Diario alarmado. 31-M. Acuerdo de salvación.

El domingo vi al presidente del Gobierno superado. Dos días después supimos por qué. Su discurso fue confuso, pronto entró en bucle y no fue capaz de explicar el alcance de las medidas que iban a aprobar y las preguntas que le trasmitía su propio jefe de prensa. «Hay que ser breves y concisos», escucho decir a Felipe González sobre el lenguaje que requiere la situación. Fue una total imprudencia comparecer ante la Nación cuando el decreto que debía ampliar las nuevas medidas de confinamiento se estaban todavía cocinando en Moncloa. Tal es así que la entrada en vigor del decreto hubo de aplazarse hasta el martes, para que por lo menos en algunas empresas pudieran apagar la luz. Al día siguiente me empecé a preocupar al escuchar a Antonio Garamendi, presidente de CEOE-Cepyme, contarnos que desde el Gobierno se habían limitado a informarle, pero que no les habían consultado nada. El gobierno de Sánchez-Iglesias toma una medida extraordinaria que afecta de lleno a la vida de las empresas y se hace al margen del diálogo social. ¡Esto lo hace Rajoy y le queman La Moncloa!

El asunto está en que las empresas deben afrontar una eventual recuperación para cuando la pandemia sanitaria pase, pero mientras tanto tienen que seguir pagando salarios y cotizaciones, en muchos casos sin haber tenido una contraprestación en forma de producción. ¡El milagro de los panes y los peces! Y eso lo deberán afrontar a base de ERTEs, que solo corrigen una parte del problema, y sin posibilidad de recurrir al despido objetivo, lo que no es más que un encarecimiento del despido, que a lo mejor lo pueden afrontar algunas grandes empresas y llevarán a las pequeñas al concurso de acreedores. Los más pesimistas (o lo más realistas, ya veremos), como el economista Daniel Lacalle, secretario de Economía del PP, hablaba esta misma mañana de que la economía puede tener una caída de entre el 8 y el 10% este año y en ese escenario, la tasa de paro llegará al 35% de paro y un cese de actividad de actividad en 900.000 empresas. Ojalá que este buen señor, que ya me ha dado el día, se equivoque, pero en cualquier caso estamos ante una gravísima crisis sanitaria, abordada con improvisación, que puede derivar en otra económica, y lo que el presidente del Gobierno se debe preguntar si es capaz de afrontarla solo con el apoyo del ala comunista del Gobierno a base de ideología, y el apoyo parlamentario del nacionalismo independentista. O si no estamos en una situación lo suficientemente grave como para que Sánchez necesite ampliar su campo de decisión no únicamente a los agentes sociales, sino también a los principales partidos parlamentarios.

Sánchez todavía debe pensar que se puede salir de esta sin un gobierno, o al menos un acuerdo de salvación, que marque el camino de la recuperación.

Sánchez tiene que empezar a digerir que la legislatura ha quedado herida de muerte por el coronavirus. Y con qué socios quiere afrontar la grave crisis económica posterior, una vez que entienda que los empleos y los escudos sociales no se crean por decreto, como debe pensar Iglesias. Adolfo Suárez afrontó situaciones menos graves con los Pactos de la Moncloa. Sánchez todavía debe pensar que se puede salir de esta sin un gobierno de salvación, o al menos un acuerdo de salvación, que marque el camino de la recuperación. Si lo que pretende Sánchez e Iglesias, sin más, es que la oposición se limite a convalidar en el Congreso las medidas que van aprobando unilateralmente es que han perdido el juicio.

Esto es lo que hay. Termino este post y compruebo en el banco que me acaban de cargar la cuota de autónomos. No nos la han aplazado, no. Es muy probable que como autónomo-societario este mes no pueda facturar ni un solo euro para no perjudicar la liquidez de nuestra pequeña sociedad, pero el gobierno no pierde un minuto en pasarnos la receta. La pregunta que se hacen tantos autónomos y pequeñas empresas es hasta cuándo podremos aguantar sin temer más al desolado solar que nos va a dejar esta guerra que al propio COVDID-19; y la madre que lo parió. O como dice el escritor Paolo Giordano: «Las consecuencias del virus deberían darnos más miedo que el propio virus»

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