Más de 40 minutos para coger un autobús

Si hay algo que debería preocupar a nuestras autoridades y al paisanaje político en general son las comunicaciones con Madrid, de cuya área metropolitana formamos parte. Son millares de personas las que viajan diariamente entre Guadalajara y Madrid, o viceversa, ya sea por razón de estudios o de trabajo. Un colectivo que en los últimos meses está maltratado por el transporte público, aunque su atrabiliario ministro Puente está enredado con lo de Ábalos, Koldo, Aldama y compañía, y los asuntos estrictos de su cartera no aparenta que le preocupen mucho. Pero la realidad está ahí: las incidencias en Cercanías están volviendo majaras a sus usuarios, con retrasos al trabajo y a las aulas cada vez más difíciles de justificar, lo que ha llevado a que centenares de ellos hayan cambiado el tren por el autobús, provocando a su vez la saturación del servicio habitual de Alsa.

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Usuarios del autobús Guadalajara-Madrid en las colas interminables que sufren todos los días./GUDiario.

Según los afectados,  desde que empezó el curso escolar, en septiembre, las esperas habituales de 10 minutos que había para coger un autobús el año pasado, se han transformado en 40 minutos. Un largo tiempo de espera que se repite día tras día sin que nadie ponga soluciones. Ni la empresa concesionaria del servicio, desbordada por la avalancha de viajeros, ni la autoridad responsable, empezando por el Ministerio, al tratarse de una línea Interregional, por no hablar ya del Ayuntamiento de Guadalajara o la Comunidad Autónoma, que tiene entre los usuarios a vecinos y electores. La empresa ni tan siquiera se ha molestado en dar una explicación cuando la autora del reportaje, Nuria Fernández, se la pidió para este digital. Y esto es lo que hay. Unos insolventes.  

NO ES MORADO TODO LO QUE RELUCE.- Agricultores de la zona de Brihuega y otros lugares de España, han comenzado a arrancar plantaciones de lavanda por falta de rentabilidad económica. Así lo denuncian agricultores desde Paisajes de Lavanda, hartos de hacer el primo con este negocio y advierten que la única solución que ven es sustituir la lavanda por cultivos tradicionales.

Como bien sabemos, los campos de lavanda de la Alcarria se han convertido en el principal atractivo de la comarca y solo hay que darse una vuelta por las calles de Brihuega allá por el mes de julio y ver cómo turistas de España y el extranjero hacen gasto en la villa después de haberse retratado vestidos de blanco sobre un fondo rabiosamente morado. Pero esto tiene un problema: esos cultivos que son como el telón de una película de Visconti en la Toscana cada vez son menos rentables para los agricultores y denuncian que esa falta de rentabilidad podría provocar hasta el arranque del 90% de las más de 3.000 hectáreas en la provincia de Guadalajara. Los agricultores sienten que sus campos se han convertido en un jardín para los turistas que generan beneficios para otros sectores, pero ellos no reciben nada a cambio.

Si tenemos en cuenta que Guadalajara es el principal productor de lavanda de España y que el turismo entorno a sus campos durante la floración de la Lavándula se ha convertido en un reclamo de gran valor añadido, parece recomendable que todas las partes hagan un ejercicio de diálogo y ver qué fórmulas pueden habilitarse para que los que ponen el decorado para las fotos reciban una parte del pastel. No sé si la CEOE, la APAG, el Ayuntamiento de Brihuega o las consejerías de Agricultura y Turismo podrían ejercer ese papel mediador, pero sí parece que la queja de los agricultores tiene fundamento; y es mejor actuar antes de que sea demasiado tarde y para que, parafraseando al Nobel Cela en su 35 aniversario, la Alcarria siga siendo un país al que la gente le da la gana de ir. Como bien saben los lectores de su famoso viaje, la sentencia de CJC decía todo lo contrario, pero eso fue cuando nuestros campos eran pardos y no se habían atrevido con las delicadezas provenzales de los campos de lavanda.  

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