El mismo día en que se desataban las hostilidades en Ferraz y a Pedro Sánchez le dimitía más de la mitad de la Ejecutiva, el parlamento catalán aprobó convocar un referéndum unilateral por la independencia para el mes de septiembre. El dato ilustra hasta qué punto la estrategia del ya ex secretario general del PSOE era un puro despropósito, ya que desde las elecciones de diciembre de 2015 sólo exploró un camino para salir de este atolladero: ese llamado “gobierno del cambio”, que incluía a Podemos y a sus mareas, y necesariamente a las fuerzas independentistas. El pacto con Ciudadanos fue puro postureo, porque chocaba contra la aritmética.
Sánchez ha estado un año exhibiendo un programa que constaba de único punto: el “No es no” a Rajoy. Este es el pensamiento político que nos deja como legado. Más allá de la descalificación global a todo el cuerpo legal producido durante el mandato de Rajoy, tampoco sabemos gran cosa sobre qué consistía su alternativa, por lo cual no deja de sorprendernos ese cartel que desde su propio entorno, y el de Podemos, se le adjudica como adalid en la lucha contra el establishment y el Ibex 35. El presunto izquierdismo de Sánchez no ha sido el detonante de su derrota y abandono. A Sánchez le han echado los “barones” (seis de los siete presidentes autonómicos socialistas no le apoyaban) por sus resultados catastróficos. Porque desde que está al frente del PSOE –y ¡ojo! , sin sufrir el desgaste del gobierno que destruyó a Zapatero—su partido ha perdido dos elecciones generales seguidas ( y 25 diputados desde Rubalcaba ), amén de las autonómicas en Galicia y el País Vasco en donde el PSOE ya no es la alternativa al PP. Por tanto, lo primero en lo que pensaban los barones es que con Sánchez pilotando el barco ellos mismos acabarían naufragando en sus territorios. Castilla-La Mancha mismamente.
El “No es no” a Rajoy pudo valer para marear la perdiz tras las elecciones de diciembre, pero al repetirse los comicios en junio, y con peores resultados, Sánchez no valoró que las piezas en el tablero de ajedrez habían cambiado, porque esta vez la diferencia de escaños fue mayor -nada menos que 52-, y por ello solo un osado pretendería gobernar una coalición tan variopinta como la que él soñó encabezar. Sánchez podría tener razón en que las rayas rojas que le marcó el Comité Federal le dejaba prácticamente las manos atadas, porque solo podía negociar con Ciudadanos y a medias con Podemos, siempre que no saliera a relucir el derecho a decidir; pero no es menos verdad que él nunca cuestionó esos límites, ni pidió al citado comité que los reconsiderara.
Así las cosas, Sánchez puso a au su partido frente a un dilema, que lo desquició: o permitía la investidura a Rajoy, con un acuerdo honorable por el bien de España y de su gobernabilidad; o desencadenaría la tormenta perfecta en unas elecciones en las que -así lo vaticinan los sondeos-, el PSOE seguiría en caída libre y perdería ese papel central en la negociación, que su ex secretario general ha desperdiciado en las dos últimas legislaturas.
Esa es la patata caliente que Pedro Sánchez deja al nuevo Comité Federal. Es toda una paradoja, pero ese “No es no” que los partidarios de Sánchez exihibieron frente a la sede de Ferraz se convertiría en unas terceras elecciones en un “Sí” aplastante al PP, que rozaría la mayoría absoluta, o que la podría completar fácilmente sin el concurso del viejo partido socialdemócrata español.
Esta vez los intereses de España – que no puede permanecer más tiempo con un gobierno en funciones, porque ya lo está pagando la economía y nuestra imagen en el mundo- coinciden con los del PSOE. Así que es de esdperar en que el sentido común impere entre los dos partidos españoles que históricamente dan soporte a nuestro sistema democrático, y no desafiemos al pueblo español con unas terceras elecciones en tiempo de Navidad.
Y ojalá que el PP también lo sepa ver, y no juegue al cortoplacismo de forzar unas terceras elecciones en las que podría mejorar su resultado, pero que dejaría como alternativa de gobierno a un conjunto de fuerzas heterogéneas que lo que pretenden es poner patas abajo la Constitución, la unidad de España y el sistema mismo.
Estos es lo que hay. En la Restauración tales atascos se deshacían con lo que se llamaba un gobierno corto, que respondía a unos objetivos muy concretos de interés nacional. Aunque sea para variar, esta vez toca negociar la investidura con un mínimo de fineza, patriotismo y altura de miras. Y el PSOE, un partido indispensable para la buena salud de la democracia española, recuperase y cauterizar heridas en la oposición, y madurar una alternativa socialdemócrata homologable con la Europa del progreso y que no sea una mera copia del populismo neocomunista.