El mercado de abastos de Guadalajara tiene capacidad para albergar 24 negocios pero desde hace un par de años sólo resisten ocho: varias carnicerías, un par de fruterías, una pollería y un puesto de variantes. Ninguna pescadería. Sólo ocho puestos y ni siquiera están ubicados en la misma planta, lo que hace que la sensación de abandono sea aún mayor.
Es un negocio ruinoso para el Ayuntamiento de la ciudad. Cada mes ingresa, por los alquileres de esos ocho puestos, unos 1.500 euros, alrededor de 18.000 euros al año, mientras que los gastos casi multiplican por cuatro esa cifra. En 2013, según datos oficiales, los gastos del mercado fueron de 65.000 euros y eso que no se invirtió nada, ni un euro, en mejoras del edificio.
Esta es el panorama que se vive en el Mercado de Abastos, que cada cierto tiempo aparece de manera recurrente, como el monstruo del lago Ness, en el debate municipal. Ahora es el grupo de Ciudadanos el que propone la convocatoria de una mesa de diálogo en la que participen tanto comerciantes como Equipo de Gobierno y grupos de oposición y en la que se hable sobre lo que se puede hacer. En febrero se aprobó la enésima moción -por mociones que no quede- en la que se demandaba una acción rehabilitadora, encargada a la Escuela de Arte de Guadalajara, y que concluiría con la ejecución de unas obras en su interior, tampoco se sabe muy bien con que propósito, y sobre esta base se volverían a sacar a concurso los puestos que ahora no están ocupados. Y se supone -solo se presume- que para entonces se suscitaría un interés que ahora no existe por parte de potenciales interesados. La moción no se ha cumplido, porque además de estar cogida con alfileres, no tenía dotación presupuestaria. Pero de haberlo hecho, habría sido como poner el carro antes de los bueyes.
Porque el problema del mercado de abastos es de modelo de negocio, y eso no se arregla con mociones para hacer como que se hace.Porque corremos el riesgo otra vez de tirar el dinero del contribuyente para financiar ocurrencias que pueden no ir a ninguna parte.
Por tanto, lo primero que hay que definir mediante el procedimiento que sea, incluyendo el concursode ideas, es el modelo de negocio. Que ya no puede ser el de aquel proyecto diseñado en 1883 por Mariano Medarde cuando Guadalajara apenas tenía
veinte mil habitantes, cuatro veces menos que ahora, aunque sobre el mercado pronto comenzó a pivotar la vida comercial de la ciudad. Eso era así porque la escasa población de la ciudad se arrebujaba en torno al mercado y apenas tenía competencia en un pequeño comercio que ubicado en el eje plaza de los Caídos-plaza de Santo Domingo no dejaba de ser complementario.
Un siglo y cuatro después, todo es diferente. Y ya no tanto porque el mercado haya dejado de estar en una zona poblada de Guadalajara, porque potencialmente el mercado de abastos tiene más vecinos en el nuevo polígono del Balconcillo que se hizo allá por el cerro del Pimiento; estamos hablando de un cambio radical en la concepción del comercio y los hábitos de consumo, que ha pillado al mercado con el pie cambiado. El mismo concepto de mercado de abastos municipal, tulelado por el Ayuntamiento, ya no es propio de estos tiempos. Como no lo es el Servicio Nacional del Trigo que tutelaba el precio y el mercado del cereal, la Campsa que monopolizaba el combustible, o la Jefatura Provincial de Precios y Consumos, que fijaba los precios máximos de los productos considerados de primera necesidad. El propio concepto de los mercados municipales forman parte de esa España de la autarquía en la que el Ayuntamiento debía socorrer la falta de iniciativa y capacidades de comercio local, al que había que tutelar desde los poderes públicos como a un pariente disminuido.
Afortunadamente, el comercio de Guadalajara sigue hoy otros parámetros, y en nada se asemeja con el de ese mercado que Merarde diseño a finales del siglo XIX, pero es más: ni tan siquiera con la estructura comercial de la ciudad de hace apenas quince años. O si me apuran todavía más: con la cultura de las grandes superficies comerciales, de las que El Corte Inglés es su moderna catedral pagana. Con mi cariño para la Escuela de Artes y el fenomenal trabajo que allí se realiza. De nada valdría su valioso trabajo creativo si eso no va acompañado de un nuevo modelo de negocio. Y sobre él hay que hablar primero. ¿El modelo debe seguir siendo municipal, y seguir malgastando el dinero del contribuyente, a lo que se ve con escaso retorno al tener vacíos la mayoría de los puestos? ¿Hay que pesar en un modelo de gestión privada con adjudicación a veinte o treinta años vista, y que respetara los derechos adquiridos por los comerciantes que han sobrevivido a la guerra de los cien años? ¿O tal vez es mejor un modelo público-privado en el que la gestión ya no sea del Ayuntamiento sino de una empresa especializada del sector?
En España, hay experiencias para todos los gustos, pero no son fáciles de exportar. Algunos se han fijado en el glamour de los mercados madrileños de San Antón o San Miguel, volcados hacia los puestos delicatessen y el género de alta calidad, pero olvidándose de que en gran medida están vinculados al turismo, y en Guadalajara el turismo es el que es. Les invito a que lean el reportaje que en Guadalajara Diario publicamos sobre el asunto para que vean que el asunto no es sencillo.
Por ello, lo primero que hay que definir es el modelo; y luego establecer el marco adecuado para que los potencialmente interesados en poder operar en este mercado, ya sea en su gestión integral o como interesados en posibles espacios pudieran presentar sus proyectos. Lo único que sabemos ahora es que el modelo con que se concibió el mercado en el siglo XIX está agotado. La pena es que en ciento treinta años no hayamos dado una salida al asunto más allá de la ocurrencia de turno para buscar un titular en los periódicos.
Esto es lo que hay. O casi habría que decir: lo que no hay. Un modelo de negocio que nos sirva al menos para otros veinte años.