¿Alguien se imagina que cuando Tejero tenía al parlamento secuestrado el 23-F se le hubiera reclamado al gobierno de Adolfo Suárez que negociara con Alfonso Armada cualquier solución política para terminar con la acción armada?
A nadie se le pasó por la cabeza, y ningún partido democrático y constitucionalista debería ni tan siquiera insinuarlo cuando para tomar distancia con el gobierno de Rajoy, se insiste con la matraca del diálogo. ¿Pero qué es lo que se puede dialogar con unos golpistas que han roto unilateralmente con la legalidad democrática y desafían la autoridad del Tribunal Constitucional? ¿Pero es que no se dan cuenta (o sí se dan y por eso insisten) que lo que está en juego no es solo la unidad de España, sino la legitimidad del régimen que alumbró la Constitución de 1978? ¿Que la inhibición del gobierno, además de constituir sedición, por no cumplir con su obligación de defender la legalidad, derrumbaría consigo el edificio del Estado, y nos llevaría a una situación similar a la de la I República Federal Española?
Por encima de cualquier legítima discrepancia, hoy hay que estar con el Gobierno, porque representa al Estado Español, y este a la Nación española, con toda la diversidad que la reconoce nuestra Constitución. Sería mezquino, amén de una grave equivocación , que alguna fuerza política pusiera por delante el odio a Rajoy y al PP sobre la defensa de España y del estado de derecho. Los que hoy se manifiestan protestando porque el gobierno ha vulnerado supuestamente las prerrogativas de la Generalidat de Cataluña son unos falsarios. El gobierno no ha ordenado ninguna detención, porque en una democracia no es el Ejecutivo el que detiene: son los Tribunales, y en este caso lo ha sido por desobedecer las resoluciones del principal de todos ellos, el Tribunal Constitucional. Ningún país de la Unión Europea habría actuado de manera diferente.
No hay sorpresa porque no se sumen a la defensa de la legalidad los que rechazan esta Constitución y la democracia representativa, que ha llevado a Europa a las mayores cotas de progreso y libertad en su historia, desde luego muy superior a la Cuba de los Castro o a la empobrecida Venezuela de Maduro. Pero sería fatal que el partido que durante más tiempo ha gobernado España tras la recuperación de la democracia no tuviera claro algo tan elemental. Porque sin España tampoco habría PSOE.
Es evidente que cuando pase todo esto habrá que establecer algún diálogo constitucional con la sociedad civil catalana de cara a lograr el mejor encaje de esta nacionalidad histórica, como nuestra Constitución reconoce otorgando a esa comunidad un estatuto especial. Pero nunca será con golpistas que no han dudado en poner a toda España contra la pared y arrastrarla hacia un conflicto civil de imprevisibles consecuencias. Porque esto solo acaba de empezar.