Al ministro Urtasun no le gustan los toros (nosotros lo tenemos “muy claro”, dijo, refiriéndose a los neocomunistas de Sumar, frente a la posición de sus socios de gobierno) y por ello retiró de su ministerio el Premio Nacional a la Tauromaquia. Cosas de Urtasun, que también quiere luchar a estas alturas contra el colonialismo europeo en los museos nacionales y nos tememos cualquier estropicio. Así que vayan a visitarlos cuanto antes, como hice yo recientemente con el museo de América. Urtasun desprecia que la tauromaquia es un arte incardinado en la cultura española desde hace más de cuatro siglos (el legendario torero rondeño Pedro Romero nació en 1754), que está presente en la pintura y la poesía de los mayores genios españoles (Goya, Picasso, Alberti, Lorca… por citar solo algunos no sospechosos de haber vivido en la fachosfera), pero le da lo mismo. Es más, miente cuando dice que apenas interesa al 1% de la población. La tauromaquia es el segundo espectáculo, después del fútbol, que más espectadores atrae y si nos ponemos quisquillosos podríamos hacer un paralelismo con los socialistas que fueron a respaldar a Sánchez en la calle Ferraz y que fueron decisivos en la reflexión del presidente: no más de la mitad de los que van a una corrida con figuras en la plaza Monumental de Las Ventas del Espíritu Santo. La manía censora de Urtasun no tendría cabida en el sur de Francia, desde Nimes a Arlés, porque las autoridades galas saben qué supone la tauromaquia para aquellas localidades en las que los toros no son solo una identidad cultural de esas regiones, sino que sus ferias son una inyección en vena a su economía. Por ello en Francia se toca La Marsellesa en las plazas y los ediles van a la plaza con la banda tricolor.
Visto las reacciones suscitadas, yo propongo a Page que le conceda el primer premio de la Tauromaquia a Ernest Urtasun, porque está haciendo más por la fiesta que cualquier otro ministro. Desde hace unos cinco años, la tauromaquia se ha vuelto a poner de moda, después de la crisis de los noventa, especialmente entre los más jóvenes a pesar de estar proscrita en RTVE. Y entre los que van a las plazas está alguno que yo conozco que lo hace como reacción a los Urtasun de turno. Esto es lo que hay: lo mejor que le podía ocurrir a la tauromaquia es que la quieran convertir en contracultura y hacer de Las Ventas el nuevo Woodstock.
Respeto con sinceridad a los que no les gustan los toros, de la misma manera que a los veganos que no comen carne y no van por ahí pidiendo el cierre de los mataderos. En eso consiste la libertad y la pluralidad de las sociedades democráticas en las que imponer los valores de un sector social es un ejercicio de intolerancia, por muy respetables que esos ideales aparenten ser. Bien lo sabemos en Castilla-La Mancha, y de ahí el desmarque del gobierno de Page ofreciéndose a tomar el relevo del Premio de Tauromaquia que Urtasun despreció, como ministro de Cultura solo de esa parte del muro. En Guadalajara se celebran centenares de festejos populares todos los años y ni Franco, al que no le gustaban los toros, pudo prohibir el encierro de Brihuega; aunque lo intentó.
P.D. (La temporada 2023 se cerró con una asistencia de 2,4 millones de espectadores, 1.631.943 de ellos en los cosos de primera categoría y 968.784 en las plazas de segunda categoría, como la de Guadalajara, y si sumamos las plazas de tercera nos vamos a los 4,5 millones).