El alcalde Antonio Román y su equipo de gobierno tuvo la buena idea de distinguir con la Medalla de Oro de la Ciudad a los diputados constituyentes que fueron elegidos por la provincia de Guadalajara y a los cuatro alcaldes de la democracia que han dejado de serlo. Ante una efemérides redonda como es el 40 aniversario de la Constitución y en abril de los primeros ayuntamientos democráticos, es un acto oportuno acordarse de quienes estuvieron en vanguardia de ese cambio histórico que, se olvida ahora con facilidad, hizo posible la etapa en libertad y progreso más fecunda de la historia de España.
Es una obviedad –como justificó la oposición de izquierdas para no respaldar la propuesta– que en aquella Guadalajara de finales de los 70 habría también personas con igual o más méritos que algunos de los ahora premiados (tres de ellos a título póstumo), pero esta medalla yo la entiendo como un reconocimiento, en la figura de estas once personalidades, a todos aquellos que en la medida de sus posibilidades colaboraron para que la transición de una dictadura a la democracia fuera posible sin el habitual derramamiento de sangre que caracterizó a otras épocas de nuestra historia. En este sentido, significar a los parlamentarios constituyentes es más objetivo que ponerse a buscar trayectorias individuales, que podrían ser más subjetivas, sin que sea inconveniente que entre aquellos parlamentarios de la primera legislatura los hubiera de corta trayectoria junto con otros, como Luis de Grandes, que lo han sido casi todo en la política nacional y europea.
No logro entender, por tanto, reproches como el del portavoz de Ahora Guadalajara que llegó a decir que aquellos fueron diputados y senadores «elegidos entre una élite». ·¡Pues menos mal”, añado yo, que entre los que llegaron en 1977 a la carrera de San Jerónimo estaba lo mejor de la sociedad española de la época: significados politicos que querían dejar atrás las dos españas como Adolfo Suárez, Fernando Abril, Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Felipe González , Ramón Rubial, Alfonso Guerra, Fernando Álvarez Miranda (el democristiano del Contubernio de Munich) , Garrigues Walker, Fernández Ordóñez…, tantos que la lista se haría interminable; juristas como Gregorio Peces Barba, Pérez Llorca, Herrero de Miñón, Miquel Roca, Jordi Solé Turá…, grandes empresarios y sindicalistas-¿les suenan Marcelino Camacho o Nicolás Redondo?-, hombres de la cultura que volvían del exilio (Rafael Alberti...) y profesionales destacados que fueron al Congreso con vocación de servicio, y en la mayoría de los casos perdiendo dinero. En Guadalajara, había dos abogados, un trabajador de banca, un catedrático, dos médicos y un funcionario de la Diputación. ¿Una elite? En el sentido etimológico del término, sí, pero en ningún caso eran elitistas. Todos ellos cumplieron con su trabajo con éxito, aprobaron las primeras leyes de la democracia recién estrenada y dotaron al nuevo régimen de una Constitución en la que cupiéramos todos, lo que constituía toda una novedad en las cartas magnas aprobadas en España desde las Cortes de Cádiz, que respondían más a los intereses de la mayoría gobernante que a un interés verdaderamente Nacional.
Uno de los problemas que tiene el sistema actual es que ha ido degenerando la representación política, los mejores se refugian en su carreras profesionales y no quieren saber nada de una política de plató de televisión capaz de achicharrar al más pintado, que además está peor retribuida que sus trabajos privados, lo que da lugar a que se vaya extendiendo la figura del político profesional para toda la vida que nunca trabajó al margen de un sueldo público. Pero eso daría para otro post. Lo que más valoro de esos parlamentarios constituyentes fue su legado de consenso plasmado en la Constitución de 1978, de tanto calado que por eso es tan difícil reeditar mayorías suficientes para reformarla. Ahora, el independentismo catalán juega a ignorarla, y a olvidar que la soberanía reside en el pueblo español y no en un territorio autónomo. Por eso y no otra cosa están algunos sentados en los bancos del Tribunal Supremo.
Mi reconocimiento también a los cuatro alcaldes de la democracia que recibirán las Medallas de Oro: Javier de Irízar (PSOE), Blanca Calvo (IU) José María Bris (PP) y Jesús Alique (PSOE). Cada uno a su manera engrandecieron a la ciudad. Falta Antonio Román, quien por pudor deja el honor a su sucesor. En Guadalajara es tradición poner una calle a los alcaldes cuando mueren, un sinsentido de la España negra, así que bien está que por lo menos tengan un reconocimiento en vida. Muchas cosas han cambiado en Guadalajara desde abril de 1979, y debo reconocer que la mayoría para bien, aunque tal vez hayamos perdido la inocencia, la frescura y la bonhomia de aquellos años. Baste decir con que el primer Equipo de Gobierno de Javier de Irízar estuvo formado por concejales del PSOE, Partido Comunista de España, Alianza Popular y Unión Nacional (FE de las Jons y Fuerza Nueva). Igualito que ahora, que por sectarios intereses electorales y la irrupción de partidos populistas a la derecha e izquierda del espectro político si alienta el frentismo y se aventan odios seculares.
Sí concedo a la oposición de izquierdas un argumento. Cuando en Guadalajara se han concedido otras medallas de oro de la ciudad se buscó la unanimidad del pleno municipal, y para ello se prepararon los expedientes con tiempo (cuanto te echo de menos, Ángel Asensio) y se documentaron los honores. Esto es incompatible con las prisas que han caracterizado al procedimiento actual, pero esto es lo que hay. El fondo es merecido.