Luis de Grandes acaba de presentar un libro de memorias. Y eso no es cualquier cosa. Con solo decir que a De Grandes solo le aventaja el Conde de Romanones, como diputado de Guadalajara con más legislaturas en el Congreso, está dicho todo. De sus cuarenta y dos años de vida política, De Grandes fue elegido siete veces como diputado al Congreso, la primera con 23 años, pero es que además estuvo dos como diputado autonómico y tres legislaturas en el Parlamento Europeo. En todas ellas fue candidato por Guadalajara y nunca quiso estar en otra circunscripción electoral, ni cuando no encontró sitio en su provincia.
Se puede decir, por tanto, que esta autobiografía, contada en primera persona, tiene también mucho de historia de España, de Castilla-La Mancha y de Guadalajara. A un político no se le puede pedir que haga una autobiografía objetiva, porque es siervo de sus ideas, y Luis las tiene muy sólidas, pero sí por lo menos que no sea sectario. Y este libro no lo es. Trata con general deferencia a todos los personajes que trae a colación, a riesgo de quitar mordiente a algunos pasajes del libro, y solo es hostil con dos de ellos: Francisco Fernández Ordóñez (al que califica como “elemento extraño, poco leal y egocéntrico”) y José Bono, a quien le reprocha que quisiera asfixiar económicamente a la oposición en la III legislatura. Al primero, le responsabiliza más que a otros de la desaparición de UCD, y lo describe como un submarino del PSOE en aquel partido, si bien es cierto que esa crítica también se hizo al revés cuando los socialdemócratas acusaron a los demócratas-cristianos de “termitas”. Discusiones aparte, es la creación, ascensión y muerte de UCD uno de los ejes más interesantes del libro, porque Luis estuvo en todas estas fases. Cuando en las elecciones de 1982, ya se sabía que UCD iba a tener un resultado calamitoso, Luis escribe que él renunció al ofrecimiento de Fraga para encabezar la lista de AP al Congreso, y aunque el resultado de UCD estuvo entre los mejores de España, por primera vez no sacó el escaño, pero se quedó en el partido a apagar la luz, participando en su comité de disolución.
Para facilitar su lectura, voy a agrupar los temas del libro que me han parecido más interesantes:
La transición.- Luis tiene claro que la llegada de la democracia no se produce como resultado de la huelga general que “anunciaba Carrillo, desde el exilio, todos los años”. Sino que es producto de ese gran pacto nacional, que fue la Transición, y que nace de la reconciliación de los españoles: “Unos y otros nos olvidamos de viejos agravios y rencores para aprobar una Constitución que mereció el nombre de “Constitución de la Concordia”. Y añade mirando a la actualidad: “Pretender ahora desenterrar muertos y viejas cuentas pendientes es un profundo error que no conduce a ninguna parte”. Entre los políticos de entonces, concede a Torcuato Fernández Miranda, presidente de las últimas Cortes franquistas, el mayor mérito para pasar de la dictadura a la democracia, y de la ley a la ley: “Fue un patriota, inteligente y leal, y sin él, la Transición no hubiera sido tan viable como lo fue con su generosidad”. El rey Juan Carlos fue el motor del cambio y Adolfo Suárez lo pilotó.
La peripecia de UCD.- La Unión de Centro Democrático nace como una agrupación de minúsculos partidos democristianos, liberales y socialdemócratas, que necesitaron el concurso de Suárez como principal activo del momento. Suárez puso todo el aparato administrativo a favor de UCD, con Martín Villa a la cabeza de los llamados azules, y los Álvarez de Miranda, Fontán, Garrigues, Ordóñez y compañía la legitimación democrática, dejando así a la AP de Manuel Fraga la herencia del franquismo sociológico. Esto fue decisivo en las primera elecciones, porque así lo percibió el pueblo español, que quería cambios, pero sin riesgos, y Felipe González, que se sintió ganador de las elecciones de 1977 (el sevillano, con gran carisma, llenó hasta la bandera la plaza de toros de Guadalajara) tuvo que esperar hasta dos convocatorias más, aunque sí quedó acreditado que el PSOE era el partido hegemónico de la izquierda, a pesar de su escasa presencia durante la dictadura pues, como reconoce De Grandes, entonces “El Partido” era el PCE. (El PSOE del exilio con Llopis al frente no era más que un grupo de gente mayor que no pretendía sino mantener la Bandera de la existencia en el exilio). Adolfo Suárez gana sus segundas elecciones tras la aprobación de la Constitución, pero es un triunfo agridulce pues no consigue la mayoría absoluta que esperaba. Promueve la unificación de UCD en un solo partido, y si bien aquello debería haber servido para construir un partido potente, “fue todo lo contrario”, reconoce el autor de Testigo de un Tiempo, porque los partidos siguieron manteniendo su oficiosa vida interna. De Grandes admite algunas discrepancias con Suárez, porque al proclamarse entonces como de “centro-izquierda, desvirtuaba la ideología de UCD”, ya que estaba asumiendo las posiciones socialdemócratas “que eran minoritarias en UCD”. Esta deriva, a su juicio, precipitó el ocaso de UCD, por empeñarse en ocupar un espacio que ya era del PSOE: “UCD no debió desaparecer y su muerte dio paso a la alternativa socialdemócrata antes de merecerlo”. Nuevamente señala con reproches el papel de Ordóñez, porque “intentó de forma decisiva convencer a algunos de que el papel histórico de UCD era entregar el testigo al socialismo democrático”.
La derrota electoral de UCD da paso a la aventura de Luis de Grandes como secretario general nacional del Partido Domócrata Popular (PDP), el partido en el que se agrupan los democristianos, y posteriormente establecen una alianza con la Alianza Popular de Fraga y los liberales del empresario Segurado (AP-PDP-UL), que también acaba como el rosario de la aurora y con los democristianos en modo termita saliéndose del grupo Parlamentario de AP. Esto pudo haber desestabilizado la Diputación de Guadalajara, donde el senador del PDP José María Bris era vicrepresidente con Paco Tomey, pero el futuro alcalde de Guadalajara y otros cargos públicos del PDP permanecieron al margen de la trifulca.
Tres minutos que cambiaron la historia.- Aunque la biografía no está escrita en clave local, sí aborda algunas cuestiones que Luis vivió, como aquellos famosos tres minutos que cambiaron la historia de Guadalajara. Ya es sabido que la candidatura de UCD en la capital se registró tres minutos tarde en la Junta Electoral, con lo que fue rechazada, y ni el médico Luis Suárez de Puga fue el alcalde de Guadalajara, sino el socialista Javier de Irízar, ni Agustín de Grandes el presidente de la Diputación; UCD echó mano de un concejal de Azuqueca, Antonio López. De Grandes echa toda la responsabilidad en el gobernador civil de entonces, al que no cita por su nombre, posiblemente porque ha fallecido, y no se cree el argumento que dio, que había apreciado en la lista errores técnicos a corregir: “Faltó a la verdad, la lista no sufrió ninguna modificación”, escribe el entonces presidente provincial de UCD. Lo que nunca sabremos es el motivo por qué el gobernador esperó a última hora para tramitar la lista que le había entregado el apoderado de UCD. Está claro que el gobernador estaba molesto porque no le habían dejado participar en la confección de la candidatura, que fue aprobada por el Comité Electoral el 15 de febrero de 1979, pero por mi parte puedo aportar, después de hablar con personas que estuvieron en la antesala del despacho del gobernador aquella noche, que lo único que saben es que un funcionario llevó la lista a la Junta Electoral cuando se lo ordenó el Gobernador. Nada habría pasado si a las 11,45 no hubieran aparecido por la Junta Electoral los socialistas Javier de Irízar y Ricardo Calvo, y allí quedaron en espera al enterarse de que UCD no había presentado su lista. Lo hizo fuera de tiempo, a las 0 horas y 3 minutos, y la Junta Electoral Provincial, a quien De Grandes relaciona con la “derecha clasica”, aceptó las impugnaciones de Alianza Popular, aunque no del PCE de Paco Palero, que en eso apoyaron a UCD.
Candidato a la presidencia de Castilla-La Mancha.- Luis de Grandes se reconoce como uno de los padres de la autonomía de Castilla-La Mancha, de cuya constitución cuenta algunos detalles como que al principio se iba a llamar solo La Mancha, porque no estaba prevista la integración de Guadalajara, que había quedado descabalgada del proceso autonómico. El libro no entra en detalles sobre el turbulento proceso autonómico en nuestra provincia, en el que participaron unos concejales que habían acudido a las elecciones sin llevar el asunto en el programa electoral, ni las reticencias del PSOE de Guadalajara, partidario de incluir a Madrid en la autonomía en contra de los socialistas manchegos como José Bono. Ya sabemos cómo acabó el asunto: la dirección federal del PSOE ordenó a sus compañeros de Guadalajara votar a favor de Castilla-La Mancha, y UCD metió a la fuerza a Segovia en Castilla y Castilla y León, que se había quedado fuera.
De Grandes devela por primera vez que él tuvo dos ofrecimientos para encabezar la candidatura del PP a la presidencia del PP de Castilla-La Mancha. Uno fue en la época de José María Aznar y otro en la de Mariano Rajoy. Lo rechazó las dos veces, confiesa, porque estaba pendiente de importantes intervenciones quirúrgicas. En el primer caso, al final fue Adolfo Suárez Illana el candidato (“La operación Suárez se inició bien, como se esperaba, pero no terminó bien”) y en el segundo, Rajoy acabó designando a Dolores de Cospedal, a propuesta de De Grandes, dice el libro.
En ese intervalo, De Grandes fue dos veces portavoz del PP en el Congreso, la institución en la que más a gusto se siente nuestro parlamentario, quien da cuenta de interesantes vivencias, pero ninguna inconveniencia.
Los socialdemócratas de Ordóñez respondían a las críticas de los democristianos con este chiste:”¿Saben cómo se distingue a un democristiano? Porque en el circo romano es el que se come a los leones”. Luis de Grandes, en estos cuarenta y dos años de vida política, también se ha tenido que comer a más de un león, para sobrevivir. Tampoco ahora voy a dar nombres. En su descargo podemos decir que, por lo menos, lo ha hecho con elegancia, sin bravuconadas y sin arrastrarse en el fango. Por algo en su Sigüenza le llamaban con admiración “El Divino”.
Esto es lo que hay: No vayan buscando carnaza ni escándalos en este libro, aunque sí encontrarán otras referencias históricas que hacen recomendable su lectura.