Días atrás se inauguró con no poco boato una exposición homenaje al pintor Alejo Vera, en el salón de Linajes del Palacio del Infantado, y que sinceramente les recomiendo. Alejo Vera fue un pintor nacido en Viñuelas en 1834 y que se convirtió en uno de nuestros pintores realistas del género historicista más relevantes del siglo pasado, como acreditan cuadros como Los últimos Días de Numancia, que muchos de nosotros hemos estudiado en los libros del antiguo Bachillerato.
Alejo Vera fue un pintor becado por la Diputación de Guadalajara, lo que le permitió progresar con sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, un apoyo que la institución provincial dio a otros artistas guadalajareños como Fermín Santos o Regino Pradillo. En una España donde la educación Superior solo se la podían permitir las clases altas, nuestra Diputación hizo de ascensor social para pintores que destacaban, pero que necesitaban más formación para superar los límites provinciales. Muchos cuadros de esta exposición forman parte del legado que Caja Guadalajara -entidad fundada por esa Diputación-, fue adquiriendo a través de los años, lo que me da pie para recordar con escepticismo uno de los episodios más recientes sobre una pérdida de nuestro patrimonio cultural, que se perpetró ante la indiferencia de nuestras instituciones. Se trata del expolio -el término no puede ser más exacto- del patrimonio artístico que fue adquirido por la antigua Caja Guadalajara y su Obra Social, cuadros muchos de ellos ganadores del prestigioso Certamen Nacional de Arte que se convocaba cada año. Este botín de guerra, que no se sabe muy bien donde está (se habla de un guardamuebles en Andalucía) es detentado por la Fundación Caja Sol tras la absorción de Caja Guadalajara por la entidad de ahorro sevillana y es producto del incumplimiento del Protocolo de Bases para la Integración de las dos entidades, y que paralizó la creación de la Fundación Caja Guadalajara. El que quiera saber más detalles de este escabroso asunto, puede leerlos en este artículo de 2014 y otros más que le siguieron sobre lo que denominé la Fundación Fantasma de Caja Guadalajara. Lo único que se consiguió fue que el presidente de la Fundación Caja Sol, Antonio Pulido, se dignara a venir a Guadalajara en marzo de 2015 para la cesión a la Diputación del cuadro “Retablo Arriacense”, que presidió la sala del Consejo de la antigua Caja Guadalajara. Poca compensación para un expolio, producto de esos incumplimientos, que el último presidente de Caja Guadalajara, José Luis Ros culpó directamente al citado Pulido.
Hago este breve preámbulo, a propósito de la inauguración de la exposición de Alejo Vera, y en contra de mi intención inicial de no volver a hablar más del asunto ante mi profunda decepción hacia las instituciones locales, provinciales y regionales de Guadalajara cuando se tuvo constancia efectiva de ese incumplimiento, y que solo en los ejercicios de 2011, 2012 y 2013 debería haber reportado a la abortada Fundación Caja Guadalajara 3.865.090 euros. Y si lo hago ahora es porque el Pisuerga pasa por Valladolid, es decir, por la inauguración de la exposición homenaje a Alejo Vera, que ha traído hasta Guadalajara parte de esa obra mangada, y no porque tenga la remota esperanza de que las instituciones recojan el guante y reivindiquen de una puñetera vez lo que estaba firmado y no lo fue. Pues esto es lo que hay, Guadalajara.