Iván Fandiño se nos ha ido por una fatal cornada, producto de la mala suerte (un tropezón, una mala caída, un cuerno que lo empitona en el costado…) en una plaza del sur de Francia, y nos vuelve a recordar a todos que esto es la gloria y miseria de la lidia. Que a veces se nos olvida, también a los aficionados. Siempre que un torero sale al ruedo está aceptando un riesgo que te puede llevar a la muerte. Y si delante tenemos a un toro con trapío y las defensas íntregras, más riesgo entraña. Y Fandiño era de estos últimos. Como el segoviano Víctor Barrio, que hace un año por estas fechas también perdía la vida en la plaza de toros de Teruel. Toreros de verdad. De raza. A los que nadie les regaló nada. Lo cuenta muy bien Vicente Hita en un artículo que escribió para el especial que publicó Guadalajara Diario. En alguna ocasión apuntó a Néstor García Poveda que inculcase en el torero moderación y que midiese más el riesgo para evitar en lo posible ser cogido, pero su apoderado de inmediato le contestaba:
– “Él es así, no entiende el toreo de otra forma que no sea entregándose a tope cada tarde”.
Y bien que lo demostró: en la famosa tarde de San Isidro de 2014 en que tras una excelsa faena de muleta llegó la hora de entrar matar, Fandiño arrojó la muleta al suelo y se tiró encima de los pitones de un imponente toro de Parladé. Sabía por tanto que el astado lo iba a voltear. Pero era lo de menos: estaba en juego la puerta grande de Madrid, la gloria bendita, y solo había una alternativa: la puerta grande o el hospital. Ya sé que es difícil de explicar, pero les aseguro que estos toreros de raza son así. Con Víctor Barrio me crucé alguna vez en el frío invierno de Sepúlveda antes de las ocho de la mañana, cuando yo me iba a esquiar a La Pinilla y él se marchaba al campo a entrenar. Porque los toreros de raza lo son las 24 horas del día y los 365 días del año.
El de Orduña era igual que Víctor Barrio: también tuvo que subir desde los más abajo, con muy pocas ayudas. Fandiñó empezó siendo de aquellos maletas que se pasaban el verano en el Hotel España, y que Felipe Jiménez “El Botas” los iba repartiendo por los pueblos de la provincia. Un mundillo muy especial que conocí con Salvador Toquero en las barras cerveceras del Bar Río y el Bar Soria, que sustituyeron a las más antiguas del Hotel España y en las que se remataban los carteles de la provincia, que Salvador retrató con gran sensibilidad y maestría en libro la “La luz de una herida”. La diferencia es que Fandiño, como bien decía su banderillero, Roberto Ortega, ha sido el que “más lejos llego de todos los que pisamos los pueblos de Guadalajara” .
Todo era cuestión de tiempo. Me lo recordaba nuestro crítico taurino Jaime Hita, que siempre creyó en él. A Guadalajara llegó con escasa técnica y algún kilo de más (pasó de 80 kilos a 65 a base de pollo y piña), pero tenía lo fundamental. Valor y unas ganas ilimitadas de ser figura del toreo. Era de esas personas para las que la vida dejaría de tener sentido si fracasan en lo que desde niños llevan entre ceja y ceja. Estando en todos los tentaderos y toreando lo que le echaban en los pueblos de nuestra provincia Fandiño adquirió la técnica que le valió para salir por la puerta grande de Las Ventas y sumar once trofeos en el primer coso del mundo. Fue la recompensa a esa cultura del esfuerzo, que como pocos encarnó Fandiño. No dejaba pasar una oportunidad. Fuera en Castilforte, el pueblo al que volvía todos los años por lealtad cuando Ivan era ya Fandiño, un torero con nombre, Guadalajara o Jadraque. En esta última plaza me convenció de que llegaría a ser figura del torero. No era Las Ventas, y aunque el festejo se televisaba por la autonómica tampoco era el Canal Plus. Y enfrente le habían echado un ganado de Saboya, la ganadería en la que se se entrenaba cuando se compró el adosado de Tórtola de Henares, que era de imposible lucimiento. Una vacaburra le soltó un puntazo que habría enviado a cualquiera directo al Hospital, pero le colocaron un aparatoso vendaje en la pierna y a un toro que se colaba en cada pase le cortó todos los trofeos. Ese fue su secreto. Cuando a su valor unió la técnica que fue adquiriendo en las polvorientas plazas de Guadalajara le valió para convertirse en figura del toreo. Y cambió su modesto chalé de Tórtola por la finca de Fuentelencina, donde ahora vivía.
Este año no llevaba su mejor temporada, pero nadie dudaba de que Fandiño acabaría remontando el vuelo y volvería a salir en otro San Isidro por la puerta grande de Las Ventas. Se lo impidió “Provechito», negro zaino, nacido en marzo de 2013, perteneciente a una ganadería que conocía muy bien, la de Baltasar Ibán. Ibán como él. Es el riesgo aceptado que acecha tras cada pase a cualquier torero; aunque a menudo se nos olvida.
Fandiño fue enterrado el lunes en su pueblo, Orduña, del que se marchó buscando otros territorios más propicios para hacer una carrera taurina. Primero Valencia, luego Sanlúcar y finalmente Guadalajara, donde se hizo torero, una peripecia vital que la mayoría de las informaciones que han salido a raíz de su muerte han olvidado. Seguramente para remarcar su condición de torero vasco, que el periódico más importante de Vizcaya, El Correo, lo calificaba como el «mejor torero vasco de la historia». Entre los aficionados hay tanta necesidad de tener un torero vasco, que no era cuestión de compartirlo con nadie.
El sábado 16 de septiembre cuando Cayetano, Perera y otro más hagan el paseíllo en Guadalajara en la corrida que él estaba anunciado a todos se nos va a poner un nudo en la garganta. El torero del Hotel España que más lejos llegó faltará por primera vez en muchos años a la Feria de la Antigua.
P.D.- Un grupo de periodistas rusos especialistas en turismo ha visitado esta semana Castilla-La Mancha en un viaje organizado desde la Dirección General de Turismo, Comercio y Artesanía. Cuenca, Alarcón, Belmonte, las Lagunas de Ruidera, Consuegra y Toledo fueron los lugares visitados por la expedición rusa, a la que también llevaron a ver cómo se elabora el mazapán de Toledo. Como es habitual en esta región: mucha Mancha y poca Castilla. Que una visita oficial que pagamos todos pretenda vender en Rusia los indudables encantos turísticos de la región (y todos los sitios nombrados lo son) y se deje fuera al segundo destino regional, la ciudad de Sigüenza, recientemente nombrada Capital del Turismo Rural 2017 de España es como para hacérselo ver por los burócratas de la Dirección General de Turismo, Comercio y Artesanía. Que la Diputación les pague un viaje por la provincia y les enseñe algunos de los encantos de esta Guadalajara que no por estar en un córner de la Autonomía se merece estos desplantes. Pero esto es lo que hay y con estos bueyes debemos arar.