Lo primero que cabe preguntarse es si la debacle electoral del PSOE en las elecciones gallegas devendrá en una “rectificación” de Pedro Sánchez en su política de alianzas con el separatismo catalán y vasco, que ha alumbrado bodrios como la amnistía a Puigdemont y toda su tropa, como le pide en solitario el único presidente que tiene el PSOE gobernando con mayoría absoluta. “Solo reflexionando y rectificando en algunos aspectos se puede impedir que un ciclo se convierta en un ciclón electoral que arrase mucho más», ha dicho este lunes el líder del PSOE castellano-manchego. Y todavía más contundente se ha expresado un histórico del socialismo local, el alcalde de Marchamalo desde 2003 hasta la actualidad, Rafael Esteban, quien pone el dedo en la llaga al demandar que el PSOE retome “el rumbo perdido” y vuelva a las raíces que “han definido al partido a lo largo de su larga historia”. En esta última reflexión está la clave del estropicio gallego, porque si el PSOE pierde 5 escaños y obtiene el peor resultado electoral de su historia en Galicia, con el 14% de los votos, no puede ser solo porque lo de la Amnistía sea un tema “complejo” de “difícil comprensión”, sino que hay una razón de más peso. Como es que el PP ha sido el único partido que se presentó ante el electorado como adalid de la Constitución de 1978, porque el PSOE, con su estrategia ocultó a su candidato, un aturdido Besteiro, proyectando al nacionalismo hasta el 30% de los sufragios, pero a costa de su inmolación en la pira del BNG. En Galicia, la elección estaba entre un político moderado y autonomista, Alfonso Rueda, que parecía salido de los cuadros de la antigua UCD, y la nueva líder del BNG, Ana Pontón, que si bien mantuvo una imagen “cool” y agradable, con capacidad para atraer el voto más joven, es la representante de un “dinosaurio ideológico” (Torreblanca, dixit) que detrás de una fachada de moderación aboga por la autodeterminación para Galicia, la salida de la Guardia Civil -que ya han logrado en Navarra con la tolerancia de Sánchez-, la inhabilitación del Tribunal Supremo en Galicia, el monolingüismo del gallego, retirar la ayuda a Ucrania, o el marxismo leninismo como ideología que dé cuerpo al nuevo estado. Ante esta disyuntiva, se entiende todo lo que le ha pasado al PSOE en estas elecciones. Y lo que le puede pasar en los próximos comicios europeos, como se teme Rafael Esteban, porque los primeros sondeos -si bien es cierto que todavía quedan 4 meses- avanzan que el PP de Feijóo, que se la jugaba en estas elecciones, podría casi doblar en diputados a este PSOE de Sánchez.
¿Va a hacer algún caso Sánchez a estas razonables demandas de “reflexión” que le llegan, contadas, sobre todo de Castilla-La Mancha? Yo apuesto a que no, y me gustaría equivocarme, porque para Sánchez la obsesión de que él siga durmiendo en La Moncloa -aunque no consiga que le aprueben los Presupuestos- está por encima no solo de los intereses generales de la nación española, sino los de su propio partido, porque no duda en triturar candidatos y federaciones regionales (Andalucía, Galicia, Navarra, Comunidad Valenciana, Aragón…) con tal de mantener sus alianzas con el separatismo que le mantiene en el poder. Sánchez no admitirá ninguna reflexión sobre su política de alianzas, porque él ya la maduró con anterioridad, en la época de Iván Redondo, y se resume en asumir que él solo puede seguir gobernando con el respaldo del separatismo y los restos del naufragio de la extrema izquierda, su lado del muro, aunque para ello deba sobrevolar la Constitución y asumir conceptos que no están en el programa del PSOE, como es la España plurinacional frente al Estado de las Autonomías, que en la práctica se convertiría en un estado Confederal (bien diferente al estado Federal), donde la soberanía se trasladaría del Estado Español a ciertas comunidades autónomas, que de esta manera podrían ejercer la autodeterminación. Sánchez sabe que solo con este trágala puede seguir en La Moncloa, porque ha renunciado -y se ha visto en Galicia- a que el PSOE sea un partido español y trasversal que vuelva a luchar por obtener una mayoría electoral, como sucedió en su historia reciente. El peaje para seguir en La Moncloa impide a Sánchez cualquier reflexión en ese sentido, como le demanda Emiliano García-Page, un presidente en el extrarradio del sanchismo, aunque las elecciones europeas estén en la vuelta de la esquina, y antes las Vascas en las que el PSOE está llamado a seguir con su papel subalterno, que ya pena en la mayoría de las regiones españolas. A Sánchez no parece importarle que con esta estrategia su partido haya pasado del segundo al tercer lugar en autonomías como Galicia y la misma Madrid, se dice pronto; o lo que es peor: que esta incomparecencia del PSOE es ocupada en la izquierda por partidos separatistas. El asunto tiene mala pedagogía: si los más jóvenes creen que los que mejor defienden sus intereses son los independentistas, los partidos nacionales cada vez tendrán menor relevancia, y con ellos España peligra, tal y como la hemos conocido en los últimos 50 años de democracia. La más próspera de nuestra historia; aunque no se repita lo suficiente.
Otra buena noticia que nos ha dejado las elecciones gallegas es la práctica desaparición de los extremos, porque entre Vox (2,2%), Sumar (1,9%) y Podemos (0,3%), ni tan siquiera llegan al 5%, lo que es otro signo de inteligencia de los gallegos que de esta manera han apostado por la estabilidad de las instituciones. Especialmente sangrante es el caso de Yolanda Díaz, otra apuesta personal de Sánchez para sumar una mayoría que no le alcanza para seguir en La Moncloa. Por eso tiene que pactar cualquier despropósito con Puigdemont y aprobarle su Amnistía; y lo que se tercie, aunque acabará dejando a Salvador Illa colgado de la brocha; es su siguiente víctima. Page lo ha dejado muy claro: si el PP hubiera perdido la mayoría absoluta en Galicia, el ganador hubiera sido Puigdemont, por lo que sentenció, sibilino: “Me alegro de que no haya ganado Puigdemont”. Esto es lo que hay.