Cualquier dirigente político medianamente sensato y con un mínimo de vergüenza torera habría dimitido a los diez minutos de haberse proclamado oficialmente los resultados de las elecciones autonómicas en Euskadi y Galicia. El PSOE encadenaba su tercera derrota consecutiva, y en todas ellas empeorando sus resultados históricos. En Galicia ha perdido cuatro escaños y en Euskadi siete. Redondo Terreros sacó 13 escaños en 2001 y dimitió al día siguiente. Y Joaquín Almunia sumó 125 en el 2000 y presentó su renuncia esa misma noche. Eran otros tiempos y otras conductas. Otra moral.
Pedro Sánchez tuvo esta mañana una salida honorable. Anunciar su dimisión irrevocable ante la Permanente Socialista y dejar paso a una gestora que llevara las riendas del partido hasta la elección del nuevo líder. Una gestora que tendría la capacidad de negociación de la que él carece para desbloquear la situación política, y hacer valer la posición de privilegio que tiene el PSOE en cualquier acuerdo para formar gobierno. Que no es solo elegir a un presidente. Él ha dilapidado ese capital de gran calidad que le concedió la aritmética parlamentaria al empeñarse en bloquear cualquier salida para que pudiera gobernar el partido más votado por escuchar los cantos de sirena de ese entorno de inconscientes que le susurran sobre la posibilidad de formar un gobierno Frankienstein (Rubalcaba, dixit) con solo 85 diputados y la alianza, expresa o tácita, de populistas, comunistas, independentistas de todo pelaje, y hasta EH Bildu, el partido que todavía no ha condenado el terrorismo de ETA y que llevó a la tumba a numerosos ediles y cargos socialistas: Mújica, Buesa, Carrasco, Casas…La lista es muy larga.
Hasta ahora pensaba que no había gobernante más inútil entre la clase política europea desde la II Guerra Mundial que David Cameron, que para arreglar un problema interno de su partido provocó el mayor descarrilamiento en el proceso de unidad europea, que ni con Le Pen o Bossi conduciendo la locomotora de la Unión habría sido peor. Pero David Cameron, políticamente un tonto de capirote, por lo menos tuvo la decencia de marcharse ante la magnitud del desaguisado provocado.
Pedro Sánchez, ni eso. Su reflexión ante el nuevo aviso de las urnas ha sido enrocarse en Ferraz, y como diría Groucho en Los hermanos Marx en el oeste, “echa más madera que es la guerra”. Que este tren no pare en la alocada carrera hacia el precipicio, del que ahora Sánchez quiere que le salven los militantes convalidando una estrategia, sin pies ni cabeza, alentando el espantajo izquierdista entre las filas de su partido. Sánchez se ha dado cuenta de que en los mítines solo le aplauden cuando da caña a Rajoy y enfatiza que él no le va a hacer presidente del Gobierno (porque los cuatro años de mayoría absoluta del PP han dejado muchas secuelas); y se ha emperrado en convertir al PSOE en un partido asambleario que le que saque del apuro. Desconozco si lo logrará o no, pero todo es posible, porque como he oído alguna vez a Joaquín Leguina, hay dudas de que la actual militancia del PSOE se corresponda con el cuerpo electoral de un partido socialdemocrata de centro-izquierda, pero cada elección que pasa está más cerca de que esa identificación sea mayor por la sangría socialista entre ese electorado moderado y poco amigo de los nacionalismos.
En cualquier caso, el necesario debate que tiene pendiente el PSOE, y que no es ajeno al que ya se está produciendo en la socialdemocracia europea, no puede darse en medio de una campaña electoral, porque lo que está claro con este salto adelante de Sánchez es que las terceras elecciones están convocadas. A falta de la firma del Rey. El secretario general no ha hecho caso a los barones del partido, que casi mayoritariamente le pedían que no convocara un congreso extraordinario… Y si no quieres taza, pues taza y media. Hay que estar muy desnortado para airear los trapos sucios que todo Congreso de un partido dividido y sin rumbo genera, proponiendo unas Primarias para el 23 de octubre y el congreso, el 1 y 2 de diciembre, a escasos días del comienzo de la campaña electoral. Eso no se le habría ocurrido ni a Cameron.
Pero a Pedro Sánchez alguien le ha susurrado al oído que él puede ser presidente, y es como el burro del maño que se mete entre las vías del tren. “Chufla, chufla, que como te apartes tu…”.
No parece una casualidad que un día después de celebrarse los resultados en Galicia, Podemos haya anunciado que retira su apoyo al gobierno de García-Page. Al secretario general de Podemos, José García Molina, en una rueda de prensa sin preguntas, al estilo de la vieja Herri Batsasuna, se le olvidó detallar los motivos de esta repentina decisión más allá de enumerar media docena de vaguedades con lo que todo parece sugerir, como cree el gabinete de García-Page, que se debe a una estrategia nacional de Podemos: «en algún sitio tenían que empezar y, desgraciadamente, han elegido Castilla-La Mancha».
Como nada en política es casual, y menos en la cabeza de Pablo Iglesias, pronto intuiremos mejor por qué Podemos ha elegido el trasero de un moderado como García-Page para patearlo y si esto se debe a su oposición frontal a un gobierno de PSOE con Podemos y los independentistas; y sin con ello Iglesias quiere también influir a su manera en el Congreso que Sánchez se ha empeñado en convocar. Todo es posible. A más no quiero llegar, porque como ha dicho el vicepresidente regional, Martínez Guijarro, a preguntas de los periodistas, imaginar que detrás de esta maniobra pueda estar el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, solo pensarlo le parece «abominable» y hace que «se me pongan los pocos pelos que me quedan como escarpias».
Estrategias al margen, que es lo que impera en la política española, por encima del bien general, la retirada del respaldo por Podemos al gobierno de García-Page llega en el peor momento, a mitad de la crisis política de mayor hondura desde la recuperación de la democracia, y con unos presupuestos sin aprobar. Luego que en Podemos no se quejen de que no hay dinero para nada y que los recortes siguen. Como ha dicho el gobierno regional, la postura de Podemos pone en dudas la «fiabilidad de quienes pretenden formar gobierno en España» , porque anteponen la estrategia partidista por encima de la estabilidad de un gobierno que ellos eligieron. Porque no olvidemos que fue el PP el que ganó las elecciones en minoría en Castilla-La Mancha.
Habrá que ver lo que sucede en las próximas semanas en las Cortes regionales, en las que previsiblemente la escenificación de esta ruptura de los populistas se traducirá en un rosario de votaciones perdidas. Cospedal ha ofrecido una entrevista a García-Page para “no tener que depender de Podemos”, aunque personalmente no confío en un acuerdo PSOE-PP en Castilla-La Mancha si no forma parte de pacto nacional de mayor calado. Pero visto el panorama y la nula finezza de nuestra actual clase política, lo previsible es que la incertidumbre nacional se acabe extendiendo a Castilla-La Mancha. Y un escenario de inestabilidad así no es bueno para la inversión, para el empleo y podría frenar la incipiente recuperación económica.
Porque no hay mayor enemigo de la inversión productiva que la incertidumbre. ¡Hasta el mismo gorro estamos de estrategias y postureos!
Pero esto degraciadamente es lo que hay. Al paso que vamos, nacionalizamos a Cameron español para que nos lo arregle.