No hace mucho tiempo que una televisión hizo una serie que tituló “La liga de los hombres extraordinarios”, para definir a aquellos presidentes de clubes de fuerte personalidad y que marcaron una época en el fútbol español por sus abruptas maneras, lejos del convencionalismo habitual. En ese saco metieron a personajes como Caneda, que llevó al Compostela a Primera División, a Jesús Gil de Paolo Futre o al Deportivo La Coruña de César Augusto Lendoiro, doble campeón de Liga y de Copa. Si hubiera una clasificación alcarreña de hombres extraordinarios en ella habría que meter a Francisco Tomey Gómez, que nos ha dejado estos días en silencio, él que pasó por la vida como un torbellino y que siempre se hacía notar.
Creo que fui de los primeros en cambiar la opinión sobre Paco Tomey, un tipo que ganaba mucho en las distancias cortas y las perdía cuando hablaba detrás de un atril. Me lo presentó en el Jovi José Luis Malfeito, concejal y la cara más visible de la Alianza Popular local, que estaba huérfana de liderazgo después de la retirada de la política del abogado Felipe Solano, el hombre de Fraga en Guadalajara de toda la vida. Ya Malfeito me advirtió que Tomey sería el futuro presidente provincial y no me gustó, porque pensé: “Ya está otra vez la derecha con piloto automático desde Madrid”, en lugar de propiciar un liderazgo local, aunque bien es cierto que Fraga lo intentó primero con José María Bris, como cuenta él mismo en este periódico.
Muy pronto la gestión de Tomey nos acabó ganando a casi todos, hasta el punto de que yo no he conocido una presidencia con tanta autonomía política para representar a Guadalajara, con mayor trascendencia en el medio rural -pueden leer también el revelador artículo de Jesús Orea al respecto-, con proyectos de la envergadura del Complejo San José Príncipe Felipe (Polideportivo, Conservatorio de Música, Residencia de Estudiantes , Escuela de Idiomas, Biblioteca de Investigadores, UNED… ) y que buscó la proyección nacional de la cultura provincial, redescubriendo los premios “Provincia de Guadalajara”, que un año tuvieron a dos premios Nobel (Severo Ochoa y Camilo José Cela) presidiendo la entrega de galardones. Por ello, Tomey fue uno de esos hombres extraordinarios que van más allá de lo que esperamos y que dejaron una impronta en las instituciones que la historia les ha acabado por reconocer. Contando solo etapas democráticas, los conservadores no han tenido un líder más sólido en Guadalajara desde el Conde de Romanones.
Tomey no era un hombre de floridos discursos y varios colaboradores en su entorno tenían un mayor bagaje académico que él, pero ninguno de ellos disponía de su talento político; porque eso no se aprende, es innato y se tiene o no se tiene. Por tenerlo acertó de lleno en su hoja de ruta para hacer del PP el primer partido de la provincia y dotarlo de una autonomía frente a Toledo y Madrid, que luego siguió Antonio Román. Cuando Tomey llega a Guadalajara, AP es una mera sucursal con tanta autonomía como el Ordinario López que iba a Madrid todos los días con su camión y lo experimentó cuando Fraga le coloca en las elecciones de 1982 a su veterano amigo Manuel Cantarero del Castillo como número 1. Seguí el recuento cerca de Tomey, que era el número 2, desde el nuevo edificio departamental de la Plaza de Beladíez, y presencié como se desesperaba al no salir elegido diputado, porque por primera vez desde la Transición el PSOE de Felipe González fue el partido más votado, sacando dos diputados: el paracaidista Carlos de Luxán y Javier López. Esa noche Tomey entendió que si quería que AP recogiese el liderazgo de UCD en la política provincial (porque entre AP y UCD todavía sacaron más votos que el PSOE), primero tenía que hacer un partido de verdad (AP tenía entonces 18 afiliados de pago) y lo debía hacer integrando a UCD, que en sus últimas elecciones todavía consiguió 242 alcaldes y 1.298 concejales en la provincia. Esa derrota en las Generales de 1982 solo podía aliviarse anticipando en Guadalajara la unión del centro-derecha, porque en esta circunscripción quedaron más de 8.000 votos residuales de UCD y que a la postre iban a ser decisivos en las elecciones siguientes. Como así fue; en las locales de 1983, Tomey había facturado con éxito la operación Bris, el que fuera secretario provincial de UCD, una figura imprescindible para recoger el legado centrista del partido de Adolfo Suárez, aunque fuera con quebranto personal al tenerse que separar de Luis de Grandes, que hasta cuatro años más tarde no se integra en el ya Partido Popular, después del Congreso fundacional de Sevilla en que la vieja AP de Fraga pasa a la familia democristiana del PP Europeo. Por entonces, Tomey ya se había asentado como presidente de la Diputación, con Bris en la vicepresidencia, liderando un partido refundado que en las siguientes elecciones barrió en la provincia y arrebató al PSOE su condición de primer partido. Fueron legislatura triunfales en las que el PP superaba el 50 % de los votos en unas Generales y ganaba con claridad la Diputación y la Alcaldía de Guadalajara, en la que acabó recalando Bris. La aureola de Tomey creció tanto que era también el vicepresidente regional del PP y no llegó a ser candidato a la Junta, porque no era un político de Albacete, Toledo o Ciudad Real, que son las canteras presidenciales tanto del PSOE como del PP. El éxito de Tomey pudo ser también su tumba política, porque sus adversarios le instrumentaron una demanda judicial con tan poca base que fue archivada por la Audiencia Nacional, aunque les valió para salir medio centenar de veces en El País y la revista Tribuna (allí inevitablemente fotografiado de señor feudal, porque tenía la mala costumbre de disfrazarse de Arcipreste en el Festival de Hita, que sostenía la Diputación) . Y como suele ocurrir, del lío se aprovecharon sus adversarios dentro del partido (aunque para Churchill y el Conde de Romanones son los enemigos, porque los adversarios se sientan en la bancada de enfrente) para convencer a Tomey de que su ciclo político había terminado.
Así que don Francisco, aquel señor con aspecto de gobernador mejicano, con orígenes en Villel de Mesa (donde, por cierto, casi siempre ganaba el PSOE), después de 16 años de fructífero mandato en la Diputación y ser el pegamento del centro-derecha en Guadalajara para crear un nuevo Partido Popular, se marchó a su casa sin montar ningún escándalo, tan silencioso como llegó a Guadalajara en 1982 de la mano de Manuel Fraga. Descanse en paz y sirvan también estas líneas para enviar mi pésame a su esposa Mari Tere y a sus hijas por no haber podido hacerlo personalmente al encontrarme lejos de Guadalajara.