Era viernes y estaba desayunando mientras escuchaba el Protagonistas de Luis del Olmo, que interrumpió la tertulia para dar una noticia de alcance: se ha producido una explosión en un tren de Cercanías de Madrid. Terminé el desayuno sobresaltado y busqué más noticias en el dial: Iñaki Gabilondo también se hacía eco de la explosión, y pronto supimos que había más trenes atacados. Poco después se confirmaron nuestros presagios: uno de los convoyes partió de la estación de Guadalajara y había estallado en le estación de El Pozo. Mientras marchaba apresurado hacia la redacción de la revista El Decano, que yo dirigía, tenía el convencimiento de que tendríamos víctimas guadalajareñas. El tren atacado había salido de Guadalajara a las 6 h., 50 minutos, a una hora en la que se suben muchos viajeros que trabajan en Madrid, pero también bastantes estudiantes. Cuando llegué a la redacción todos estábamos conmocionados. Discutimos; incluso más de lo debido. La información era todavía contradictoria, pero ya empezaba a rumorearse que algunas de las víctimas eran de Guadalajara. Nuestro fotógrafo y diseñador Fernando Toquero, dijo que no podía aguantar más y que se iba a Madrid a la estación de Atocha a hacer fotos. Nos trajo un impactante reportaje del tren que estalló en la calle Téllez, a la entrada de la estación madrileña, que utilizamos en el siguiente número de la revista.
En la radio empezaron a adjudicar a ETA la autoría ( solo Otegi lo negó y se refirió a la «resistencia árabe» -¡vaya tela!- como los autores de la masacre) . Y así también figuraba en las ediciones extraordinarias de los periódicos madrileños. Luego supimos que la fuente de todos ellos fue el presidente del Gobierno, José María Aznar, quien filtró a los directores de los principales periódicos y emisoras que la banda terrorista vasca estaba detrás del atentado, según le informaban los servicios policiales y de inteligencia. Y aunque algunos periodistas llegaron a sus redacciones con la noticia de que la principal pista que seguía la policía conducía al terrorismo islámico, la información quedó relegada por la relevancia de la fuente que había informado al director. Durante la tarde y al día siguiente, se despejaron las dudas. No había sido ETA. Y así lo tuvo que reconocer un compungido Ángel Acebes, ministro del Interior.
El gobierno de Aznar gestionó muy mal la crisis y esa precipitación inicial de apuntar a ETA, a la postre le acabó costando al PP la presidencia del Gobierno. La oposición de izquierdas vendió con éxito la tesis de que Aznar no solo se había equivocado, sino que había mentido, y lo adornó convenientemente con la crítica hacia la participación de España en la guerra de Irak, que presentó como el efecto del terrorismo islámico en España. En una audaz campaña, alentada desde los medios más próximos, lo que caló en parte del electorado fue que el Gobierno era de alguna manera responsable de las bombas que habían estallado en los trenes, una mendacidad porque del terrorismo solo hay un responsable: el que activa la bomba o dispara la pistola. Pero funcionó. Yo lo venía intuyendo cuando al día siguiente, jornada de reflexión, me preguntaron en una encuesta telefónica si lo sucedido el 11-M iba a cambiar el sentido de mi voto. Preocupante, porque era reconocer que el terrorismo votaba de una forma determinante en las elecciones Generales del 13-M de 2004. Nunca llegaremos a saber quién habría ganado esas elecciones, si el 11-M hubiera sido un día normal, aunque todos los sondeos apostaban a que sería Mariano Rajoy, porque como escribí en mi Semana: “si con el cuadro macroeconómico de España Rajoy no logra esa mayoría suficiente, será porque el PP se ha equivocado en la elección de su candidato, en la estrategia, en la política de comunicación o en todo a la vez”. Nunca me imaginé que a esta retahíla hubiera que añadir un atentado terrorista en el último día de la campaña electoral, torpemente gestionado por el gobierno de turno y aprovechado ladinamente por la oposición. Y así sucedió que los españoles fueron a votar el domingo 13 y fue el candidato socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, que en su campaña habló más de Irak que de España, el que se llevó el gato al agua. Las elecciones no fueron normales, pero “atribuir la victoria de Zapatero nada menos que a Bin Laden, como ha hecho algún columnista y algunos periódicos y políticos extranjeros, es sencillamente un error y un desprecio por los 25.617.598 votantes que acudieron a las urnas, el pasado domingo y que decidieron un cambio de gobierno de España”. Esto lo escribí entonces, sin sospechar que la entrada de Zapatero en La Moncloa iría más allá de la saludable alternancia en un país democrático, porque con ZP comenzó la deconstrucción de la Constitución de 1978, se firmó el pacto del Tinel con los separatistas, se alentó la división de los españoles y la desigualdad de su sistema autonómico, superado por el independentismo, que 20 años después ha corregido y aumentado un discípulo aventajado suyo para permanecer en La Moncloa.
Pero estábamos con el 11-M y el impacto que nos causaron las bombas en el tren de Cercanías. Cualquiera podríamos haber estado allí y eso era lo que repetían las miles de personas -se dio la cifra de 50.000- que abarrotaron bajo la lluvia las calles de Guadalajara, esa misma tarde, en la manifestación más numerosa de su historia. Los representantes de todos los partidos políticos y el presidente de la Junta, José Bono, estuvieron allí detrás de una pancarta que decía: “Con las víctimas, con la Constitución y por la derrota del terrorismo”.
Al día siguiente, supimos que al menos 14 personas (a las que días después hubo que añadir 2 más) vecinos u originarios de la provincia de Guadalajara fallecieron en el atentado. Varios de ellos muy jóvenes y universitarios, como Guillermo Senent y David Santamaría, que acudían a su primer trabajo en la empresa ferroviaria Alstom. Dos vidas criminalmente segadas. Como la del joven ingeniero aeronáutico de 28 años, Sergio de las Heras, de Iriépal, que ese día cogió el maldito tren porque tenía el coche en el taller. Así, hasta 16 asesinados (podríamos haber aprovechado este aniversario para descubrir un gran monolito con sus nombres que nos recuerden esa infamante fecha para siempre).
Eran las cinco de la tarde del 12-M y Guadalajara celebró cuatro entierros al mismo tiempo. Parecía que estábamos en guerra. En San Ginés, honramos la memoria de Eduardo Sanz Pérez, de 31 años, un arriacense que trabajaba en la Escuela Militar Ecuestre, de Madrid. Apenas a cien metros de allí, la plaza del Jardinillo estaba atestada de personas que no cabían en San Nicolás, en el funeral por Guillermo Senent Pallarola, de 23 años. El compañero de trabajo con el que iba Senent en el tren, David Santamaría, de 22 años, recibía las exequias en la iglesia de la colonia de San Vázquez. Esta ruta del dolor terminaba en Iriépal, donde recibía sepultura Sergio de las Heras , el joven ingeniero de 28 años. Todo eso ocurrió a las cinco de la tarde, el 12 de marzo, en Guadalajara. Y al día siguiente se celebraron las elecciones, todavía con la angustia y los miedos metidos en el cuerpo.
Aunque el PP mantuvo sus dos diputados en Guadalajara, los socialistas locales, encabezados por Javier García Breva, celebraron la victoria nacional con discreción. Fue una amarga victoria que luego tuvo consecuencias en la política regional. José Bono, que durante la campaña nos había dicho que “si Dios quiere cumpliría su mandato”, cedió la presidencia regional a José María Barreda y él se fue a la presidencia del Congreso, donde le colocó ZP, quien fue su rival por la Secretaría General del PSOE. Cosas veredes, amigo Sancho.
Había que organizar algo especial para el número siguiente de la revista, en el que coincidían las trágicas secuelas del atentado con los resultados electorales del 13-M; y en el tren que salió a la misma hora de Guadalajara que el reventado por las mochilas bombas tres días antes, el lunes 14-M se montaron en él la redactora jefe, Concha Balenzategui, con la fotógrafa Sonia Castillo. Así lo contaban: “Unos montan apresurados, sin evitar miradas de reojo a sus compañeros de vagón. Otros cruzan palabras en el andén con viajeros a los que no habían saludado durante meses”. Y hablaron con los pasajeros. Bruno Morenillas se mortificaba porque no se le quita de la cabeza la gente que corrió para no perder ese tren, y perdió la vida. Alberto Noguerales reconocía que seguía sin sentirse tranquilo, por lo que los días siguientes iría en autobús a Madrid, aunque le cueste 15 minutos más. Enrique Mayoral, resignado, admitía que “se lo había pensado mucho, pero hay que venir; con todo el miedo, pero hay que seguir viniendo”. Diana Vane celebraba su buena suerte: “La casualidad me salvó”. Y Julián se dirigía a los políticos: “aunque hayan pasado las elecciones, no se olviden de lo que ha ocurrido”.
Han pasado 20 años, y yo no he querido olvidarlo. Porque lo tengo esculpido en piedra en mi cerebro. No podemos ni debemos olvidar que hay que estar preparados contra la barbarie que amenaza in crescendo a las democracias del mundo, porque nuestra libertad está en juego. Aunque como nos decía Alberto en el tren de las 6 h., 50 ‘: “se hace muy duro, sobre todo cuando pasamos por las estaciones y esto durará tiempo. Pero tenemos que seguir viviendo, porque es nuestra obligación, tenemos que estudiar”.
En ese tren nadie hablaba de las elecciones del día anterior. Pero a todos les atormentaba que 193 personas inocentes habían perdido la vida por haber montado en un Cercanías para ir a Madrid a estudiar o trabajar. 16 de ellos eran de nuestra provincia u originarios de ella. Fue hace 20 años, pero para los que lo vivimos parece que fue ayer.