Parafraseando a Francis Ford Coppola y a su “¿Apocalyse Now?”, la mejor película que se ha hecho sobre la guerra del Vietnam, podríamos hacernos esa misma pregunta sobre este coronavirus que lo inunda todo; y en gran parte lo contamina. Aunque si analizamos los datos fríamente, no parece que estemos al borde del apocalipsis; la gran novedad es que sí estamos ante la primera pandemia global que se viraliza por internet, con millones de fuentes, lo que aporta un “factor pánico” sin parangón hasta ahora. Solo unos pocos números: según he escuchado al ministro de Sanidad, Salvador Illa, en España mueren unas 6.000 personas al año por culpa de la gripe, aunque muchos de ellos tuvieran otras patologías previas; y la Organización Mundial de la Salud (OMS), nos habla de que la gripe está detrás de unos 800.000 fallecidos al año. En España, el coronavirus lleva a fecha de 9 de marzo, 999 personas afectadas y 25 fallecidos. En todo el mundo, hay 110.000 contagiados y unos 3.800 muertos. Por tanto, si comparamos las cifras de afectación y mortandad entre la gripe y el coronavirus, no debería haber motivos para tanta alarma suscitada en todo el mundo, y especialmente en la vieja Europa, así que si tenemos la sensación de que se ha desatado el apocalipsis es debido a ese “factor pánico” que produce la viralización de esa información al saber, por ejemplo, que en Italia, donde hay 7.357 contagiados y 366 muertos, se ha decretado el aislamiento de 16 millones de personas en Lombardía, Piamonte y las provincias del norte, que ha alterado hasta en lo más básico a la vida diaria de la gente. ¿Son prudentes y eficaces estas medidas de contención a lo gobierno chino que han adoptado las autoridades trasalpinas? Ni ellos lo saben, aunque más valdría que tomáramos nota porque al ritmo que lleva la propagación de la enfermedad en nuestro país, todavía en periodo de contención, no es cuestión de cometer los mismos errores cuando se multipliquen los contagiados.
Lo que distingue a este virus de otros más peligrosos (como el del Ébola) al que nos hemos enfrentado es que se ha hecho famoso. Desde luego más que el de la gripe, que a estas alturas debe estar celoso por la poca atención mediática que se le presta. Este fin de semana, dos jugadores del Real Madrid, Carvajal y Nacho, quedaron fuera de la convocatoria por un proceso gripal, y ni siquiera venía en el titular de la información. Si hubieran cogido el coronavirus habría salido hasta en el The New York Times, y la suspensión de un partido de La Liga habría estado más cerca.
Contribuye a la viralización del coronavirus la mala información, la carencia de ella o incluso la sobreinformación que se produce desde fuentes no autorizadas. No ya es tanto un problema que algunos programas de entretenimiento hayan cambiado las hazañas de cama de los famosos o las truculencias del crimen más llamativo: lo peor es que opinen del asunto los mismos tertulianos que antes lo hicieron de la última novia de Paquirrín.
A la confusión general se añade un factor más que acompañaron en su propagación pandemias anteriores. Hasta la peste se movió con más sigilo. En la mitad del siglo XVI se estima que entre el 30 % y el 60 % de la población de Europa murió desde el comienzo del brote a mitad del siglo XIV. Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a otros 40 a 60 millones en África y Asia. Las consecuencias del coronavirus son una broma en comparación con aquellos años negros, pero en cambio su impacto económico puede ser objetivamente mayor al daño causado si las soluciones para su contención se sobredimensionan, como delatan las espectaculares caídas en la bolsa que para los inversores anuncian el inicio de una recesión provocada por el descenso de la producción, el consumo y el propio PIB.
Por tanto, ante una pandemia cuyas consecuencias son mayores de lo que estrictamente deberían producir, en comparación con la gripe, lo importante es acertar con el término medio entre la inacción y la sobreactuación. También en lo informativo. Tengo escrito que jamás la sociedad ha tenido tantos canales abiertos de información como hasta ahora, y ¡oh paradojas!, también del riesgo de estar peor informados que nunca. Es por culpa de eso que ahora llaman “fake news”, y que es una manera fina de denominar a los bulos que se propagan por internet, como antes se hacía en las tabernas mientras bebían el vino peleón de Jumilla. En esta tarea, los medios de comunicación profesionales tenemos un papel que jugar, que apenas se valora por los poderes públicos, que es actuar de filtradores de esas noticias falsas que circulan en las redes sociales, y que son las que han hecho del Covid-19 un apocalipsis mundial. Pero para poder filtrar tantos bulos que se despachan a diario, solo es posible desde la transparencia de las autoridades sanitarias que proporcionan esa información. Y por lo menos en Castilla-La Mancha, en los últimos días se está produciendo un apagón informativo en el seguimiento del coronavirus, que nos impide contrastar esa información que nos demandan los lectores, como se comprueba por los varios miles de cliks que dan a las noticias que servimos. Si los portavoces de la Consejería de Sanidad se limitan a dar el número de casos por provincia, y ni tan siquiera informan ni de qué localidad es el enfermo o cuál es su entorno, malamente vamos a entender cuál es la situación real del Hospital, cuántos profesionales están aislados y pendientes de las pruebas, cómo está afectando el Covid-19 a la actividad normal del centro hospitalario, si hay colegios o no afectados, si hay residencias de ancianos o no contagiados, cómo hay que actuar ante un contagio en tu entorno … Solo hay que darse una vuelta por las redes sociales para darse cuenta de las “noticias” que hay al respecto sobre todo lo anterior. Nuestro criterio, como el de la mayoría de los colegas, siempre ha sido solo publicar informaciones confirmadas por fuentes oficiales, aunque ello nos ha llevado a retrasar noticias de otras fuentes fiables. Pero si la información se administra con cuentagotas, no va a ser posible obtener una evaluación real del estado de la pandemia, y si el sistema está verdaderamente funcionando; o no.
Esto es lo que hay; o lo que no hay. El apocalipsis llama a la puerta; y yo creyendo que es el lechero.