Vamos a tener segunda vuelta. Los resultado de las Primarias del PP así lo han querido, y los dos candidatos que pasaron el corte no se han molestado en disimular. Soraya Sáenz de Santamaría defiende que en cualquier candidatura unitaria ella tiene que llevar la “iniciativa”, que viene a ser lo siguiente: “Pablo Casado te cedo la secretaría general, pero la presidenta soy yo, y eso ni se discute”. Teniendo en cuenta que la de Soraya es la candidatura más votada, con 21.513 votos (37%), y que ganó en más comunidades/ciudades autónomas que ningún otro candidato, ocho, está en su legítimo derecho de llegar hasta el final en su deseo de presidir el PP.
Pero sucede también que Pablo Casado, al ser un sistema de doble vuelta, tiene también serias opciones de revertir la situación.. En la primera reunió 19.967 votos, el 34% de los sufragios, una cantidad notable. Y difícilmente Soraya le va a convencer a Casado de que ceda a sus pretensiones cuando entre los militantes que votaron en la primera vuelta hay un 63% que no lo hicieron por la ex vicepresidenta del Gobierno. Con ese antecedente, Casado tiene también todo el derecho de defender su proyecto político hasta el final.
María Dolores de Cospedal, que en todas las quinielas era favorita a pasar el corte, y que accedía a estas Primarias desde la secretaría general, es la gran derrotada. Demostró ser una gran candidata entre los militantes de Castilla-La Mancha, con el 64 % de los apoyos, pero flojeó fuera: solo ganó en tres autonomías más. Su decepción es comprensible y las palabras de la noche electoral, lógicas: ya avanzó que no aspira a ninguna “responsabilidad” en el proceso de diálogo y reflexión que abrirá con los dos candidatos, singularmente con Pablo Casado.
Pero la vida sigue, y el 20 y 21 de julio hay convocado Congreso para elegir entre Santamaría y Casado. Y Cospedal se ha convertido en lo que en en unas Primarias americanas lo llaman un “gran elector”, es decir, aquellos candidatos que por sí mismos no tiene fuerza para aspirar a la nominación, pero que su concurso es indispensable para la elección del candidato presidencial. Muchas veces en América esos candidatos han terminado como vicepresidentes. El equivalente sería aquí la secretaría general del PP. El cargo que ya desempeñó Cospedal y que declinó en la noche electoral al decir que no aspira a otras «responsabilidades”. Pero esto no quita para que Cospedal sea la “gran electora” que Casado necesita, su principal “influencer”, como se dice ahora, y que llegue a un acuerdo sobre una candidatura de consenso que se enfrentaría en el Congreso a la de su secular rival, Soraya.
Y llegados a este punto, se suceden las similitudes. Verano de 2000. Joaquín Almunia ha dimitido tras perder las elecciones con mejor resultado que Pedro Sánchez (otros tiempos, otra política menos tacticista) y en el PSOE hay unas primarias abiertas. Un diputado joven, José Luis Rodríguez Zapatero, al que sus críticos le afean su inexperiencia, como a Pablo Casado, se tira al ruedo y compite por la nominación con José Bono, Matilde Fernández y Rosa Díez. Todas las encuestas dan a Bono como favorito, que llega al Congreso con los apoyos de la mayoría de los barones del partido, y de importantes federaciones. Pero otro “gran elector” – como será Cospedal en el Congreso del PP-, Alfonso Guerra, maniobra en último momento, divide el voto de sus compromisarios y sin retirar a Matilde Fernández, la candidata que había presentado su corriente, le chafa la presidencia a José Bono, un ex guerrista que se había alejado del redil para vivir su propia vida. Y así el candidato “sorpresa”, Zapatero (versus Casado), gana el Congreso por solo nueve votos frente a Bono, los que le prestó Guerra (versus Cospedal).
¿Sucederá esto en el PP? Tiene toda la pinta dado el estrecho margen de la victoria de Soraya entre los militantes y que todos los demás, especialmente Cospedal y Margallo, tienen algo en común: su antipatía por la ex vicepresidenta.
Pero ahora el cuerpo electoral es distinto al de la primera vuelta. El procedimiento es un tanto endiablado, porque a los militantes se les sustituye por los compromisarios, y eso alienta la crítica del adversario, y ya no digamos de los enemigos – que como nos enseñó Churchill están en tu propia bancada- si los compromisarios enmiendan a los militantes. Aunque tal censura sería una pataleta de mal perdedor, porque todos los precandidatos sabían las normas por las que se regía este partido. Y no se cuestionaron.
¿Que es maquiavélico cambiar el cuerpo electoral para una segunda vuelta? Pues sí. Pero esto es lo que hay. Para la próxima deberían imitar a Francia, que también en segunda vuelta permite la participación no solo de los militantes, sino también de los simpatizantes inscritos después de pagar unos francos. Lo podían adoptar los grandes partidos españoles en general y así se ahorrarían explicaciones, o bochornos como en algunas agrupaciones socialista con el censo electoral cuando se acercan las Primarias locales. Y aun así, les recuerdo, el sistema tampoco es infalible. Macron no tuvo apoyos suficientes para presentarse a las Primarias del Partido Socialista Francés (había sido ministro con Hollande), porque les parecía un candidato poco de izquierdas, y luego arrasó cuando se presentó, él solito, y centrado, para la presidencia de la República. El pueblo francés siempre tan sabio y por encima de los cambalaches de los partidos.
En el proceso del PP, más restrictivo, en esta primera fase los militantes han elegido a 2.612 de los de 3.134 compromisarios que participarán en el cónclave —el resto son miembros natos—. De ellos, 27 son de Guadalajara.
La derrota de Cospedal abre también otro escenario: ¿su retirada anunciada incluye también la presidencia del PP de Castilla-La Mancha? ¿O el buen resultado que ha obtenido entre la militancia de Castilla-La Mancha le animará a ser la candidata frente a García-Page, por segunda vez? El portavoz parlamentario Francisco Cañizares, se consuela diciendo que «Nunca ha dado la espalda al partido y no la va a dar ahora». Después del Congreso Extraordinario sabremos si Cospedal se marca un Rajoy, y se va a su Santa Pola, o si le quedan fuerzas y ánimo para batallar por Fuensalida cuando su horizonte ya era La Moncloa.
Complicado. Pero esto es lo que hay.