La periodista Ana del Campo Illera llegó a Guadalajara desde su Madrid natal en la primavera de 1979, con poco más de veinte años. Aquí tenía la ocasión de comenzar su carrera periodística en un periódico «Guadalajara, Diario de la Mañana», un medio tan joven como ella que nació con una pretensión que la historia ha demostrado imposible: contar con un diario impreso en Guadalajara. El periódico, a pesar de la buena voluntad de sus fundadores, duró un par de años, pero le dio tiempo a Ana del Campo a acreditar su buen hacer, lo que le valió, con Javier de Irízar de alcalde, para poner en marcha el primer gabinete de comunicación que tuvo una institución de Guadalajara. Allí estuvo desde mayo de 1981, y en 38 años de servicio le ha dado tiempo a conocer seis alcaldes (Irízar, Blanca Calvo, José María Bris, Jesús Alique, Antonio Román y Alberto Rojo), quienes tuvieron la oportunidad de conocer de su profesionalidad, honradez con la institución, y el rigor que se ha de pedir a cualquier gabinete institucional, cualidad de tanto valor en unos tiempos donde tan a menudo se confunde la información con la propaganda y las opiniones con los hechos. Ana del Campo siempre estuvo allí para servir a los periodistas esos hechos y la información de interés general que merecía ser conocida por el vecino de Guadalajara, sin apostillas, dejando que fuera cada medio el que la valorara libremente. En ese sentido, Ana puede de dar clases a los aprendices de periodistas sobre cuál es el papel de un gabinete institucional, y cómo servir de herramienta para que el periodista tenga la información que precisa, y no convertirse en cortafuego del cargo público. Un periodista nunca es un guardaespaldas.
Esa Guadalajara que no había saltado de los cincuenta mil habitantes, que solo tenía dos semanarios (Flores y Abejas y Nueva Alcarria), ninguna radio propia y ya no digamos televisión (un monopolio que todavía ejercía el Estado) fue en la que Ana del Campo creció como periodista; y como persona. En lo profesional vivió una etapa tan apasionante como aquellas primeras elecciones locales democráticas y en la que fuimos testigos del patinazo más trascendental de la historia electoral de Guadalajara. Esta mañana recordábamos aquella tardanza de tres minutos en presentar la candidatura de UCD por culpa de un gobernador civil que no había puesto en hora su reloj con las formas de la democracia que llegaba, y que a la postre impidiera que Luis Suárez de Puga, de UCD, fuera el alcalde y Agustín de Grandes, el primer presidente de la Diputación tras la dictadura. Y cómo todavía apenas unas horas antes de la resolución de la Junta Electoral (órgano judicial ciertamente novedoso) ese mismo gobernador declaraba que no habría ningún problema con lo del reloj.
Pero si apasionantes eran aquellos años en los que la Transición llegaba a todas las instituciones del Estado, no menos fue la etapa de Ana en el Ayuntamiento y donde con la ya fallecida María Cruz Crespo, recibieron el encargo de abrir las puertas del Consistorio a la ciudad y contar lo que allí había. Todo un acontecimiento porque antes de llegar la democracia a la prensa no se nos comunicaba ni cuando se celebraban los plenos y había que enterarse del orden del día por algún concejal amigo. Desde el recién creado gabinete también se puso en marcha con Jesús Ropero de fotógrafo la primera revista municipal, Calle Mayor, entre marzo de 1981 y mayo de 1991, llegando a convertirse en una publicación diaria coincidiendo con la celebración de los primeros encierros taurinos en la ciudad. La revista cumplió con su papel de servir esa información de las fiestas al día al que no llegábamos desde nuestros semanarios. También fue la responsable de varias revistas de información interna en el Ayuntamiento y de otras publicaciones como la revista “Tragaluz”.
En lo personal, Ana unió sus destinos a aquella provinciana capital de provincia que tanto le llamó la atención el día que la conoció, aquí se casó, tuvo sus hijos, fue muchos años miembro de la Asociación de la Prensa y con su trabajo -no lo dudes- contribuyó a hacerla más abierta, menos envarada, y sin ceder nunca al principal enemigo de la democracia: el sectarismo.
Esto es lo que hay. Ana del Campo Illera se jubila. Aunque ya sabemos que los periodistas no nos acabamos de jubilar del todo. Por eso, aquí sigues teniendo tu casa.
P.D. Mientras escribo estas líneas están echando por la televisión la exhumación del cadáver de Franco con todo lujo de detalles (¿no habíamos quedado en que iba a ser una ceremonia íntima?); y además de no entender muy a qué viene tal despliegue, que parece una etapa de montaña de La Vuelta, solo siento indiferencia. Queridos niños: aunque la presencia de un dictador en un monumento nacional es una anomalía que había que resolver, no creáis que hoy ha acabado la transición porque Franco repose a partir de ahora en Mingorrubio. La Transición terminó hace tiempo, el día en que la sociedad española decidió que nunca más debería haber vencedores y vencidos. Por ello hay que tener mucho cuidado en confundir la justicia histórica con la revancha, y a tal efecto hacer coincidir la «resurrección» de Franco con la campaña electoral no es la mejor manera de despejar la política española esa gran lacra que es el guerracivilismo. Entonces la pregunta es: ¿A quién beneficia? No a los moderados.
Eso sí, el Tour de Franco desde Cuelgamuros hasta Mingorrubio hurtó de la apertura de los telediarios la noticia del peor verano para el empleo desde 2012 y que en Guadalajara la EPA nos ha traído mil parados más que hace tres meses. Si a esto sumamos el rapapolvo que le han dado a la ministra Calviño por el déficit de las cuentas que presentó a la Comisión Europea, y que es anuncio de nuevos recortes por el gobierno que salga, pues qué quieren que les diga. Que este reallity-show de Franco de vuelta a El Pardo me suena a pan y toros. Solo falta que lo presente Kiko Matamoros.