El resultado de la elecciones andaluzas marcan un tiempo nuevo para la política española, porque se han celebrado en clave nacional y muchas cosas son trasladables fuera de la comunidad andaluza.
El PSOE aun ganando es el gran perdedor de los comicios, un sabor amargo que ya experimento el PP en multitud de ocasiones, lo que le llevó a practicar un discurso (el del gobierno de la lista más votada) que ha tardado apenas un minuto en olvidar. No sería justo descargar, como intenta la Ejecutiva de Pedro Sánchez, toda la responsabilidad sobre Susana Díaz, aunque la presidenta pecó de soberbia y de inocencia: debió ser la única que se creyó la patraña del CIS de Tezanos, y dio por hecha su victoria. Pero ella no puede ser la responsable de que el PSOE-A tenga a dos ex-presidentes procesados, a más de veinte altos cargos enfangados en procesos de corrupción (algunos con puticlubs y cocaína por medio), y que una parte del electorado socialista haya dicho ¡basta!: a estos les viene bien una temporada en la oposición, ha pensado. Hasta ahora, el PSOE andaluz no había pagado por la corrupción y en esto el comportamiento de su electorado no es diferente al del PP, cuando retiró la mayoría absoluta a Rajoy en un momento en que se empezaba a salir de la crisis.Y Susana Díaz tampoco es responsable de la política de alianzas de Sánchez con el independentismo, de su alocada moción de censura, o de los escasos resultados en la política de apaciguamiento que cual Chamberlain practica el presidente de Gobierno en el conflicto catalán. Todo esto, y el lógico desgaste por los 38 años de gobierno socialista ininterrumpidos se han traducido en una sangría de 14 diputados y casi 16 puntos.
El PP tuvo un resultado objetivamente malo, pero le abre la puerta a lo que no consiguió Javier Arenas con 17 diputados más y casi el doble de votos: llegar al palacio de San Telmo. Ha perdido 7 diputados y casi siete puntos, aunque por la cara de Moreno Bonilla en la noche electoral se diría que había superado al Partido Socialista, cosa que sí logró Arenas. Hoy, habrá visto las cosas con más sosiego y verá que su investidura está complicada, porque el candidato de Ciudadanos le va a reclamar la presidencia. Y el PP tiene cinco escaños más.
Ciudadanos ha sacado 12 diputados más que en 2015 y sube del 9,28 al 18,2 % de los votos. No consiguió el “sorpasso” pero es un gran éxito. Y ahora tiene un dilema: sabe que ha recibido esos votos para el gran cambio, lo que le desaconseja un pacto con el PSOE, que tampoco aseguraría nada, porque entre ambos les falta 1 diputado para la investidura. Pero cuando tienen tan cerca el sorpasso difícilmente se van a acomodar a ir de acompañantes en un gobierno de Moreno Bonilla. Un dilema que van a tardar meses en resolver.
Y luego está VOX, el perejil indispensable en cualquier salsa para investir cualquier gobierno entre PP y Ciudadanos. Han pasado de no tener ningún diputado a lograr 12, con casi un 11 % de los votos. A algunos les habrá causado gran sorpresa. Yo lo llevo advirtiendo desde hace tiempo. ¿Es que alguien piensa que cuando se ha instalado en el parlamento un populismo de izquierdas, que quiere cambiar sin consenso la parte esencial de la Constitución (la soberanía que sustenta el pueblo español en su conjunto, la monarquía parlamentaria y la economía social liberal ) no va a salir desde el otro lado un populismo de derechas que defienda todo lo contrario a imagen y semejanza de lo que está sucediendo en Europa, elección tras elección? La historia nos ha enseñado que el populismo y los extremos son vasos comunicantes, y cuando se calienta a la gente con retórica gerracivilista, se practica el buenismo en la política migratoria o se contemporiza con los que quieren romper España, y se deja que se pongan la Constitución por montera, se está dando alas a los populistas que con recetas simples quieren resolver los problemas complejos que presenta la sociedad actual. Así que no se rasguen ahora las vestiduras con que llega la extrema derecha.
Como dice mi admirado Leopoldo Torres en nuestro Especial Constitución: «Hay un exceso de catastrofismo, se ha hecho sistemático el trato al adversario como enemigo, a menudo con gesto pendenciero y abandono del respeto debido a los rivales y sustitución del debate de ideas por el insulto soez, la injuria, el exabrupto grosero y el discurso del odio, todo ello con descrédito de las instituciones del Estado de Derecho». O como nos advierte mi no menos recordado Paco Palero, el líder del PCE alcarreño en la Transición: «Pero sobre todo quisimos poner fin a esas dos Españas que tan bien retrató el genial Goya con su Duelo a garrotazos, o el poeta Machado -Don Antonio-, cuando años más tarde habló al españolito, afirmando que una de las dos Españas había de helarle el corazón: los constituyentes no queríamos para nosotros, ni para nuestros hijos, ni para nuestros nietos, ni para los nietos de nuestros hijos, más garrotazos ni más españoles helados”. Cuando se juega a sembrar odio, a desenterrar dictadores de los que no se acordaba nadie, a la confrontación en la calle, se ensanchan los extremos, pierde la moderación, y esto es lo que ha pasado en Andalucía.
No quiero hacer pronósticos sobre cómo terminará este embrollo en Andalucía, aunque sospecho que algo tendrán que acordar PP y Ciudadanos, porque si no son capaces de impulsar ese cambio las urnas no les van a dar una segunda oportunidad. Pero lo que está fuera de dudas es que la política nacional española ya es cosa de cinco, el bipartidismo quedó más lejos que las guerras carlistas y el mapa andaluz se va a trasladar a los ayuntamientos y comunidades autónomas a partir del mayo, aunque en Castilla-La Mancha la avería para el PP y el PSOE puede ser menor, gracias…a la reforma jíbara que hizo Cospedal y que nadie ha tocado en la actual legislatura.
Esto es lo que hay. ¿Les parece poco?