«Damos por terminado el curso escolar de forma presencial en Castilla-La Mancha», declaraba días atrás solemnemente el presidente regional, Emiliano García-Page. No lo dijo, pero podría haber añadido que «todos estáis aprobados», porque esa es la instrucción general para toda España salvo en casos extraordinarios, es decir: aquello alumnos que se adelantaron al virus y no pisaban el aula presencialmente, como tampoco lo han hecho luego virtualmente. «Es que mi hijo se aburre», se excusaba una madre.
Es el curso del coronavirus, que no duden tendrá consecuencias en los rendimientos académicos en una educación como la española, que especialmente en ciencias juega siempre la promoción de descenso en la Champions europea. El Covid-19 ha alterado el curso más que otros países, pero lo peor es que las medidas de protección seguramente tendrán que prolongarse al siguiente, porque no hay que descartar que el alumnado no pueda ir todos los días a clase y continúen con la educación a distancia. Ello exige que todos tengan los equipos adecuados en casa, lo que en lenguaje fino se llama reducir la brecha digital. Amén de redoblar la voluntad y el esfuerzo, dos cualidades que no siempre se han estimulado en los últimos tiempos en nuestras leyes de Educación.
Este cierre de aulas, invocando motivos de seguridad, agrava un problema que ya de por sí no siempre las familias lo tienen resuelto. Cómo conciliar trabajo y familia cuando los dos miembros de la pareja trabajan. Y especialmente cuando se terminen los ERTEs y los que puedan vuelvan a su puesto de trabajo. Si antes era complicado ahora lo será más porque las guarderías están cerradas y los ayuntamientos todavía no se atreven a planificar campamentos urbanos y actividades alternativas. ¿Quién va a cuidar de sus hijos si no es posible conciliar entre los padres? En varios países de Europa lo han valorado y han decidido no suspender las clases en lo que aquí llamaríamos Primaria.
Aquí no lo hemos hecho, pero a lo mejor nos pegamos un tiro en el pie si deben ser otra vez los abuelos los que carguen con esta obligación, por ser la población más expuesta: en Castilla-La Mancha llevamos 2.893 muertos y 1.214 de ellos han fallecido en centros sociosanitarios, y en la estadística no están los mayores que han podido morir en casa.
Sí, es cierto, es muy difícil mantener las distancias con los niños pequeños. ¿Pero y en casa de los abuelos? Sin soluciones alternativas, movilizarlos otra vez sería como mandarlos al Vietnam. Esto es lo que hay.