El otro día, un amigo con amplia experiencia en tareas de gestión y en asuntos públicos, me dijo que la situación de Rajoy era insostenible y que la presión en torno a él le abocaba a la dimisión. Yo le dije que no compartía su punto vista, y que salvo que saliera alguna prueba real de ese saco de culebras que guarda Bárcenas en Soto del Real, el presidente del Gobierno agotaría la legislatura, aunque su credibilidad y la de su partido iba a quedar muy mermada de cara a una cita con las urnas.
Vamos a ver. Bárcenas es un felón y un presunto delincuente, como se encargan de repetir mañana, tarde y noche quienes fueron sus compañeros de partido durante más de 30 años y algunos de lo que alegremente pusieron por él la mano en el fuego en las primeras horas de este escándalo. En este sentido, su credibilidad no es comparable a la del presidente del Gobierno. Entre Bárcenas y Rajoy, yo creo antes a Rajoy. Ahora bien, como dice el clásico, la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Y aquí Rajoy, y sus fontaneros genovitas, tienen las de perder. ¿O es que todos los papeles de Bárcenas son falsos?
Evidentemente, no. Y es entonces donde surge una maraña de dudas, que está horadando como el peor óxido la legislatura, por lo que la presencia del presidente del Gobierno en sede parlamentaria es imprescindible, y no debería esperar a una moción de censura del Partido Socialista, que no tendría entonces ni pies ni cabeza. Rajoy tiene que salir al paso de esa firme sospecha que hay sobre una irregular financiación de su partido, decir lo que sabe y pedir perdón por lo que no supo, y sobre todo contestar claramente a una cuestión ética y moral: ¿Cobró él, sí o no, sobresueldos de su partido, como afirma el porquero de Agamenón desde la cárcel? Porque si lo hizo, el problema no es tanto que ministros y altos dirigentes del PP cobraran unas gratificaciones periódicas por su trabajo, eso simplemente es una cuestión a discutir, lo grave sería que lo hubieran hecho en negro y no hubiesen declarado a Hacienda. Aunque el delito o la falta hubiese legalmente prescrito, moralmente no se lo podría permitir un presidente del Gobierno. Y por eso los ciudadanos de este país, y los electores del PP los primeros, lo que quieren escuchar a Rajoy, sin más circunloquios, es que él no cobró sobresueldos en dinero negro y que se querellará personalmente contra los que así lo afirmen.
Si Rajoy sigue dando la callada por respuesta, podrá seguir gobernando, y así se lo dije a mi amigo, pero él se habrá achicharrado como líder político y habrá metido a su partido en un barreño de cemento fresco. ¿Pero… y la presión de la calle y de la opinión pública?, protestaba mi amigo.
Yo le respondí que esa no es la presión a la que más teme Rajoy. Lo que realmente le da miedo a Rajoy son los mercados y la prima de riesgo, y mientras los poderes fácticos europeos y empresariales no le envíen a Rajoy signos evidentes de contrariedad, puede colegir que puede seguir como si tal cosa, incluso sin acudir al parlamento y esperar a que la tormenta pase. En el ambiente se respira que hay algo todavía peor que la corrupción, y es la inestabilidad de quinta economía de Europa. Es cierto. Pero algo huele a podrido en Dinamarca; y no me gusta.
Por eso respondí a a mi amigo que Rajoy, parapetado en su confortable mayoría parlamentaria, podría tener la tentación de seguir, sin dar mayores explicaciones. No hay que olvidar que los ataques externos, como los que sufre Rajoy, hacen coraza en torno al que los padece, y sobre todo si estamos hablando de un partido de Gobierno.
¿Pero cuál sería el precio a pagar en cuestión de credibilidad, en un líder político que nunca la tuvo alta, como apuntó mi compañero Fernando Pastor en su blog?
Que en todas las encuestas, la credibilidad de Bárcenas sea superior a la del presidente del Gobierno, e insisto en que yo quiero creer al presidente de mi Gobierno, sería una losa de la que difícilmente se podría librar del PP, por los siglos de los siglos.
Esto es lo que hay.