Cuando en la noche del 21 de abril, Pedro Sánchez mandó a su agit-prop a que corease “Con Rivera no” debajo de su ventana en la calle Ferraz, en la engañosa noche “triunfal” del secretario general del PSOE con más poder desde el tandem González-Guerra, fue cuando se “jodió el Perú”, como diría Vargas Llosa. Un endiosado Sánchez se alejaba de la fórmula de gobierno más deseada por los españoles -en lo que coinciden todas las encuestas, hasta las de Tezanos-, un gobierno de centro-izquierda entre PSOE y Cs, y todos los pasos dados a partir de entonces por el presidente en funciones han bloqueado cualquier posibilidad de rectificación. Los acuerdos con Bildu en Navarra fueron el corolario de una estrategia incompatible con cualquier acuerdo con Ciudadanos, que tuvo otros momentos de gloria como el dar consejerías estratégicas al independentismo pancatalanista en el gobierno balear, que preside Francine Armengol, una socialista con ropaje nacionalista. Solo Castilla-La Mancha se salvó de la estrategia autonómica de Sánchez en favor de los pactos con Podemos o el nacionalismo; y solo porque el pacto municipal con Ciudadanos lo negoció un Page, reforzado en su amplia mayoría absoluta.
Pero Sánchez es el hombre de las mil caras, como decían de Paesa. Y si ese 21 de abril avanzaba que Podemos sería el socio preferente para formar gobierno en poco más de un mes cambió de opinión. Primero, fue el veto a Pablo Iglesias para ocupar una vicepresidencia política que se le ofreció a Podemos a modo de frontispicio de unos ministerios que no se acabaron de concretar. Y cuando el líder de la izquierda radical cedió ante el órdago de Sánchez, pronto se encontró con que la oferta a un gobierno de coalición había periclitado; y si te he visto no me acuerdo. Llama la atención que Sánchez descubriera, de repente, las consabidas diferencias que en cuestiones esenciales (Europa, política económica, la propia concepción de España o cómo afrontar el Process) separan a un partido socialdemócrata de otro neocomunista, por lo que el reconocimiento de Sánchez ante Ferrreras ( “Ni yo ni el 95% de los españoles dormiría tranquilo con Podemos en el Gobierno” ) cae en el terreno de lo cómico, por verdad que sea. Por ello, hay que preguntarse ¿qué nos hemos perdido entre medias?; y la respuesta se me antoja clara: sus consejeros áulicos, José Félix Tezanos e Iván Redondo, llegaron a la conclusión de que unas nuevas elecciones ampliarían su minoría mayoritaria. Con lo todo lo que los desvelos del Gobierno a partir de entonces fueron encaminados a teatralizar que Sánchez ha hecho todo posible por evitar las elecciones. En ese sentido, la apariencia, estimulada por sus consultores, de que si no lo consiguió lo fue por no echarse de nuevo en brazos del independentismo y la izquierda radical, le va a venir muy a Sánchez en ese viraje a la centralidad que utilizará a partir de ahora.
Pero no sería justo echarle al presidente (en funciones) toda la responsabilidad. Albert Rivera, por ejemplo, ha demostrado estar todavía muy tierno para dar batallas que se libran en el fango, y podría ser el primer dirigente de la historia al que sus votantes le castigan por hacer lo que prometió en campaña electoral: no prolongar la presidencia de Sánchez . El presidente de Ciudadanos se equivocó no haciendo caso a políticos más curtidos que él en el arte de la política (por el Conde de Romanones sabemos que decir “nunca” en política es decir “hasta esta tarde”), que acabaron saliendo del partido, por disentir de una estrategia contestada por los hechos. Por mucho que se empeñe Rivera, los resultados electorales han dado al PP liderazgo de la oposición (la última encuesta de El País concede 94 escaños al PP por 34 a Cs), con lo que mantener la ficción de que el sorpasso en el centro-derecha es posible ha llevado a Cs a la irrelevancia. Ciertamente que Rivera no puede pactar con un partido que se encama con nacionalistas y bolivarianos, pero el error lo comete en no haber puesto en evidencia a Sánchez, desde el minuto 1, ofreciéndole un acuerdo por escrito, como el de 2015, alternativo a la mayoría Frankeistéin que se formó en la moción de censura contra Rajoy. No lo hizo por su temor a que le calificaran de “bisagrista”, olvidando ejemplos como el de Genscher en la Alemania de la guerra fría . Y ahora el Waterloo de Rivera se desencadenaría si sus votantes se preguntan: ¿Para qué ha servido Ciudadanos? Pues bien, la respuesta es inquietante cuando algún sondeo señala que casi la mitad de los votantes de Cs no saben si volverán a votarlos.
El Partido Popular de Pablo Casado, con el PSOE de Sánchez, es el gran beneficiado por este adelanto electoral, pues todos los sondeos coinciden en que liderará el centro-derecha, y eso puede suponer entre 25 y 30 diputados más. Casado sí ha hecho una lectura correcta de la hecatombe que vivió su partido en abril: se ha puesto de perfil, para no ser arrastrado por la ventolera que se puede llevar a su gran rival, que no es Sánchez sino Rivera, y esperar tiempos más propicios. La estrategia de Casado es la correcta, pero no debería desaprovechar la ocasión para impulsar una renovación que no debe confundir ser conservador con lo viejo o lo atrabiliario. De momento, ha parado el golpe por su derecha, al haber frenado a Vox, pero no parece suficiente para conformar una mayoría rejuvenecida con la que parar a Sánchez.
Así que el 10 de noviembre volveremos a acudir a las urnas, por quinta vez en cinco años, con una sensación de hartazgo, (que llega al 90 % del electorado, según el estudio antes citado), lo que constituye un dato que va a ser muy difícil evaluar por la demoscopia: ¿A quién beneficiará la abstención que puede batir récords?
Pero lo peor de todo es que una repetición de las elecciones no nos garantiza un panorama político diferente tras el 10-N, porque podría ocurrir que la suma de PP, CS y Vox se quede lejos de la mayoría absoluta, y tampoco la previsible mejoría del PSOE bastaría, sin un acuerdo de investidura con Podemos o Ciudadanos, para reelegir a Sánchez. Es decir, que hay serio riesgo de que después de una legislatura perdida, con todos los problemas que tiene España y Europa, volvamos a la casilla de salida. Y el nudo gordiano siga sin desatar. Todo un estropicio para la credibilidad del propio sistema que nació con la Constitución de 1978, pero con una ley electoral que pudo valer cuando solo había dos fuerzas mayoritarias, pero que ahora nos ha traído inestabilidad y desgobierno.
O se introducen reformas como la segunda vuelta (lo más democrático), la prima de escaños al partido más votado (Grecia) o la proclamación automática por el Congreso del candidato más votado si nadie alcanza la mayoría absoluta (me parece insuficiente porque no garantiza una legislatura estable) o entraremos en una pendiente de descrédito del sistema democrático que puede ser aprovechado por los populistas de toda clase, como ha ocurrido en otros países europeos. Esto es lo que hay.
P.D.- Dejo para otro post posterior el análisis demoscópico sobre las elecciones en nuestra provincia, aunque avanzo algo: si en las del 21 de abril, dije desde mi primer artículo escribí que en Guadalajara estaba cantado el 1-1-1, el 10 de noviembre va a haber partido hasta el último momento.