El agua que en un día pasa por el Ebro en Zaragoza, coincidiendo con las inundaciones que regresan a la ribera de Aragón y Navarra, equivale al trasvase que en los tres próximos meses (60 Hm3) se van a derivar desde una tierra seca, la cabecera del Tajo, a otra deficitaria en agua, el Levante español. No he escuchado a ninguna voz autorizada en Aragón, de cuya corona nació España, preguntarse si es aceptable que todo este agua se pierda sin que solo una mínima parte pueda contribuir a paliar las necesidades de la España seca. Diríase que algunos prefieren ahogarse en una riada que trasvasar un solo hectómetro fuera de las fronteras regionales.
Un servidor, aun siendo de Guadalajara, no es antitrasvasista de religión, como otros políticos oportunistas. Pero lo que tampoco acepto es ser trasvasista de un único trasvase: el del Tajo al Segura. Eso es un insulto. Y lamento que habiendo opciones para hacer derivaciones de agua sostenibles del Ebro al Segura, o del Duero a la cabecera del Tajo, todo ello sea tabú en la España de hoy. Porque sería políticamente incorrecto y el presidente autonómico que lo defendiera perdería las siguientes elecciones, emparedado por el populismo y la demagogia nacional-regionalista.
España no solo tiene un problema en Cataluña, con los independentistas que viven de la independencia y el desafecto de una parte no desdeñable de la sociedad catalana, instruida por TV3 y una bien tejida red de agit-prop a favor del “Process”.
El problema real de España es que los vicios y la estrategia nacionalista está siendo mimetizada por los gobiernos autonómicos, que por ello están perdiendo todo sentido del Estado. Cada presidente se cree un Puigdemont en potencia. Y esto nos lleva a que en España cada vez sea más difícil mantener un estado vertebrado, porque lo que ahora se lleva es ensalzar las particularidades de todo bicho viviente y reclamar un estatuto especial. Y así constatamos que cada vez hay más desigualdades en materia fiscal, la educación o la sanidad, entre unas autonomías y otras, aunque gran parte de la izquierda y los sindicatos CC.OO y UGT miren hacia otro lado.
El problema de España, hoy, no es que sucumbe al disparate de un agua que se pierde en el mar, y que luego hay que desalar con el alto coste que ello supone. Lo que nos debería preocupar es que todo ello es consecuencia de la la falta de vertebración de un Estado, que es incapaz de dar respuesta a cualquier política armonizadora entre los distintos territorios que lo componen.
El éxito de Ciudadanos está meramente en señalarlo, aunque lo que diga Rivera es el libro gordo de Petete; y la caída del PP no es más que su incapacidad para trazar una hoja de ruta y que sus dirigentes sean capaces de explicarla. O en el caso del PSOE de Pedro Sánchez la ausencia de una idea de España, como la tuvo el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, el que mejor supo vertebrar la España de la democracia. Es decir, viven en la improvisación y la ocurrencia.
Podemos y sus confluencias son esencialmente nacionalistas.
Esto es lo que hay. El problema no es el trasvase. Es la idea de España que hace aguas.