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Sánchez en su microbús

Ha caído el telón y estamos como siempre que Puigdemont quiere tomar distancias aparentes con el gobierno de Sánchez para su consumo interno: que los hace “mear sangre” (sic), pero al final le salva de la quema como en las películas de suspense. El prófugo tiene una virtud, saber hasta dónde tensar la cuerda sin que se rompa; y Sánchez juega con las cartas marcadas, consciente de que Junts nunca participará en una operación parlamentaria para evacuarle de La Moncloa, porque con el que venga -se supone que Feijóo– nunca tendría tanta influencia como la que dispone en el actual parlamento, por caprichos de la aritmética. Por ello, Puigdemont seguirá como hasta ahora: apretando las clavijas a Sánchez, pero sin ahogarle, a no ser que desde la cúpula empresarial de Foment se lo exijan, y no lo parece por mucho que añoren las maneras de Pujol y su Convergencia. Puigdemont es mucho más atrabiliario, pero han conseguido que asuma con eficacia sus intereses en las negociaciones que mantiene con el Gobierno. Como se ha visto en los impuestos especiales con banca y eléctricas.

Puidemont dando un mitin en Barcelona, el pasado 8 de agosto.

Así las cosas, Sánchez ha testado que la única manera de poder tener unos presupuestos es entenderse con Puigdemont, quien podría convertirse en “Español del año”, si Anson siguiera dirigiendo Abc, como hizo una vez con Jordi Pujol. ¡Qué ingenuidad! El problema para el Gobierno es que cada negociación que acomete con Puigdemont le sale más cara, porque Junts tiene muy claro que para revertir el fracaso del Procés debe esmerarse en acometer lo que ellos llaman instrumentos para la desconexión con España, en el marco de un proceso de desespañolización que se inició con Convergencia y ahora ha acelerado Junts. Y en este capítulo debemos reconocer que han llegado más lejos con las cesiones de este gobierno de lo que lograron golpeando la Constitución en otoño de 2017 y quemando contenedores en vía Layetana. El asunto de la lengua lo tiene resuelto con la expulsión del español de la escuela catalana (desoyendo las sentencia del Supremo), con el beneplácito de Salvador Illa; la financiación singular a costa de la caja común está en los pactos de investidura con el presidente de la Generalitat, que para eso gobierna; y al de Waterlóo le queda ocuparse de asuntos como la inmigración y el control de fronteras, para no quedarse atrás con el discurso xenófobo de Aliança Catalana, con representación en el parlamento catalán. Sánchez no va a tener fácil ser complaciente en esta última aspiración de los separatistas, porque no está en la Constitución, pero tampoco estaba la amnistía y ha salido adelante sin que a Pumpido se le caiga una pestaña.

Desde la semana pasada, el presidente del Gobierno ya sabe que con Puigdemont puede negociar los presupuestos, aunque tenga que ir a su residencia de Waterloo para rubricar el acuerdo, como ha tenido que convertir el ómnibus en un minibús para salvar el match-ball de la moción de confianza. Todo vale con tal de seguir en La Moncloa; otra cosa es gobernar por carecer de una mayoría parlamentaria estable, y poner al PP ante sus contradicciones. Cómo justificar el apoyo al minibús cuando lleva pasajeros muy incómodos (ese palacete regalado al PNV y la renovación de un decreto que ampara a los inquiokupas y desanima a los propietarios dispuestos a alquilar) y en lo estratégico: dejar a Vox en exclusiva el rechazo parlamentario en la votación. Feijóo va a tener que esmerarse más en la explicación de su estrategia porque la pinza está servida. Y esto es lo que hay.  Sánchez conduce el microbús, bien es verdad que por un camino pedregoso que le puede sacar de la carretera en la próxima curva. ¿Pero y si llega a la meta, recogiendo por el camino pasajeros de las doce tribus de Israel, para proclamar a los cuatro vientos la noche electoral que “somos más”?

Mal haría Feijóo creyendo otra vez que van a acceder al poder como el que hereda una finca.

LA FRASE:Ahora crece el PIB, aumenta el empleo y los ingresos del Estado marcan récord, pero la gente que trabaja no vive mejor, ni accede en buenas condiciones a la vivienda, ni forma familias”. JUAN SOTO IBARS, escritor.

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