En La Moncloa se esperaba con mucho interés el resultado del debate entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, y no dudaban de que podía ser el impulso para la remontada del presidente. Confiaban en las buenas maneras de Sánchez, que se había manejado bien en los cara a cara celebrados en el Senado, pero olvidaron que en ellos el presidente jugó con ventaja porque tenía tiempo ilimitado para exponer frente al tiempo tasado del senador Feijóo.
Por ello, vimos a un Sánchez que salió al debate muy confiado en su superioridad, como si el Estudiantes jugara ante un equipo de pueblo, y se le notó con el desdén que trató al adversario desde el minuto 1. Su táctica era interrumpirle continuamente diciendo que los datos económicos de Feijóo eran mentira, sin más, pero sin precisar en qué estaba mintiendo. En realidad, se trataba de datos macroecómicos, que son interpretables dependiendo de cómo los cojas, y me estoy refiriendo al empleo, el PIB, al crecimiento económico o al aumento del déficit y la deuda, que Sánchez achacó a la guerra de Ucrania o al gasto extra durante la pandemia.
Feijóo pronto se dio cuenta de que las intervenciones explicativas con Sánchez no son posibles, por las interrupciones, y aceptó bajar al barro y jugar el partido en el terreno que le proponía el presidente del Gobierno. Y ahí es donde sorprendió incluso a los suyos, porque se fajó bien en el cuerpo a cuerpo, aunque el presidente le dio muchas facilidades. Se hablara de lo que se hablara, Sánchez empleaba como único argumento que el PP es lo mismo que Vox, con lo que el gallego ejercía como tal, se iba por las ramas sobre su relación postelectoral con la derecha extrema, pero acababa recordando a Sánchez que él no está en condiciones de dar lecciones a nadie después de haber pactado con Podemos -que antes le quitaban el sueño- los independentistas del 1-0 o los filoetarras de Bildu. Estos últimos le acabaron de poner una piedra al cuello cuando esa misma tarde, en un mitin conjunto celebrado por ERC y Bildu, sus líderes presumieron de todo lo que le habían sacado a Sánchez y desafiantes, avanzaban que redoblarían la apuesta. Sánchez estuvo torpe al tratar a Feijóo como si fuera Abascal; y en cuestiones que son delicadas para el candidato del PP, por las tesis inaceptables de Vox en materia de violencia de género, sobre las que no puede transigir, el ex presidente de la Junta de Galicia demostró sus tablas finalizando el debate con la ley del Sí es Sí y su reguero de violadores y maltratadores excarcelados.
El ”aspirante”, ya metido en su papel presidencial que le dejaba Sánchez con su retórica, tuvo un golpe de efecto al poner sobre la mesa un pacto para que gobernara la lista más votada, que Sánchez no aceptó aludiendo a que eso no va a ocurrir en Extremadura. “Si no quiere que gobiernen los extremos, ahí tiene usted su oportunidad”, le espetó. Muchos sabemos que la solución de que gobierne la lista más votada se queda solo a medias, porque no garantiza la gobernabilidad del Ejecutivo al que se elige, pero ante la cantinela de Sánchez con que Vox no puede entrar en los gobiernos, fue una imagen eficaz y que descompuso a su adversario.
En términos políticos, de ideas y propuestas, el debate constituyó un soberano fracaso, porque se tendió al espectáculo y a la bronca, por las constantes interrupciones, pero es lo que tiene esta política actual, que simplifica cualquier idea a golpe de tuit hasta convertirla en estúpida. Tal es así, que se dejaron temas básicos sin tocar como son la digitalización, la influencia de la inteligencia artificial en el mercado laboral, la forma de afrontar el cambio climático sin que Europa se arruine, o la política energética de España y cómo se podría alargar la vida de las nucleares por la sobredependencia del gas ruso. Ese fue el fracaso de un debate, que sospecho no habrá movido mucho (veremos los trackings desde mañana) el sentido de voto de los televidentes, y que es obvio que ha impulsado a Feijóo, porque era el favorito de todos los sondeos electorales menos el que cocina Tezanos. La obsesión de Sánchez por meter a Vox en todas las salsas, incluso le habrá venido muy bien a Feijóo para captar el voto útil en provincias como Guadalajara, y eso se lo habría advertido Iván Redondo si Sánchez no lo hubiera echado, inopinadamente, mientras no ha tenido problemas en mantener a ministros y ministras que han acreditado su torpeza e inutilidad para el ejercicio del cargo. Con Iván Redondo no habría acabado Sánchez hablando del Falcón y Txapote.
Esto es lo que hay. Feijóo se destaca, pero necesita mucho impulso para asegurar un gobierno estable, sin que Abascal le exija la vicepresidencia. Y como España no es Alenania, hasta podrían repertirse las elecciones. Como en Murcia.