Cuando a principios de enero empezaron a llegar los primeros signos de que el exótico virus COVID-19 que se extendía por China amenazaba en acabar siendo una pandemia global comentamos en casa la posibilidad de comprar guantes sanitarios de goma y mascarillas de protección, pero al final no lo hicimos porque no queríamos convertirnos en unos compulsivos acaparadores. Por entonces, yo todavía me fiaba más de los portavoces oficiales, y recuerdo una intervención del doctor Fernando Simón, el director del centro de Emergencias del ministerio, que en un primer momento minimizó la capacidad de contagio del virus [«España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado»], e incluso semanas después, justo un día antes de la manifestación del 8-M, que yo cubrí para Guadalajara Diario, preguntado si recomendaba no asistir, lo dejó al buen criterio de cada cual. No fue Simón, más político que médico, el único que nos confundió: la Organización Mundial de la Salud (OMS) todavía rechazaba en un informe fechado el 30 de marzo, casi ayer, el uso de las mascarillas por parte de la población sana que no esté en contacto con pacientes. Y no fue hasta que se declaró el estado de Alerta cuando, ingenuo de mí, fue a preguntar a una farmacia por las mascarillas.
-Hace mucho tiempo que no disponemos de ellas-, me respondieron.
-¿Y guantes protectores?-, pregunté.
-Tampoco, lo siento. Solo le puedo servir higienizante de manos.
Fueron pasando los días y esos mismos portavoces empezaron a cambiar su discurso. El 3 de abril, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, reconocía que el Gobierno está barajando la posibilidad de recomendar a la población el uso de mascarillas para salir a la calle, si bien se curaba en salud al añadir que todavía no puede confirmar si se va a adoptar esta medida. Y ese mismo día, todo me quedó meridianamente claro al ver a Pedro Sánchez luciendo una mascarilla en su visita a una de las pocas fábricas españolas de material de protección, después de haber decidido encomendar nuestros servicios esenciales a China. Y era el presidente Sánchez el que afirmaba, sin inmutarse, que el Gobierno garantizará la provisión de mascarillas y geles hidroalcoholicos, y «controlará que no haya un aumento del precio». A partir de entonces, terminaron las mentiras piadosas con las macarillas, para que no nos preocupáramos por carecer de ellas, y ya se admitía la conveniencia de su uso. Y el día 6 de abril, se publicaba una Guía de Actuación para Personas con Condiciones de Salud Crónicas y Personas Mayores en situación de confinamiento con las pautas para utilizarlas. Y cuatro días después, el 10 de abril, ese gran filósofo que es el ministro de Sanidad descubría en público la pólvora: aseguró que el Gobierno de España recomienda el uso de mascarillas reutilizables en los trayectos para desplazarse a los puestos de trabajo en los que pueda haber aglomeraciones, y por eso las distribuirá a partir del lunes de Pascua en estaciones de metro y cercanías. En Guadalajara, ayer y hoy el gobierno de España está repartiendo 54.000 mascarillas destinadas fundamentalmente a aquellos trabajadores que tengan más complicado mantener la distancia de seguridad en sus desplazamientos por motivos laborales. Y el gobierno regional ha anunciado la compra de casi 22 millones de mascarillas. Teniendo en cuenta de que la mayoría de las mascarillas que se reparten no son reutilizables, que en Guadalajara somos 254.000 habitantes y unos 2 millones en Castilla-La Mancha, y que esto va para muy largo nos van a hacer falta todavía algunos millones más de mascarillas. La buena noticia es que se anuncia para esta semana la llegada de nuevo material a las farmacias.
Si hay suerte, a lo mejor podré dejar de usar cuando salga al Mercadona la mascarilla de tela que nos fabricamos en casa por creer a los piadosos portavoces del Gobierno; y no acaparar. Nos la confeccionamos con un pañuelo que ponía Sierra Nevada, y cada vez que me la pongo (después de haberla lavado), me evoca tiempos mejores como son ver Granada desde el Veleta y no digamos ya si miras atrás y te quedas extasiado con el Mulhacén (3.482 metros), el pico más alto de la península ibérica, uno de los más genuinos paisajes invernales de España. El día que salgamos enterraré mi mascarilla en Sierra Nevada. O mejor la quemo. Esto es lo que hay por hoy.