Acabe mi último post con esta premonición al hilo de la deriva autoritaria que la pata populista del Gobierno está logrando extender sobre el ejecutivo de Sánchez: “Estos acabarán echando a la hoguera a Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu, por ilustrado y liberal. Y no tardando”.
Al día siguiente de publicar este post conocimos que los grupos Socialista y Podemos anunciaban la presentación de una proposición de Ley para cambiar el sistema de designación del órgano de Gobierno de los jueces, que a su vez es el que interviene en los nombramientos del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional. Los detalles los pueden encontrar en este fino artículo del abogado Javier de Irízar, así que me limitaré a señalar que lo que se pretende con esta maniobra es cambiar la mayoría cualificada que hoy se emplea en la elección del citado Consejo por la mayoría simple. O dicho de otra manera: que el Poder Ejecutivo pueda controlar al Poder Judicial por una mayoría similar a la empleada para aprobar los cambios en el hábitat de la grulla en los parques nacionales. Teniendo en cuenta que el gobierno del Estado es elegido en segunda vuelta por mayoría simple, aunque sea en la actual versión Frankeintein, nos encontraríamos con que, en España, una frágil mayoría parlamentaria, como la actual, podría acabar okupando los tres poderes del Estado hasta quedar recudidos a las cenizas, como nuestro aristócrata ilustrado Charles Louis de Secondat. En Europa, están preocupados hasta el punto de que la portavoz del gobierno europeo hizo algo muy poco habitual: dar un toque público al gobierno español, como hizo anteriormente con los gobiernos populistas de Polonia y Hungría, por un asunto similar. Analicen cómo diascurre nuestra evolución: de estar con González y Kohl liderando la construcción de Europa a viajar en el vagón de cola entre los gobiernos sospechosos de adulterar sus valores democráticos, que emanan precisamente de esa separación entre los tres poderes.
Lo que se pretende con esta maniobra es cambiar la mayoría cualificada que hoy se emplea en la elección del citado Consejo por la mayoría simple. O dicho de otra manera: que el Poder Ejecutivo pueda controlar al Poder Judicial por una mayoría similar a la empleada para aprobar los cambios en el hábitat de la grulla en los parques nacionales.
La prensa nacional atribuye esta atrabiliaria idea al vicepresidente Pablo Iglesias, que a su vez convenció a Sánchez de que era ésta la única forma de acabar con el bloqueo en la elección de los vocales por parte del PP. El filibusterismo no es nuevo en este proceso de elección, y de él también participó el grupo Socialista en la etapa de Rajoy. El PP alega que no está dispuesto a dar una cuota judicial a un partido antisistema, como es Podemos; y el asunto no es baladí, porque si metemos al populismo de izquierdas en el Consejo de los jueces, ¿por qué no hacerlo con el populismo de derechas, que a fin de cuentas tiene más diputados en la actual Cámara baja? No es baladí recordar que en la mayoría de las renovaciones los nacionalistas catalanes y vascos tuvieron también su cuota judicial, junto a populares y socialistas, y ¡vaya si lo sacaron provecho! En ese sentido, Podemos y Vox no harían sino pedir el mismo trato que los nacionalistas.
Por lo tanto, el bloqueo no es fácil de resolver, ciertamente. Una solución habría sido aceptar la propuesta de Ciudadanos y permitir que fueran los propios jueces los que eligieran el consejo y acabar con las cuotas judiciales.
Así las cosas, la única fórmula no traumática y que no nos avergüence ante las democracias europeas es volver al espíritu de la Constitución; o como escribió Javier de Irízar en este diario: “Tal vez sería el momento de tener la grandeza de elegir a personas de gran prestigio e independencia aceptadas por todos, y abandonar el sistema de cuotas, pero por desgracia no parece ser la voluntad de nadie, ahora”.
¿No habría entre los miles de juristas españoles que podrían formar parte del Consejo una docena de ellos, reconocidos por su prestigio profesional y su independencia, que pudieran hacer este trabajo a satisfacción de todos, como nos marca la Constitución?
La respuesta es evidente, sí los hay.
Claro está, si lo que queremos es que nada cambie, que todo siga, y que entre PSOE y PP se repartan el gobierno de los jueces, con algún nacionalista como invitado a la mesa, el Gobierno tiene un problema más grande que un queso de Padania, porque las mayorías han cambiado y en esta política frentista, que se fomenta, nadie quiere llegar a acuerdos.
¿No habría entre los miles de juristas españoles que podrían formar parte del Consejo una docena de ellos, reconocidos por su prestigio profesional y su independencia, que pudieran hacer este trabajo a satisfacción de todos, como nos marca la Constitución?
Lo que me parece inaceptable es que ante el bloqueo, la solución sea recortar todavía más la independencia del poder judicial y que se convierta en un apéndice del Ejecutivo. Como se preguntaba el diputado regional de Ciudadanos por Guadalajara, Alejandro Ruiz: “Qué van a hacer los dirigentes del PSOE y Podemos cuando no tengan la mayoría?, ¿o es que piensan que van a gobernar mil años».
Mil años, no, ni lo logró la España imperial de Felipe II o la Unión Soviética. Pero algunos menos, sí. Es lo que sucede con las dictaduras, que no están sometidas a elecciones libres ni al control de un poder judicial independiente y así pueden durar años y años, como los Castro en Cuba, el gordito ese de los cohetes en Corea del Norte, o el tal Maduro en la arruinada Venezuela, de la que se ha convertido en presidente perpetuo tras liquidar la división de poderes y privatizar su policía y el ejército.
¡Menos mal que, en España, la pandemia y esta pulsión autoritaria que anida en el Gobierno nos ha cogido integrados en Europa! ¡La que se podría haber liado, otra vez!
La única solución: volver al espíritu de la Constitución y a sus consensos trasversales, también en la elección del Consejo del Poder Judicial, y apagar la pira en cuyo poste estos nuevos inquisidores de lo “progre” han atado al barón de Montesquieu.
Esto es lo que hay, amigos.