La guerra entre el sátrapa de Assad, el presidente de Siria, y los fanáticos asesinos del autodenominado Estado Islámico dura varios años, pero el mundo no se había enterado de ella hasta que la foto de un niño ahogado playa de Turquía se convirtiera en un fenómeno viral. ¿Quién no sabe ahora quién es Aylán Kurdi? Como él han muerto miles de niños en esta guerra que libran dos bandos criminales, pero nadie se había enterado hasta que apareció en los noticiarios de todo el mundo y su imagen silente fue retuiteada millones de veces en las redes sociales. Sabedores de la importancia de la propaganda en las guerras, en primera línea de los ejércitos norteamericanos iban los camarógrafos y los corresponsales de guerra, y todo el mundo tenía claro quién luchaba por la libertad. Ahora los empotran en la retaguardia en acciones bélicas menos dignas, para que no vean nada, y no se dan cuenta de que así empiezan a perder la batalla ante la opinión pública occidental.
Desde que Aylón Kurdi apareció en nuestros smartphones, el mundo occidental bienpensante ha decidido que hay que ser solidarios con estos refugiados y hacer algo por ellos. Y a los gobiernos europeos les ha cogido a contrapelo, porque estas muestras de solidaridad hay que canalizarlas para que la acogida no se convierta en un desbarajuste que se les pueda volver en su contra. Antes de que Aylón Kurdi muriera en una playa del mediterráneo, la Unión Europea fue incapaz de colocar en su territorio a 45.000 refugiados. Después de la ducha escocesa que sufrimos con Kurdi, los noticiarios ya conectan en directo con campos, carreteras y estaciones repletas de refugiados, y el contingente a colocar se eleva a 120.000. De ellos, la malvada Alemania de Merkel es la que más acogerá (31.443), seguida de Francia (24.031) y España (14.931). Y el gobierno español reconoce que eso desborda todas las previsiones y el ministro Margallo, con su sinceridad habitual, precisa: “la cifra de refugiados dependerá de Hacienda”. Yo estoy convencido de que mal o bien España será capaz de asumir esa cuota de refugiados, y que a paliar las penurias de la Hacienda pública van a contribuir otras instituciones públicas, además del Estado, pero sobre todo la sociedad española, todavía impactada con lo que ven en sus televisores. A Guadalajara le tocará también su cuota, que al haber tenido el primer centro de acogida de refugiados en Sigüenza, siempre ha estado por encima de la media. Y por ello me alegra de que ante este aluvión de solidaridad, organizaciones que saben de qué va esto se hayan ofrecido a coordinar la buena voluntad mostrada por políticos y voluntarios en acciones eficaces y viables. Lógicamente en Guadalajara estoy hablando de ACCEM.
No dudo de que esta primera llegada de refugiados la vamos a asumir; España es un país muy solidario en situaciones de especial impacto mediático, pero el reto de verdad vendrá cuando el inevitable efecto llamada que provocará este bello gesto de la Unión Europea pueda convertir esos 120.000 asilados en medio millón o en un millón, quién sabe. ¿Qué dirá entonces el civilizado y compasivo ciudadano europeo si sus estructuras de acogida, como se temen los gobiernos, son desbordadas y los refugiados acaban en campos indecentes, acampados en los jardines de las ciudades o vagando sin ocupación por las calles europeas?
La Unión Europea ha tenido una gran miopía al abordar el problema sirio, pero ha empezado a reaccionar, cosa que no han hecho países, como Rusia, que defendieron la impunidad de Assad con gran torpeza y ya no digamos los países árabes ricos, que no se han dado por enterados de lo que está pasando. Europa no pude abordar una emigración masiva de esta envergadura en solitario, porque fracasará y las costuras de un traje, que llevamos cosiendo desde que acabó la Guerra Mundial y se firmó el tratado de Roma, podrían saltar en unas semanas. Y esa misma sociedad, que impactada por la foto de Aylón Kurdi, está ahora dispuesta a sentar un refugiado en su mesa, diría que aquí ya no cabe ni uno más si la situación se desbordara. Ese día, el ideal de la Europa de De Gaspieri, Adenauer o Schumann habría muerto y volveríamos otra vez a los nacionalismos y a exigir los cierres de frontera, como solución. Ya ha sucedido. El nacionalista gobierno húngaro, superado por la situación, aprobó nada menos que poner alambradas de espinos en la frontera y penas de prisión a la emigración ilegal, y su popularidad ha subido.
La crisis de los refugiados ya ha puesto a prueba a la propia concepción de la Unión Europea, que con todas sus imperfecciones es el espacio económico más solvente del mundo, Estados Unidos aparte, pero al que esta crisis le pilla un poco lejos. Lo que toca ahora es implicarse en un esfuerzo internacional, con la implicación de Rusia, los países árabes y Estados Unidos, para llegar al fondo del problema, que es la situación en Siria. Porque, de no hacerlo, lo que los islamistas no lograron volando las torres gemelas, lo podrían conseguir: desestabilizar a Europa entera. Y cuando el continente se tambalea, ya sabemos que el mundo se derrumba.
Ninguna solución a largo plazo es posible sin abordar el problema en origen, es decir, en Siria. Toca hacer política fina y, seguramente, ponerse el casco, porque las puntuales acciones aéreas de castigo no han bastado. Y si las Naciones Unidas no son capaces de armar, con el consenso entre Europa, Estados Unidos, Rusia y los países árabes, una operación conjunta sobre el terreno que libere a Siria de sus dos diablos esto no tiene solución. El problema para Europa es que parte de los que exigen, ahora, una acción decidida a favor de los refugiados, serán los primeros en colocarse a la cabeza de la manifestación para rechazarla el día en que se decidiera una intervención en Siria.
Por tanto, si Europa se paraliza o es incapaz de dar una respuesta inteligente, cada vez serán más los países que no acepten la autoridad comunitaria en asuntos de interior y justicia (ahora, Reino Unido, Irlanda y Dinamarca, que no tienen obligación de aceptar ninguna cuota), el espacio Schengen se irá a la porra, y en pocos años no quedaría ni rastro de esa Europa solidaria que imaginaron sus padres fundadores.
Esto es lo que hay. Y mientras tanto, en Cataluña los nacionalistas erre que erre con la independencia. ¿Pero en qué mundo vive esta gente?