Dos cosas me llamaron más la atención en el día en que Pedro Sánchez fue elegido presidente del Gobierno (hasta ahora también lo era, pero fruto de un incidente llamado moción de censura). La larga fila de diputados y senadores socialistas que esperaron para poder saludar al presidente, de pie junto a su escaño, y la foto que se hizo apoyado en la mesa de los taquígrafos y estenotipistas del Congreso, como mirando a España de arriba abajo después del éxito con seguido. No hay mejor pegamento para un partido que el poder, porque ocupa a todos durante una legislatura. Pero si el pegamento del grupo socialista fragua sólido y está a prueba de los bandazos que ha dado Sánchez en los últimos meses, bien diferente es lo que sucede con sus socios. Minutos antes del besamanos de Sánchez, la portavoz de los ultranacionalistas de ERC dejó paladinamente claro que la gobernabilidad de España les importa un “comino”. Pues bien, con estos bueyes tendrá que arar el gobierno de PSOE y Podemos. Con una parte del gobierno que aun admitiendo por imperativo legal la Constitución de 1978 la quieren cambiar en puntos sustanciales; pero que al no sumar necesitan del respaldo de unos socios independentistas que la quieren enviar de una patada al Mediterráneo.
Minutos antes del besamanos de Sánchez, la portavoz de los ultranacionalistas de ERC dejó paladinamente claro que la gobernabilidad de España les importa un “comino”. Pues bien, con estos bueyes tendrá que arar el gobierno de PSOE y Podemos.
Pero el gobierno de Sánchez no solo tendrá que lidiar con la oposición, en una legislatura muy radicalizada y con un parlamento en el que no se adivinan los puntos de encuentro, sino en convencer a los barones socialistas críticos con el independentismo de que todo esto no se les ha ido de las manos. No es casual que ni Page, ni Lambán ni Vara acudieran al besamanos de Sánchez en el Congreso de los Diputados, que es tanto como decir que les tendrá que convencer de que la relación bilateral entre el gobierno de España y Cataluña, y los reconocimientos nacionales hechos al PNV y Bildu, se hará siempre en el marco de la Constitución y la consulta prometida sobre un Estatuto de Cataluña reformado. Pero solo hay que oír a Rufián para constatar que él espera todo lo contrario. Lo que la investidura ha dejado claro es que en el mejor de los casos por las demandas ultranacionalistas iremos a unas comunidades autónomas de dos velocidades y a un estado menos cohesionado y más desigual. Aunque a esto lo llamarán “progresista”. En el mejor de los casos, insisto.
¿Y la oposición? Pues mucho que reflexionar. Sánchez nos genera un mar de dudas por su obsesiva estrategia de la conquista del poder, pero no menos verdad es que ha sido el único que lo ha intentado con contumacia. El PP y Ciudadanos desaprovecharon una coalición histórica para haber sumado más que cualquier otro, y a estas alturas están más lejos de La Moncloa que nunca. El papel a desempeñar también es difícil, porque no pueden ser todos los días los profetas de la Apocalypsis. En fin, que más les vale que recuperen la centralidad, ahora que Sánchez se alía con radicales, o serán devorados por el populismo de derechas, que aguarda paciente.
Por último, Sánchez ha repetido durante el debate que este es el gobierno que han elegido los españoles. No es verdad, obviamente. Nuestro sistema parlamentario permite a los españoles elegir a los diputados, que representan la soberanía popular, y estos a su vez eligen al gobierno en mayoría o en coalición. Pero nuestra Constitución no otorga a los ciudadanos la elección directa del gobierno, como sucede en Francia con la segunda vuelta. Esto posibilita que entre los partidos que votaron en contra de la investidura de Sánchez sumen más votos electorales que el bloque del “sí”, sin que por ello se pueda decir que no sea democrático. O que un partido como Teruel Existe, con 19.000 votos, haya decantado la elección de Sánchez. Así que si se abre el melón constitucional, yo me apunto. Muchos cuestionamos una Ley Electoral que ha dado un poder desmesurado al independentismo y a las minorías, porque en la deriva cantonalista actual nos preguntamos si merece la pena dar el voto a partidos nacionales, que en teoría están ahí para cohesionar al Estado y defenderlo de agresiones exteriores. O mejor nos tiramos al monte como los de Teruel.
P.D. Lo que sabemos, porque lo ha filtrado Podemos, es que Magdalena Valerio dejaráde ser Ministra de Trabajo, puesto que se reserva a Yolanda Díaz, una dirigente de Galicia en Común. Pero desconocemos qué competencias quedarán colgando de Trabajo, si mantendrá o no el importante área de Seguridad Social. O cuántos ministerios tendrá el nuevo gobierno para que los pactos con Podemos encajen.
A seguir también el acuerdo con Teruel Existe, que incluye autopistas. Recordemos que tras el trágico incendio de La Riba, Zapatero prometió un parador y una vía rápida a Molina con continuidad hasta Teruel. Desde entonces han pasado 15 años. Tendría gracia que al final un partido de Teruel rescataría la autovía de Molina, con lo que podríamos pedir al señor Guitarte que abriera una delegación en el Señorío. Pero esto es lo que hay.
Foto: Sánchez prometiendo la Constitución, sobre una mesa sin Biblia y crucifijo.