No hemos terminado de superar las elecciones del 28-M (en Guadalajara todavía hay ayuntamientos como el de Pioz que no se han constituido y eso frena a la Diputación, que tampoco) y ya estamos metidos, por decisión de Pedro Sánchez, en unas elecciones playeras que maldita la gracia le hace al personal, sobre todo los que deban estar al frente de las mesas electorales. Pero esto es lo que hay; y es de lo que tenemos que ocuparnos.
Si en el 28-M, les contaba que las elecciones en el Ayuntamiento de Guadalajara se decidirían por un concejal y que las Autonómicas iban a estar más apretadas que nunca en Castilla-La Mancha, el 23-J tiene la pinta de estar el pescado más vendido; y en lo tocante a Guadalajara veo esculpido en piedra el reparto de escaños de 2019 (1 PSOE, 1 VOX y 1 PP), aunque es más que probable que ése no sea el orden en cuanto a los sufragios que reciba cada partido. En las segundas elecciones del año 2019, en Guadalajara se produjo un suceso inimaginable, como fue que el PP perdió el liderazgo de la derecha, que se desplazó más a los extremos al recibir el partido de Santiago Abascal el 24,18% de los votos y dar así el sorpasso a los populares de Pablo Casado, caídos hasta el 23,2%, mientras que el PSOE de Pedro Sánchez fue claramente el más votado con el 31,4%, sumando casi diez mil votos más.
Las tendencias han cambiado mucho a lo largo de estos últimos cuatro años, y cuando apenas queda un mes para la nueva cita con las urnas, el promedio de los sondeos electorales que se publican en España, salvo el del CIS de Tezanos, que no se rige por la demoscopia sino por las leyes de la alquimia, nos avanzan que el PP de Feijóo ganaría los comicios con el 33,2% de los votos, el PSOE de Sánchez caería hasta el 26%, mientras que Sumar y Vox se disputan la tercera plaza. De momento, Vox es tercero con el 14,2% y anotamos que el Sumar de Yolanda Díaz no suma porque tiene el 12,6%, mientras que solo Podemos en las últimas elecciones llegó al 12,9%. La traducción de estos datos es que el PP ganará las elecciones, pero Feijóo no conseguiría lo que Moreno Bonilla en Andalucía, poder gobernar sin Vox, que a día de hoy es indispensable para tocar los 176 escaños que otorgan la mayoría absoluta. De ahí se explica la incertidumbre en la estrategia popular en las negociaciones sobre los gobiernos autonómicos. Era inevitable desde el momento en que Feijóo decidió dar la responsabilidad a sus barones regionales, y así vemos que mientras Mazón en Valencia fue generoso en el reparto del poder con Vox, en Extremadura su candidata, María Guardiola, se pegaba un tiro en el pie y se ponía exquisita en su relación con Vox, dejando a sus compañeros de otras comunidades en mal lugar al marcar unas líneas rojas que en todo caso le habría correspondido fijar al presidente nacional. Feijóo sabía que ése era el riesgo al no haber firmados unos pactos nacionales PP-VOX, con el campo de juego más delimitado, pero el gallego es gallego y ha querido dar protagonismo a los territorios, con un resultado desigual.
Tanta incertidumbre es consecuencia de la geopolítica electoral instalada en España y que ahora pasa por la fase bloquista; una fórmula que a muchos nos desagrada porque es la que peor resultado nos ha dado en otros momentos de nuestra cainita historia. Porque más que ofrecer una alternativa propia esta consiste en que no venza el contrario. Feijóo se equivocaría si todo lo fiara al cansancio del pueblo español sobre Sánchez y su legado. Solo recordar que a las elecciones de 1933, el Conde de Romanones no se presentó en Guadalajara como liberal o fusionista sino al frente de una coalición monárquica que se llamó Bloque Antirrevolución, mientras que socialistas y azañistas lo hacían por el Frente Popular, no por el PSOE e Izquierda Republicana. A este bloquismo de trinchera se le dio solución en España en la Constitución de 1978, que alumbró la Transición, aunque como con gran ingenio ha escrito el ex ministro socialista -y ex rector de la Universidad de Alcalá- Virgilio Zapatero, los autores de la Constitución de 1978 deberían haber añadido, al final del texto, una especie de Manual de Instrucciones que dijera algo así como: “Atención, este instrumento no funciona con bloques políticos enfrentados entre sí”. Pero esto es lo que hay; y es el legado de la fragmentación electoral hacia los extremos, sufrida por la aparición de Podemos y Vox, este último partido germinado por el radicalismo del anterior a modo de parachoques anticomunista.
El bloquismo esta vez va a favorecer a los partidos que lideran ambos bloques, PP y PSOE, pero no es previsible que en Guadalajara sea suficiente como para levantar ese 1-1-1. En lo provincial, Socialistas y Populares han acertado con los candidatos provinciales, pues ambos han puesto a los más conocidos por los electores, Antonio Román y Alberto Rojo, popularidad que deviene de haber sido alcaldes de Guadalajara.
Alberto Rojo tiene intención de seguir en el Ayuntamiento, aunque salga elegido diputado, porque el PSOE no le da por amortizado en su carrera municipal (tiene todas las papeletas para repetir en 2027), por su buen resultado electoral (subió 5 puntos), aunque dejará el cargo y el sueldo de portavoz a Sara Simón, que será el azote de Guarinos en el salón de plenos. Sumar en Guadalajara suma muy poco, y menos cuando han puesto a una candidata que no era la elegida por la organización provincial de Podemos, lo que refuerza el voto útil del PSOE.
El PP ha puesto encabezando a otro primer espada, Antonio Román, y su primer objetivo es deshacer el sorpasso de Vox de las elecciones de 2019. Lo veo muy factible, pero algo menos que ese impulso le alcance para superar al PSOE como partido más votado, aunque en la práctica el señor D’Hondt nos dice que se repetiría el 1-1-1 de 2019. Hay otro dato que favorece al PP: Ciudadanos, a pesar de perder su diputado al Congreso, todavía reunió 10.169 votos en 2019 que entonces se fueron a la basura, y que Román está en condiciones de recoger.
Vox sigue estando fuerte en el Corredor y en el sur de Guadalajara -la zona más poblada-, con porcentajes que superan en la capital casi diez puntos sobre el promedio nacional del 14,2%. Así que está en condiciones de adjudicarse el tercer escaño en Guadalajara. Y eso a pesar de la decepción que ha supuesto la repetición de la candidatura de López Maraver, un colaborador estrecho de Abascal, y que no ha tenido la menor trascendencia como diputado por Guadalajara. Ya sé que Vox es un partido de jerarquía y que su elector sobre todo vota a las siglas, pero ya que te envían a un paracaidista por lo menos hay que procurarse un paracaídas. Maraver es que no ha venido ni a las procesiones. Entre él y Luis Fraga este último parecería de Guadalajara de toda la vida. Sí, ya sé que estamos en unas elecciones Generales, en las que lo que prima es la política nacional, pero también tenemos nuestro terrenito y si no se abona saldrán los ¡Soria, ya! o Teruel Existe. Provincias ambas vecinas.
P.D.- Esta semana, Ione Belarra, número 5 de Sumar en Madrid y secretaria general de Podemos, ha terciado en la polémica sobre la soberanía para respaldar el “derecho a la autoderminación” en el conjunto de un estado plurinacional. Ambos conceptos están fuera de la Constitución, que en su título preliminar, artículo 2 punto 2, dice lo siguiente: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Belarra va por la vida sin manual de instrucciones y sin que nos ilustre cómo va a resolver el problema legal de convocar un referéndum otorgando la soberanía a una comunidad autónoma, y despojarla así del pueblo español, como reza en la Constitución. Que Belarra se preste al discurso independentista y disruptivo del Estado Español no sería novedad, lo que le da relevancia es que lo haga una ministra del Gobierno de Sánchez y que el jefe político del bloque guarde silencio. ¿Están por el estado republicano y confederal y por enterrar la Constitución de 1978 mediante un proceso constituyente y que sea lo que Dios quiera? Pues que lo digan.