Esta semana se celebra en Guadalajara la 110 Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, según nos recuerda Braulio Carlés, el vicario de Pastoral Social de Cáritas Sigüenza-Guadalajara y máximo responsable en Castilla-La Mancha de Accem, seguramente la ONG que con más dedicación y eficacia trabaja en la recepción e integración del migrante en nuestra comunidad y provincia. La semana tiene por objetivo sensibilizar a la población sobre el fenómeno migratorio, para que sea aceptado de forma natural y sin prejuicios. Una tarea especialmente necesaria en Guadalajara, que será una de las provincias de toda España que más crecerá en los próximos 15 años, y no porque se espere un espectacular aumento de la natalidad entre los que ahora vivimos en ella, sino porque está entre las que más expectativas tiene de poder ofrecer una ocupación a los migrantes, por su alto potencial en el sector logístico, especialmente, sin olvidarnos de la hostelería y los servicios en el medio rural, amenazados por la despoblación. Según datos oficiales, Guadalajara ganará un 21,7 % de población en los próximos 15 años (2024-2039), último año en que alcanzaremos los 341.225 habitantes, 61.000 más que en la actualidad. Por lo tanto, si hay una provincia que se la juega en España y que tiene necesidad de acertar con las políticas de integración hacia el migrante es Guadalajara. Pocas bromas a este respecto.
Braulio Carles recordaba que España va a necesitar 24 millones de personas trabajando en las próximas tres décadas y que a día de hoy son muchos los oficios que no se cubren por falta de mano de obra. El problema es cómo conciliar esa necesidad objetiva con la recepción de migrantes no regularizados, y que las costuras de la sociedad no se rompan. En ese sentido, tanto en España como en la Unión Europea en general, estamos fracasando en la gestión de esa migración irregular, porque después de poner los pies en Europa -los que no mueren en el mar- no estamos teniendo capacidad para su asimilación, porque o bien les faltan papeles o carecen de la mínima formación, con lo que esos oficios a los que se refería el vicario tampoco se cubren. Un escenario que no se lo puede permitir el declinante estado de bienestar europeo, ni los propios migrantes a los que se condena a la economía sumergida en trabajos en negro que no reportan ingresos a la Seguridad Social para contribuir a su sostenimiento.
Decía también Braulio Carlés que le preocupaba el mensaje populista de ciertos responsables públicos y que trata de identificar al inmigrante con el delincuente, subrayando que eso no es cierto y que hay que desterrar ese y otros prejuicios. Estoy de acuerdo con el vicario, pero ello no nos debe impedir analizar con objetividad la realidad más allá de simplezas y populismos baratos. Porque tan demagógico es hacer creer a la gente que el problema se soluciona con poner las vallas más altas y deportar masivamente a los migrantes (¿adónde?); como estúpido es pretender que esto se soluciona abriendo las fronteras y que venga todo el que quiera, porque la capacidad de absorción de nuestro mercado laboral no es infinita y pronto se vendría abajo el estado del bienestar que tanto nos ha costado levantar en Europa tras la II Guerra Mundial. Y con él, no lo duden, la propia democracia, porque esa decadencia europea se vincularía a la inmigración como se vinculó sibilinamente por los nazis la hiperinflación con los judíos en la República de Weimar en los años treinta. Con los resultados por todos conocidos: Hitler llegó a la cancillería por la vía democrática, aunque en poco tiempo liquidó el Estado de Derecho que le permitió su acceso al poder.
El gran problema que los partidos democráticos de gobierno se resisten a ver es que cada vez más gente cree que desde un régimen autocrático y cerrado se gestiona mejor desafíos como la inmigración o los efectos de la globalización; y ponen como ejemplo a la Rusia de Putin y sobre todo a la China de Xi Jinping. Así, hay que estar ciego para no darse cuenta de que la reciente victoria de la ultraderecha alemana (AfD) en dos estados federados tiene su origen en que cada vez más electores piensan que el gobierno del socialdemócrata Scholz ha fracasado en la gestión de la inmigración. ¿Y cómo ha reaccionado el canciller? Poniendo unos controles fronterizos aleatorios al margen del espacio Shengen, lo que es una simpleza mayúscula. Así no va a lograr Scholz frenar a la ultraderecha en las elecciones federales del año que viene, donde la AfD nos puede dar un buen susto a toda Europa, que podría deshacerse como un azucarillo sin un liderazgo alemán europeísta.
España no es ajena a esa corriente autoritaria que se extiende por el continente y por ello la inmigración es hoy percibida como el principal problema de los españoles, según el CIS de Tezanos, que en esto no tiene por qué mentir. ¿Y qué está haciendo el Gobierno; buscar un pacto de Estado con el otro gran partido democrático? Todo lo contrario: presenta a Feijóo como un ultra de la Afd y mete al problema de la inmigración en su agenda partidista, el puñetero muro, como si fuera la financiación singular de Cataluña o cualquier otro enjuague con sus desleales socios separatistas, que coinciden con el populismo de extrema derecha en una idea: la supresión de las políticas de cohesión en los estados y la UE a costa de supeditarlo a sus políticas identitarias e imponer los privilegios fiscales, a los que ahora llaman criterios de ordinalidad, para así disfrazar su insolidaridad.
Mientras que el asunto de la inmigración no se gestione con más acierto y forme parte de un amplio consenso entre las fuerzas democráticas mayoritarias que construyeron Europa y su estado del Bienestar (socialdemócratas, liberales y democristianos) no podremos frenar al populismo que hoy avanza por el viejo continente, como en los años treinta no pudimos detener a los fascismos que acabaron llevándonos a la guerra ante el buenismo de los Chamberlain de turno. Vuelvo a recordar la acertada reflexión de Braulio Carlés cuando reclama para la inmigración “políticas acogedoras y flexibles, con un modelo justo e inteligente que se construya desde la dignidad”. No voy a pedirle más precisiones a Carlés, ni preguntarle cómo se instrumenta eso, porque las hojas de ruta las deben trazar nuestros representantes políticos. Pero de lo que estoy convencido es de que sin un consenso europeo y nacional sobre cómo gestionar en casa y en origen la inmigración -que ahora es ilegal-, será imposible promover y financiar esas políticas acogedoras y flexibles que reclama. Y aun de lograrse, se toparía con un sinfín de dificultades. Lo que es seguro es que cada vez estamos más cerca de que el populismo, que ofrece soluciones simples para problemas complejos, acabe ganando unas elecciones en Alemania o Francia, los motores de la UE, que griparían el sistema en su conjunto y volveríamos a la Europa anterior a la II Guerra Mundial, con todo el riesgo que ello implica.
Esto es lo que hay. El mayor reto para una Europa democrática y social es, hoy, la gestión de la inmigración, pero sucede que los forjadores de ese gran invento que se llama Unión Europea cada vez están más desorientados y sin capacidad de respuesta ante esos cayucos que todos los días desembarcan en nuestros comedores a la hora del telediario. Y mucha gente apremia a que algo habrá que hacer.
UN GRAN DEPORTIVO.- Digo yo que el Deportivo Guadalajara jugó probablemente el domingo el mejor partido desde que está en Segunda RFEF. Me gustó mucho el equipo entrenado por Pere Martí ante un Talavera que había ganado todos sus partidos y confío sea una muestra real de sus aspiraciones a final de temporada. Una buena noticia para el nuevo equipo directivo y técnico del club y que contrasta con los sustos de todo tipo de temporadas anteriores. Suerte para lo que queda y si lograran recuperar el escudo original del club, el de Alvar Fáñez de Minaya entrando en la ciudad en la noche de San Juan de 1085, la felicidad de los más veteranos sería completa.