Las elecciones del 20-D nos trajeron dos finales posibles: la gran coalición PP+ PSOE; o un gobierno tutifruti de todos los que no habían ganado las elecciones. Fracasaron ambas opciones y hubo que repetir las elecciones a los seis meses, como los alumnos que se han pasado el curso vageando.
Y habló otra vez el pueblo, que con gran sabiduría despejó todavía más el problema, dejando una única solución, aunque con varios caminos. La solución es que gobierne el candidato del único partido que ha subido en votos y en escaños, el PP de Rajoy con 137 escaños, porque otra solución es de aritmética imposible. Con 52 escaños menos que Rajoy, ya ni tan siquiera le vale a Sánchez intentar otra investidura para el postureo, como hizo con Albert Rivera, porque resultaría patético. Queda por tanto explorar esos dos caminos que se nos ofrecen para llegar a esa encomienda que ha hecho el pueblo español.
El primero de ellos sería un gobierno a la alemana entre conservadores y socialdemócratas, que pactara un programa de consenso con el que abordar los principales problemas que tiene hoy en día la nación y que ningún bloque ideológico está en condiciones de imponer: competitividad y mercado laboral; educación, política territorial, relaciones con Europa y reforma constitucional. Temas todos ellos que requieren de una amplia mayoría, como sucedió con la Constitución del 78, y que necesita del mismo espíritu de consenso que regó aquella.Pero… Este gobierno patriótico, que en Alemania se acepta por el interés general, en España no tiene ninguna posibilidad de armarse, porque el PSOE cree que sería un suicidio dejar toda la oposición a Podemos. Tampoco la militancia socialista está mayoritariamente por la labor. Para nuestra desgracia, España no es Alemania y así nos luce el pelo. Ya no ganamos ni en fútbol.
Aparcamos, por tanto, la solución alemana, y nos dirigimos al otro camino posible: Rajoy debería sumar a su proyecto a Ciudadanos , al PNV, a Coalición Canaria y todavía necesitaría que un diputado más se fuera al baño, por problemas de vejiga, por lo menos en la primer votación. El camino, como ven, está sembrado de peligros.
Albert Rivera tiene que decidir de una vez qué quiere ser de mayor; y pringarse. Ya no está en condiciones de exigir al PP la cabeza de Rajoy, después de que este ha ganado 14 escaños y él ha perdido 8, y su estrategia debe cambiar. Decidir si quiere influir y moderar al futuro gobierno, con su participación en el mismo o mediante un pacto de investidura, o enrocarse y seguir como hasta ahora rechazando cualquier acuerdo con Rajoy. El resultado de Ciudadanos ha sido malo, porque ha dejado un retrato de partido periurbano, cuya penetración social se limita a Madrid, Barcelona y alguna otra provincia poblada, pero carece de respaldo en las dos Castillas (solo ha sacado un diputado en Valladolid), a lo que no es ajeno su disparatada propuestas de fagocitación de los municipios menores de cinco mil habitantes, o la eliminación de las diputaciones, unas instituciones cercanas a los ciudadanos, para centralizar todavía más el poder en las autonomías. Un partido que se reclama de centro no puede gobernar de espaldas a Castilla, de toda la cornisa cantábrica y las islas. Es cierto que todavía le queda un importante bagaje electoral de 32 diputados y 3.123.764 votos, pero el derrapaje que se ha pegado Rajoy el 26-D le tira por tierra a Rivera la estrategia que había planeado para el 27-D. Si Ciudadanos opta por vetar al candidato que ha ganado las elecciones, y el único que está en condiciones de poder gobernar, el voto útil que ya le ha perjudicado una vez les acabaría barriendo del mapa electoral. A Rivera no le queda otra que permitir con sus votos un gobierno de Rajoy, influir todo lo que pueda en él, y mientras tanto armar un partido verdaderamente nacional, y no solo de jóvenes guapos y urbanos. España es mucho más. Y lo primero que Albert debe entender, y si no debe haber en Ciudadano algún castellano que se lo explique, que provincias como Guadalajara se parecen a la de su natal Barcelona como un huevo y una castaña.
En el camino hacia la investidura que no incluye al PSOE, Rajoy tendría que convencer al PNV de Urkullu y a Coalición Canaria. Y todavía le faltaría un voto más para salir en primera votación. Por Coalición Canaria el pacto no va a quedar, pero más dudas tengo si el PNV va a dar el voto favorable a un gobierno del PP, teniendo a la vuelta de la esquina elecciones en el País Vasco. Urkullu no es Mas, ya lo sabemos, pero las elecciones vascas son un gran inconveniente.
Así que este segundo camino tiene también unos socavones importantes, porque aunque Rajoy lograra, por patriotismo e interés, el respaldo de Rivera, todavía necesitaría siete votos más para alcanzar la mayoría absoluta.
Y llegado a este punto, si Rajoy fracasa, y una nueva convocatoria electoral se hiciera inevitable es cuando habría que volver a la casilla del PSOE.
Los socialistas tienen que reorganizarse desde la oposición y analizar seriamente qué les ha pasado para ir perdiendo espacio político en la izquierda y escaños en el parlamento desde la derrota electoral de Zapatero. Cómo volver a hacer atractivo el mensaje socialdemócrata frente al discurso populista y poco armado de Podemos, pero a la vez tan eficaz entre los jóvenes y esas clases medias proletarizadas por los efectos de la crisis. El PSOE necesita ser un partido de gobierno para sobrevivir a la marea populista, y eso solo lo puede hacer liderando una oposición seria y rigurosa, que le visualice precisamente como alternativa de gobierno. Sánchez ha salvado los muebles de milagro y no tanto por méritos propios, sino porque miles personas que decían a los encuestadores que simpatizaban con Podemos al final no les dieron el voto, porque sospecharon que podían ser unos pésimos gobernantes. Y los experimentos, mejor con gaseosa, según están los tiempos post Brexit.
Vemos, por tanto, que el camino de Rajoy está embrado de minas. Y si no fuera porque al PSOE y Ciudadanos son a los que menos les interesan una repetición de elecciones, apostaría porque Rajoy fracasaría otra vez. Mi esperanza: que tanto Rivera como Sánchez asuman que cuando el pueblo español, por segunda vez en medio año, ha dicho que debe gobernar en minoría el partido que lidera Mariano Rajoy, por mucho que a ellos no les plazca por lo menos debe imperar el patriotismo y el espíritu democrático. En España desgraciadamente no tenemos segundas vueltas para dotar al ganador de una razonable mayoría, pero ya hemos celebrado dos elecciones seguidas y con el mismo resultado en cuanto a la fuerza que debe encabezar ese gobierno.
Si el pueblo español tiene la sensación de que PSOE y Ciudadanos, siguen con la estrategia del perro del hortelano…No lo duden: en las terceras elecciones puede que a Rajoy solo se baste con el voto de Coalición Canaria para salir elegido presidente. El señor Rivera seguiría los pasos de Rosa Díez. Y Sánchez, muy probablemente, esta vez sí que sería superado por Pablo Iglesias y se le pondría la cara de Papandreu.
Esto es lo que hay. Solo que esta vez, la última carta, el comodín con la repetición de las elecciones, la juega Rajoy, que como ha quedado acreditado se mueve bien en esto de medir los tiempos.