Hace no mucho escribí que no pensaba fuéramos a llegar a unas terceras elecciones, y no tanto por el sentido patriótico de nuestros actores políticos, sino porque porque al final quise creer, ya veo que de puro voluntarismo, que Pedro Sánchez iba a facilitar una salida para que pudiéramos tener gobierno. Ingenuo de mí, pensaba que acabaría haciendo caso a todo ese coro dramático, formado por ex presidentes del Gobierno y ex secretarios del Partido Socialista, que parafraseando el pregón de Carlos Buero le advierten sobre el “canto del trágodoi”, esto es, la tragedia y el destino trágico que aguarda a Sánchez, como ese “macho cabrío” que sacrificaban en las fiestas dionisiacas. Pedro Sánchez no ha querido hacer lo que parecía más sensato, incluso lo más cómodo, facilitar de aquella manera un gobierno en minoría de Rajoy, y luego cortar el bacalao en los asuntos más sensibles de su agenda, mediante los indispensables acuerdos parlamentarios; y mientras tanto, reagrupar y redefinir una nueva estrategia socialdemócrata para el PSOE, que no se adivina por ninguna parte en el discurso plano de Sánchez. Lo que está haciendo Manuel Valls en Francia, por situarnos en un lugar cercano.
Me temo que nada de esto va a suceder y que al final se va a imponer la levedad del personaje que ahora representa Sánchez, y que no va más allá de encadenarse a una estrategia que consiste en sacar un diputado y un voto más que Podemos, sin percatarse de que cuando el electorado español perciba que el PSOE ha dejado de ser un partido de Gobierno, habrá perdido toda su ventaja frente al exotismo y la novedad que trae consigo cualquier fuerzas política emergente, aunque sea porque va desprovista de un pasado contra el que el cuerpo nos pide que ajustemos cuentas. Sánchez no ve lo obvio, y tampoco hay nadie entre los actuales barones socialistas que estén dispuestos a recordárselo. El rey está desnudo pero solo se atreven a decirlo ilustres jubilados: González, Guerra, Rubalcaba, Leguina, Corcuera, Redondo Terreros…
El peligro es latente; y empieza a pasar factura. Como Carlos Buero, cito también a Rodríguez Adrados que sostiene que la separación del género en tragedia y comedia, no respondía a la existencia de principios, sino a matices de un mismo principio. Y la comedia que hoy representa esta clase política puede degenerar en tragedia para nuestro sistema democrático si todavía unas terceras elecciones no acabara de resolver el problema, porque la aritmética sigue sin cuadrar, e hicieran falta unas cuartas; o unas quintas elecciones. Todo es posible, porque como oí al extremo Fernández Vara “esta generación solo sabe conjugar el verbo vetar”, y nada nos garantiza que el sudoku se pudiera resolver el 18 de diciembre, si finalmente no se comete la locura, y la impudicia, de convocar al electorado a votar el día de Navidad.
Lo que Sánchez no ha tenido en cuenta cuando reclama a Rajoy que se entienda “con las derechas”, es que los nacionalistas, y especialmente los catalanes echados al monte, constituyen una fuerza inservible para cualquier operación de gobierno –como lo fue el Partido Comunista Italiano tras la Guerra Mundial–, porque su apoyo viene precedido de un respaldo al derecho de autodeterminación que ningún secretario general del PSOE lo podrá aceptar. Esto es lo que no asumió de saque Sánchez, ni su comité federal, y lo que nos ha llevado a una situación de bloqueo que unas terceras elecciones no garantiza superar, salvo que PP y Ciudadanos pudieran alcanzar la mayoría absoluta; o que lo lograra el PSOE con Ciudadanos, algo que ahora parece imposible; o que PSOE y Podemos en un avance improbable sumaran una mayoría suficiente que no necesitara a los independentistas en la investidura . Por lo tanto, este partido que se ha empeñado en jugar Sánchez solo tiene un directo beneficiario, Mariano Rajoy, que podrá apelar a una concentración del electorado más pragmático y que ya es consciente de que un año sin gobierno nos va a pasar a todos factura: en la Unión Europea ya nos amenazan con multas porque no hay presupuestos, ni techo de gasto, ni previsiones macroeconómicas; ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas no pueden elaborar sus presupuestos para 2017 si Hacienda no les dice lo que se pueden gastar, o se arriesgan a equivocarse como podría pasar con el gobierno de Castilla-La Mancha; y como nos alerta el servicio de estudios del BBVA toda esta incertidumbre nos puede costar un 0,7% del PIB, lo que en una economía como la española, que necesita crecer casi al 3% para que se cree empleo de una manera apreciable, nos llevaría a ese destino trágico al que me refería al principio.
Nuestra tragedia es que con la capacidad de negociación que acreditan los líderes políticos actuales — salvo a Albert Rivera, que por lo menos ha demostrado ser una dúctil bisagra que gira a derecha e izquierda de su espectro en función de un resultado electoral—y con esta ley electoral que no está hecha para cuatro partidos –porque genera situaciones de bloqueo–, solo podría conducirnos a una repetición de elecciones sucesivas hasta que a algunos de nuestros actores principales le convenga. Y como no hay consenso entre PP, PSOE, Podemos y C’s, para establecer unas cautelas antibloqueo (como es la segunda vuelta en Francia entre los dos partidos más votados; o el sistema griego de asignar una prima de escaños para facilitar el gobierno al partido más votado), esto nos puede llevar a un callejón sin salida que España no se lo puede permitir, y menos en las circunstancias actuales, con un crecimiento cogido con algodones y sin consolidar; y una amenaza secesionista que va a más, y que podría dar lugar a la adopción de medidas extraordinarias previstas en la Constitución.
Esto es lo que hay; y no tiene buena pinta. Porque tampoco podemos pedirle al Rey Felipe que se emplee en funciones que no le atribuye explícitamente la Constitución, como es ponerse a buscar candidatos diferentes a los que los grupos parlamentarios le trasladan en la Zarzuela. Y bien que lo lamento.