y Europa en general. Por un millón de votos de diferencia, apenas cuatro puntos, Gran Bretaña ha decidido abandonar la Unión Europea. Una decisión que ha partido al reino en dos: a favor del Brexit, Inglaterra y Gales, y la población de más edad; en contra, Escocia e Irlanda del Norte, y los británicos más jóvenes.
El Brexit es el golpe más duro al ideal europeo que imaginaron los Schumann, Adennauer, Monnet y otros fundadores de la CECA al terminar la II Guerra Mundial. Una unión política y económica en la que la concertación de intereses nacionales y el diálogo político sustituyera al nacionalismo rampante, que fue el combustible de las dos guerras mundiales que sufrimos en el primer tercio del siglo XX.
El Brexit es también el triunfo del populismo como forma de acción política. La salida de la Unión Europea era apoyada por el ala más rancia del Partido Conservador, pero también por el ultranacionalismo del UKIP, que necesita de enemigos exteriores para definir sus posiciones ante la ausencia de alternativas propias. El programa de los que han ganado este referéndum es el de carecer de todo programa. La identificación de Europa y sus instituciones como el gran culpable a los problemas que aquejan a Gran Bretaña, que no son diferentes a los de otros pueblos desarrollados, ha calado en gran parte de la sociedad británica, que como en tiempos del viejo Imperio vuelve a creer que replegar al reino sobre sí mismo al estilo del siglo XIX, puede ser una solución en un mundo globalizado como es el actual.
El Brexit abre también la Caja de Pandora ante populismos de toda especie, que aprovecharán el “Leave” británico para intentar repetir el proceso en sus respectivos países. No ha faltado un minuto para que la ultranacionalista Marine Le Pen haya reivindicado otro referéndum para Francia. Europa vive un renacimiento de los nacionalismos con partidos cada vez más pujantes en Austria, Hungría, Chequia, Holanda o Dinamarca, que detestan a la Unión Europea. Gran Bretaña es el primer país que saldrá de la UE por voluntad propia y su ejemplo es un aliento para el retorno al aislacionismo, el proteccionismo y la autarquía como forma de relacionarse con el mundo. La huída del Reino Unido es un duro golpe para la Unión Europea, solo atenuada porque una mayoría de los británicos nunca acabaron de creer en el proyecto europeo, y por eso estaban en sus instituciones a la carta, con numerosas cláusulas de salvaguardia para no perder soberanía. Pero una ascensión de los ultranacionalistas en un país como Francia acabaría con el proyecto europeo de cuajo, que a día de hoy sigue teniendo dos pilares irreemplazables: Alemania y Francia.
El Brexit ha dejado tocada a Europa, que hoy es más débil que ayer, y sumida en una montaña de interrogantes, que tardarán en despejarse al menos dos años, los que contempla el Tratado para cualquier desanexión. Dos años de incertidumbres. Por de pronto habrá que ver cuál es el impacto real en el PIB británico del “Leave” y hasta qué punto esto se traducen en una nueva recesión para el Reino Unido, y por extensión de Europa. En España no podemos olvidar los importantes intereses que empresas nacionales tienen en el Reino Unido (Santander, BBVA, Telefónica, Iberdrola, ACS…) o que el mercado británico es el primero para el turismo español tanto en visitas como en la compra de viviendas. Con lo que la pérdida de valor de la libra hará a los ingleses menos viajeros e inversores, por lo menos hasta que el panorama empiece a aclararse.
El Brexit es también un serio aviso para los partidos tradicionales (conservadores, liberales y socialdemócratas) que como constructores de un edificio europeo, que nos ha propiciado el mayor periodo de paz y prosperidad, últimamente no han sabido reaccionar ante los efectos de la crisis. Se han aplicado demasiadas soluciones financieras que al final se han cargado sobre las espaldas de las clases medias europeas, provocando su empobrecimiento, mientras que los verdaderamente ricos ahora lo son más que hace siete años. Esta progresiva proletarización de las clases medias ha estado históricamente detrás de cualquier auge del populismo desde el momento en que millones de personas llegan a la conclusión de que el sistema ya no les protege, y caen en los brazos de los telepredicadores que ante problemas muy complejos ofrecen soluciones aparentemente sencillas, que van desde el cierre de fronteras y los “nacionales primero” del populismo de ultraderecha al feroz intervencionismo y al aumento desmedido del gasto público y de los impuestos entre los que retoman viejas recetas neomarxistas que ni funcionaron antes ni funcionarán, ahora. El riesgo para Europa es que cada vez hay más personas bienintencionadas que creen en las recetas-milagro de esos nuevos chamanes de la política, y han llegado a la conclusión de que no tienen nada que perder. Y no les importa asomarse al precipicio para mirar qué hay en el fondo, aunque sea por la novedad.
El Brexit nos dibuja por tanto una Europa con más dudas, que deberá tomar decisiones trascendentes ( o vamos de verdad hacia los Estados Unidos de Europa o esto se va al garete) y necesita de gobiernos nacionales estables, trasversales y de amplio respaldo, como sucede en Alemania, que puedan afrontar tales retos con garantías. Si hay un momento en el que la prudencia aconseja que no se deben hacer experimentos con gaseosa es este.
Con un irresponsable como David Cameron, el político más inútil del Reino Unido desde Chamberlain (aquel que creyó que se podía parar a Hitler solo con palabras) , ya tenemos bastante. Pero no es fácil encontrar a un Churchill con coraje suficiente como para liderar esta compleja situación. Aunque una cosa debemos de tener claro: si fracasan las reformas o no se impulsan con decisión, si el estado del bienestar se diluye y pretendemos reactivar el consumo y la competitividad empresarial solo a base de bajar los sueldos y cargar la mano sobre los que pagamos el IRPF; y si se escapan por la gatera los que tributan por fondos y sociedades, lo que nos espera detrás del muro de Adriano son los nuevos bárbaros. Otra vez.
Esto es lo que hay.