El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, reiteró ayer en el Congreso su llamamiento a unos nuevos pactos de La Moncloa: “Todos estamos llamados a esos pactos. ¿Están dispuestos? Yo lo estoy», enfatizó tras precisar que en ellos deberían participar, además de las fuerzas políticas, los agentes sociales y las Comunidades Autónomas. ¿Tiene algo que ver la crisis actual con la que dio lugar a esos pactos de La Moncloa firmados el 25 de octubre de 1977? Sí en una cosa, y no en todas las demás.
¿Está el gobierno de Sánchez, en el que se integran los neocomunistas de Podemos, y con unos socios de investidura que ni tan siquiera apoyan el estado de alarma, porque les molesta ver un soldado montando un hospital de campaña, en condiciones de afrontar la crisis más profunda desde el crash bursátil de ese Jueves Negro de 24 de octubre de 1929 en Wall Street que terminó en la Gran Depresión?
“Sí”: Los pactos de la Moncloa se firman para atajar una crisis económica desencadenada por una inflación galopante, que llegó hasta el 27%. La peseta había perdido el 30% de su valor, el crédito estaba estrangulado y hasta los préstamos oficiales para vivienda protegida se daban al 15% de interés como media. En plena Transición, con un gobierno de Adolfo Suárez con poco margen de maniobra (165 diputados), había serio riesgo de identificar democracia con ineficacia en la gestión de las cuentas públicas, con amenaza de involución. Suárez tuvo muy claro que los avances que se daban para la construcción de un nuevo estado democrático no eran compatibles con una inflación y un paro disparado y así lo entendieron los partidos de la oposición. Aunque el PSOE de Felipe González (118 escaños) llegó a la negociación reticente, porque no quería potenciar el papel del PCE (20 escaños) de Santiago Carrillo, al final firmó los pactos y con él la UGT de Nicolás Redondo, que tenía la misma prevención con las Comisiones Obreras de Marcelino Camacho. Pero se impuso la responsabilidad y el patriotismo, hubo pactos de Estado, la mala deriva económica se frenó y se pudo proseguir en la tarea ya iniciada de elaborar la Constitución, que se aprobó por clamorosa mayoría un año después. Los pactos de La Moncloa fueron la alternativa a la formación de un gobierno de concentración nacional para abordar una crisis que se podía llevar por delante la Transición. Ahora, la crisis del coronavirus es todavía peor, porque el parón en la actividad económica amenaza a decenas de miles de pequeñas empresa y autónomos, que no tendrían músculo para levantar el cierre tras cesar la Alarma, con un apoteósico aumento del paro (hasta el 35% hablan algunos economistas). Inevitablemente, la pregunta que nos tenemos que hacer es esta: ¿Está el gobierno de Sánchez, en el que se integran los neocomunistas de Podemos, y con unos socios de investidura que ni tan siquiera apoyan el estado de alarma, porque les molesta ver a un soldado montando un hospital de campaña, en condiciones de afrontar la crisis más profunda desde el crash bursátil de ese Jueves Negro de 24 de octubre de 1929 en Wall Street que terminó en la Gran Depresión?
“No”. Son varias las diferencias entre 1977 y 2020, pero especialmente dos. La primera de orden técnico: Suárez, que de economía sabía lo justo, más o menos como Sánchez, tuvo el gran acierto de poner de vicepresidente Económico con mando en plaza a uno de los catedráticos más prestigiosos de la universidad española: Enrique Fuentes Quintana. Y este de rodearse de economistas de fuste como Manuel Lagares, José Luis Leal o Blas Calzada, para elaborar la arquitectura de los pactos que fue presentada a la negociación. ¿Podría Sánchez hacer algo así, o de lo que se trata es simular que se negocia, de hablar del sexo de los ángeles, lo que se refirió Casado como “trampantojo”? Quien debe mover ficha es el presidente del Gobierno, como hizo Suárez en 1977, y para ello tendría que buscarse a su Fuentes Quintana. Para empezar.
La segunda, y esencial diferencia entre aquellos y estos nuevos tiempos alarmados, es que en 1977 las fuerzas políticas y sociales tenían claro que sin estabilización económica la Transición peligraba, por lo que echaron toda la carne en el asador. Y para ello era necesario negociar hasta que se les cayeran las pestañas. Aquellos partidos demostraron un gran sentido de Estado, lo que en Francia llamarían simplemente patriotismo, y con la redacción de la Constitución en sus primeros pasos tuvieron una gran capacidad de hacer políticas trasversales. Pero para lograr esos consensos era necesario actuar con moderación, y en ese primer parlamento fue una fortuna que los partidos extremistas se quedaran fuera o tuvieran un mínima representación. Ahora, la derecha y la izquierda radical, que cuestionan partes esenciales de la Constitución ocupa una cuarta parte del parlamento; e inevitablemente contaminan su espacio más próximo, comprometiendo a la actuación de socialistas y populares con sus políticas frentistas. En el primer caso, porque tienen al adversario ideológico sentado en el Consejo de Gobierno y tramando tretas para salir ideológicamente reforzado de esta crisis queriendo dirigir ese gran camelo que es la renta garantizada, como si el Estado Español tuviera más recursos que los países nórdicos y Alemania. ¿O de lo que se trata es de montar un trampantojo y reunificar todas las ayudas de emergencia para que las gestione el vicepresidente Iglesias? ¿Y qué podemos decir del PP de Casado?. ¿Qué márgenes tiene para la negociación de unos pactos con 52 diputados sentados a su derecha extrema, que no han aprobado ni la prórroga de la Alarma, y esperan cualquier fallo para convertirse en la alternativa a Pedro Sánchez?
Esto es lo que hay. En el momento más delicado desde la Guerra Civil, España tiene el parlamento más complicado para llegar a unos nuevos pactos de Estado y la generación de políticos más inexperta. Si fuera una partida de cartas, sería cuestión de barajar de nuevo y repartir. Porque la legislatura está muerta con un gobierno que todavía está funcionando con los Presupuestos de Montoro, a quien deberían poner una estatua en la biblioteca del Congreso. La única alternativa: que los moderados, los que no hicieran del enfrentamiento y de las dos Españas su forma de hacer política, llegaran a un acuerdo sobre los instrumentos esenciales para que la crisis no se desborde y comprometa hasta el propio sistema democrático con el auge del populismo. Un pacto que requeriría de un compromiso para ir a las urnas tan pronto como la crisis sanitaria empiece a ser superada.