Se supone, porque así lo han anunciado, que en los próximos días se va a derribar la endeble fachada del antiguo edificio de Maragato, en la plaza Mayor, que así la conocemos popularmente por la pescadería con tan sugerente nombre que había en su planta baja. Hasta dos pescaderías llegó a tener la plaza Mayor de Guadalajara, lo que nos ilustra sobre el retroceso que en materia comercial ha tenido el barrio, mi barrio. ¡Quién te ha visto y quién te ve!
La fachada de Maragato ha permanecido, en un equilibrio inestable, durante los últimos 16 años, afeando la plaza Mayor de Guadalajara y sirviendo de estrechamiento a nuestra vía principal. Tal es así, que cuando se construyó el estacionamiento subterráneo de la plaza Mayor hubo que inutilizar varias plazas de aparcamiento, porque hasta allí llegaba la base del andamio que milagrosamente ha sujetado la fachada en los últimos tres lustros.
Tengo que reconocer, de antemano, que nunca entendí, una vez más, las razones por las que el Ayuntamiento impidió el derribo de una fachada menor, no es el palacio del Infantado, y que con las técnicas actuales es perfectamente reproducible, sin que pierda valor alguno. Pero si esto es así, menos comprendo que, 16 años después, se cambie el criterio técnico cuando, de haberlo hecho antes, seguramente que a estas alturas ya se habría construido el nuevo edificio. Según avanzó este diario, días atrás, en las razones dadas en el informe elaborado por Patrimonio, el derribo pasaba a ser oportuno porque la fachada está estabilizada no sólo por el andamio si no por ladrillos que rellenan los huecos de las balconadas, por lo que quitar esos ladrillos podría provocar el derrumbe de la fachada. En ese mismo informe, se considera que la fachada está al borde de una de las galerías del sótano y que al intentar mantenerla y consolidarla podría perjudicar la zona del sótano, que se quiere conservar. Un razonamiento al que se podría haber llegado hace 15 años, por lo que no entiendo que, siendo así, se haya sometido a la ciudad a la infortunada imagen de su plaza principal emulando en destrucción a la guerra de Ucrania.
El concejal de Urbanismo, Rafael Pérez Borda, ha explicado que, en 2021, Cultura pidió estudios arqueológicos de los dos solares en los que se va a edificar y tras el estudio se comprobó que parte de lo encontrado tenía que mantenerse. “En lo relacionado con el sótano que está en la calle Mayor número 2- afirma Pérez Borda- el informe de la Consejería de Educación exige que es necesario el mantenimiento del sótano, ya que tiene mucho interés incluso para la musealización con galerías hechas con piedra y ladrillo de alto valor histórico”. Un criterio que también ha sido avalado por los técnicos municipales, según el concejal. Visto lo cual, sigo preguntándome que si tales sótanos tienen un alto valor histórico, por qué no se tomó una decisión en el primer momento y nos habríamos evitado 16 años haciendo la risión ante cualquier turista que hacía una foto de la Plaza Mayor de la ciudad. ¿Por qué ahora sí y antes no?
Cada día entiendo menos las cosas que pasan con el urbanismo en esta ciudad. Después de décadas (sobre todo antes del proceso democrático) dando vía libre a que la piqueta derribara, sin freno, palacios, iglesias, conventos, casonas históricas y hasta la propia muralla de Guadalajara, lo que degeneró en una ciudad irreconocible a los que peinamos canas, pasamos al extremo opuesto en que cualquier fachada -aunque no fuera históricamente relevante- que figurase en el Catálogo no se podía tocar, con lo que se conseguía lo contrario de lo que supuestamente se quería proteger.La presunta protección era la garantía de que un edificio terminase en la más absoluta ruina ante la falta de atractivo de propietarios y promotores en su rehabilitación.
Lo que ha pasado con el edificio de Maragato demuestra que el debate sigue pendiente y que no deberíamos resignarnos a que la multiplicidad de competencias que afectan a nuestro urbanismo, entre la Junta y el Ayuntamiento, impida un análisis más realista de la situación. ¿De qué vale impedir el derribo del palacio de Montemar -ahora convertido en un palomar– o el Laboratorio de los Ingleses, estableciendo su protección, si luego las administraciones abandonan a los propietarios a su suerte, y son ellos los que tienen que cargar con los inconvenientes de esa protección? Ahí tenemos el caso de la antigua casa de los Solano, cuyas permanentes interrupciones en la obra en busca de una muralla inexistente, a buen seguro que habrán desalentado la iniciativa de otros promotores, quienes se preguntarán si vale la pena hacer un solo agujero en el casco antiguo de esta ciudad.
Ni tanto ni tan calvo, podríamos decir sobre las distintas etapas que ha pasado el urbanismo arriacense. Cada vez que llegan las elecciones se vuelve a hablar de rehabilitar el casco, de hacerlo atractivo para promotores y residentes, de ayudas, pero luego nada. Y menos mal que en Castilla-La Mancha una legislación valiente, y muy progresista, puso en marcha lo que se llaman PAEs, que reedescubrió el arquitecto Miguel Ángel Embid, por los que cualquiera puede hacer una oferta sobre un solar en que el propietario ha incumplido con su deber de construir. Lamentablemente, la Justicia tardó años en entenderlo y sentar criterio, pero ahora parece que la cosa se mueve, como se demuestra en ese PAE que permitirá reconstruir el antiguo edificio de Maragato.
La pena es que entre malentendidos y cambios de criterio hayamos tenido que soportar, inútilmente, un andamio en plena Calle Mayor, 16 años, aunque los responsable actuales del Ayuntamiento y Patrimonio nos dicen, ahora, que no ha servido para nada.
Esto es lo que hay. 16 años haciendo la risión. ¿Habrá valido para algo?