Aprovecho una nota de actualidad, que esta semana se ha conmemorado la fabricación del último Seat 600 en 1973, hace 50 años, para recordar la descomunal figura de un alcarreño, que si bien ejerció toda su carrera profesional fuera de Guadalajara, en esta ciudad nació el 2 de agosto de 1886, y en ella se formó como ingeniero en la Academia radicada en Guadalajara y que un pavoroso incendio del 9 al 10 de febrero de 1924 marcó su decadencia; la de ambas. Me estoy refiriendo a José Ortiz Echagüe, a quien es difícil definir solo por alguna de sus profesiones o habilidades. Fue un pionero de la aviación, como piloto e ingeniero de aviones; un ingeniero industrial de postín, siendo el presidente y fundador de las dos industrias con más alta tecnología de la España de la postguerra, Casa y Seat, hasta el punto de que ambas sobreviven en la actualidad, la primera dentro del consorcio Airbus; y un fotógrafo de exquisita técnica, padre del género llamado pictoralismo, que a juicio de revistas americanas como American Photography estaba entre los tres mejores fotógrafos del mundo, y el primero entre los españoles.
Como ingeniero aeronáutico y aviador, Ortíz Echagüe es un ilustre exponente de aquella generación de la preguerra formada en la vieja Academia de Guadalajara, que tanto supuso no solo para la ciudad sino para el nacimiento de la aviación en España, y el logro de grandes retos científicos. José Ortiz había nacido en Guadalajara, porque aquí estaba destinado su padre, el comandante de ingenieros Antonio Ortiz Puertas, y a Guadalajara volvió para ser él mismo uno de sus alumnos. Hay que recordar que de esa academia salieron proyectos que eran el último grito de la época como el dirigible López Quevedo, o gestas como la del comandante Molas que perdió su vida experimentando con globos aerostáticos que subían a capas de la atmósfera donde antes no había llegado nadie. Nuestro Ortiz Echagüe se salvó de milagro de un accidente de avión cerca de Burdeos, en 1913, donde iba a reunirse con el rey Alfonso XIII, y junto con el capitán Emilio Herrera protagonizó el primer vuelto entre África y Europa, sobrevolando el estrecho de Gibraltar con un aeroplano de fuselaje de madera. Su amigo Emilio Herrera había sido compañero de promoción en Guadalajara, y con el tiempo, sus vidas se separaron trágicamente por la guerra civil: Ortíz Echagüe, conservador y monárquico, fue ascendido a teniente coronel y estuvo a las órdenes directas del general Kindelán, otro de los históricos de Guadalajara, mientras que Emilio Herrera, republicano y progresista, fue el jefe de la aviación republicana y tras la guerra civil llegó a ser presidente de la República en el exilio. La política hizo que mientras Herrera, otro de los genios de la aeronáutica, penaba sus últimos años de vida en el exilio suizo y francés, José Ortiz recibió del ministro de Industria, Suanzes, un encargo que le ilusionó: sin dejar de presidir Construcciones Aeronáuticas Españolas (CASA), pilotaría la creación y gestión de la primera industria de fabricación de automóviles españoles a gran escala. España había destacado en la fabricación de automóviles de alta gama, como fue el Hispano Suiza, que tan bien conocía Ortiz, porque tuvo su fábrica en Guadalajara, pero después de la guerra se necesitaba un coche al alcance de la naciente clase media española. En Alemania ese papel lo jugó Wolkswagen, que no en vano se llamó el coche del pueblo, en Italia fue Fiat o en Francia las marcas Renault y Citröen. En España, sometida a embargos tras la guerra mundial para forzar la renuncia de Franco, no había ninguna empresa capaz de construir ese coche popular, y esa orden directa la recibió José Ortiz Echagüe, que en 1950 fundó Seat, con una pequeña participación de la Fiat, y bajo su presidencia se fabricó su primer modelo, el Seat 1400 en 1953 e inmediatamente después el popular y robusto Seat 600, el emblema de la naciente clase media española y del que se produjeron 800.000 unidades entre 1957 y 1973. Hasta solo tres años antes del cese de su fabricación, José Ortíz presidió la empresa que mucho más tarde y en alianza con Wolkswagen ha llegado hasta nuestros días. El último 600 salió de fábrica hace justamente 50 años.
Por si no fuera suficiente perfil como para llenar toda una vida, José Ortiz Echagüe es también, para muchos, uno de los mejores fotógrafos españoles de todos los tiempos. A esa actividad llegó Ortíz de rebote, porque él lo que quería ser de verdad era pintor, pero su familia pensó que con un artista en la familia, su hermano Antonio, ya tenían bastante y que él debía realizar una carrera de provecho. Por eso se hizo ingeniero; y en Guadalajara. Lo único que sacó en limpio es que un tío suyo le regaló una cámara Kodak y allí empezó una afición que culminó con el reconocimiento internacional. Ortíz está considerado el padre del pictoralismo, una compleja técnica realizada en papel carbón Fresson y utilizando gelatinas, que se asemeja al hiperrealismo y que solo un artista detallista y con mentalidad de ingeniero podía abordar, con éxito, sin desesperarse. Un fiel exponente de su obra es la exposición que se hace para el Metropolitan de Nueva York en 1960 y que acabó girando por todo el mundo. Una selección de sus mejores cuadros llegó hasta el Palacio del Infantado de Guadalajara, y yo todavía la recuerdo a pesar de ser un chaval; impresionante. La obra de Ortiz fue editada por el propio autor en cuatro grandes libros (Ortiz no se fiaba de los editores, porque les achacaba poco rigor) que versan sobre Tipos españoles (obras con modelos de paisanos que consintieron ser retratados con ropa de sus antepasados), la España mística (increíbles procesiones que conectan con la profunda religiosidad de su autor), castillos y alcázares españoles y las imágenes de Marruecos durante el protectorado español.
Y ya termino: el legado con la obra fotográfica de Ortiz Echague se puede ver en el museo de la Universidad de Navarra, en Pamplona, y es un lujo admirarla, pero debería ser accesible a los vecinos de su ciudad natal mediante alguna exposición temporal en ese Palacio del Infantado, sin olvidarnos de la posibilidad de tener, de forma permanente, algunas de sus copias. Tan importante es la figura de José Ortíz Echagüe como ingeniero, aviador, CEO de empresas de tecnologías punteras y fotógrafo, que no debemos limitarnos a acordarnos de él solo en los aniversarios. Su huella debería tener carácter permanente. Estoy pensando en algún proyecto ambicioso con comisarios como nuestro Pedro J. Pradillo, que con medios lo bordaría.
Esto es lo que hay: algo deberíamos hacer.