Es verdad que en el horizonte se divisan algunos signos leves de recuperación económica, y que España ya no está en el alambre, como el año pasado, con su economía al borde de la intervención, pero no es menos cierto que las relaciones económicas entre las empresas están bajo mínimos y la tristeza impregna la vida ciudadana.
Pese a que los sacerdotes de la macroeconomía han escrutado los intestinos de las aves en el templo de De Guindos y nos indican que ya parecen menos negros, entre el ciudadano corriente y moliente está lejos de percibirse. Todo lo contrario. El problema es que llevamos ya 7 años largos de crisis, y las cifras del paro, aunque empiezan a tocar fondo, distan todavía un largo trecho para que podamos empezar a hablar en España de un crecimiento sostenido del empleo neto. Y sucede en cambio que las prestaciones de desempleo comienzan a agotarse y el trabajo sigue sin aparecer por ningún lado. En Guadalajara en concreto el 37% de los 23.674 parados registrados carecen de cualquier ingreso. Estamos hablando por tanto de 8.781 parados que han perdido el escudo del Estado de Bienestar europeo, con poco o ninguno dinero ahorrrado y que ya han pasado a depender de la solidaridad de familias y amigos, o de la caridad.
Los que peinamos canas no hemos conocido una situación como esta. En Guadalajara nos acordamos de ese comedor que tenía el Auxilio Social en la plaza de los Caídos en los años 50 y 60, y al que acudían primero los niños pobres para comer caliente. Y si sobraba algo, se repartía entre los adultos que llegaban con una escudella o una lata vieja. Ya no hay comedor del Auxilio Social y niños descalzos por la calle, pero solo porque esa labor ahora la está haciendo Cáritas y Accem, que han tenido que ampliar las plazas de su comedor solidario hasta 350. Además de ello, el Ayuntamiento de Guadalajara concede 600 ayudas diarias de comida a través del Banco de Alimentos y sus servicios sociales han tenido que atender a 295 familias sin ningún ingreso (765 adultos y 303 menores de edad); y a otras 232 familias con ingresos superiores o iguales a 425 euros. Tampoco hay cartilla de racionamiento, pero el Ayuntamiento se ha tenido que inventar el llamado Monedero Solidario, por el que tres grandes superficies de la ciudad harán descuentos hasta del 20% en alimentos frescos a los poseedores de esa tarjeta solidaria—antes la llamábamos de caridad—que paga el municipio. Mientras pueda.
Este es el panorama que hoy tenemos en la capital, pero que no es muy distinto del que podríamos ofrece de otros municipios grandes de la provincia, y que transmite una tristeza general, que va íntimamente ligada a la crisis. Porque las crisis empiezan siendo primero un estado de ánimo.
En estas circunstancias, cualquier presupuesto que se precie debe reflejar ese aumento de la cuota de solidaridad con los que peor lo están pasando, para atajar situaciones de verdadera emergencia, pero teniendo muy claro que no hay mayor acto de solidaridad que favorecer las condiciones para que las empresas vuelvan a crear empleo..
Decía hace unos días el alcalde Román que había que garantizar la estabilidad presupuestaria del Ayuntamiento y que para ello no iba a incrementar el déficit. Eso está bien, porque un ayuntamiento con déficit al final es un ayuntamiento endeudado, y por extensión un ayuntamiento que mantiene una alta presión fiscal. Mismamente el de Guadalajara, que en los dos últimos años ha subido la contribución urbana (el IBI) un 30%, y según se desprende de lo que recientemente dijo a los periodistas podría producirse una nueva “actualización” de los valores este año, algunos me dicen que podría llegar hasta el 10%. Y me sorprende, claro, porque cómo se puede hablar de “actualizar” valores catastrales cuando los inmuebles llevan cinco años seguidos depreciándose en la capital. ¡Pero qué broma es esta! Lo razonable es que se bajaran, pero ya sabemos que esto no es posible según reconoció el concejal de Hacienda en el último pleno por el hundimiento de la recaudación de los impuestos relacionados con la construcción. Es decir, el Ayuntamiento tiene un problema estructural de recaudación no resuelto.
Rigor presupuestario, sí, pero si se hace a costa de subir la presión fiscal, y no por la vía de la reducción del gasto ordinario, lo que se conseguirá es el efecto contrario. Que cada vez habrá menos contribuyentes y estaremos más empobrecidos para seguir aportando a la hucha común de la ciudad. Espero igualmente con interés el resto de las ordenanzas fiscales. Ya sabemos, por lo que nos dijo el alcalde, que unas bajarán y otras subirán, supongo que estas últimas las más, aunque habrá que seguir con especial interés lo que pasará con la tasa del agua en donde hay que repercutir un 36% de la subida del agua en alta que la MAS impone a sus ayuntamientos, para pagar las nuevas obras, que fiscalmente hablando, llegan en un momento muy inoportuno. La oposición de izquierdas habla de una subida de un 30%, aunque por lo que me llega la repercusión de los distintos gastos que lleva el agua tradicionalmente se ha hecho de una forma progresiva y parece que no excederá del 15%. En cualquier caso, demasiado para un escenario de recesión.
Ya no estoy hablando de que me bajen los impuestos, como sería coherente con un gobierno de centro-derecha, pero por lo menos que no nos los suban como si gobernase la izquierda más intervencionista. Porque cuando un partido acaba perdiendo sus referencias ideológicas, al final acaba perdiendo otras cosas. Que se lo pregunten al PSOE.
Esto es lo que hay.