Hemos perdido casi un año con el postureo. Ayer, el candidato del partido ganador de las dos últimas elecciones (en minoría parlamentaria), Mariano Rajoy “El paciente”, era elegido presidente del Gobierno tras 315 días de bloqueo y un día después de que el líder de la oposición renunciara a su escaño, para evitar el espectáculo de un ex secretario general del PSOE votando en contra de lo establecido por los órganos de representación de su partido. Otros diputados socialistas optaron por dar gusto a su intestino y creyéndose más guapos que nadie, y que un partido político es el ejército de Pancho Villa, votaron en contra de la investidura de Rajoy, es decir, votaron a favor de unas terceras elecciones en menos de un año. De lo quince díscolos, 7 de ellos son del PSC, que ahora toma sus decisiones al margen del PSOE y pone a este último partido ante una disyuntiva: ¿Merece la pena seguir como aliados de un partido desnaturalizado, que en cada elección baja su representación, o es el momento de reconstituir la Federación Catalana del PSOE?
Al Partido Socialista le quedan muchas decisiones que tomar para cambiar una deriva de derrota que se ha agravado con Pedro Sánchez, cuya solución era mimetizarse con Podemos, y va a necesitar tiempo para ello. Eso es bueno, porque ello ayudará a dar estabilidad a un gobierno de Rajoy, que como poco tiene que presentar un presupuesto para 2017 antes de que acabe el año, y del que ya sabemos que por indicación de la comisión europea debe recortar 5.500 millones. En este sentido, soy optimista de que Rajoy acabe logrando una mayoría de respaldo, porque de lo contrario el presidente del gobierno no tendría más remedio que divolver las Cortes a finales de junio. Un gobierno sin presupuesto es tan inútil como un gobierno en funciones.
El patriotismo y el sentido de responsabilidad del Partido Socialista, que es un partido alternativa de gobierno o no será, unido a la defensa de sus propios intereses ( eran con Ciudadanos los que mas tenían que perder en unas terceras elecciones) ha posibilitado el gobierno del partido ganador, corrigiendo de paso un enorme fallo que tiene nuestra Ley Electoral, pensada para gobernar solo con dos partidos principales. Me estoy refiriendo a que en contra de lo que sucede, por ejemplo, en el País Vasco o en Castilla-La Mancha, el candidato del partido con más escaños no es investido automáticamente cuando no es posible lograr una coalición alternativa. Y esto nos ha conducido a un bloqueo que ha durado un año, y en el que España ha perdido lastimosamente el tiempo. Tras las primeras elecciones, el mayor responsable del bloqueo fue Pablo Iglesias, que prefirió volver a las urnas antes que dejar que fuera presidente Pedro Sánchez, apoyado por Ciudadanos. Después de la repetición de los comicios, el único responsable fue Sánchez, que en lugar de haber dimitido tras su segundo fracaso electoral, se empeñó en formar un gobierno con la izquierda comunista, y los independentistas de izquierdas y de derechas que había sido vetado por el Comité Federal de su propio partido.
Ahora hemos salido de este desbloqueo político, insisto, que favorece un obsoleto sistema electoral, pero a estas alturas todavía no sabemos si servirá para algo. Ciudadanos ya acreditado su sentido patriótico pactando a dos bandas con los dos partidos constitucionalistas (conservadores y socialmemócratas), como lo hacen los partidos liberales en el resto de Eueopa, y al mismo tiempo mostró donde están sus rayas rojas: no al pacto con el neocomunismo ni con el soberanismo que quiere romper España.
Ahora, el gobierno de Rajoy “El paciente”, nos tiene que demostrar que tiene cualidades para pilotar un gobierno que necesariamente debe ser trasversal y reformista, con capacidad de generar acuerdos, como lo fueron los gobiernos de Adolfo Suárez en la Transición y en las dos primeras legislaturas de la Democracia. El jueves sabremos algo más al analizar el perfil de los nuevos ministros, en los que deberá concurrir una probada capacidad, su lejanía a los ambientes de corrupción por la que el electorado ha castigado al PP – privándole de la mayoría absoluta-, y una capacidad para tejer acuerdos sobre bases amplias, que tanto echamos de menos en la legislatura de la supermayoría absoluta ra-ra-ra. No todos los políticos valen para todas las situaciones; y si algo ha demostrado este último año parlamentario es que algunos de ellos, por su radicalidad, carecen de toda cualidad para el pacto, que es incompatible con dogmáticos y populistas.
Pero si el camino por el que debe transitar Rajoy se asemeja más al de los primeros gobiernos de la Transición ( entre otras cosas, porque asuntos como la educación, la financiación de las Autonomías y el modelo territorial exigen pactos de Estado), tampoco desde la oposición se puede pretender que como son mayoría frente al gobierno, ello les legitima para legislar a diestro y siniestro; y que el papel del gobierno sea la de un mero gestor que ejecuta todo lo que le venga del parlamento. Si el PSOE y Ciudadanos cometieran el error de querer desmontar toda la legislación emanada de la legislatura popular, en lugar de buscar puntos de encuentros sobre aspectos muy definidos, como los citados anteriormente, forzarían la disolución precipitada de la legislatura por Rajoy no más allá del mes de julio. Con Unidos Podemos no se puede contar para casi nada, y menos cuando hay diputados suyos que no tienen inconveniente en mezclarse con manifestantes que niegan la legitimidad a la máxima expresión de la soberanía popular, como es un parlamento democrático.
Lo mejor de este escenario es que tanto a PSOE como Ciudadanos (y aquí yo apuntaría también al PNV), le interesa que el Gobierno pueda sacar adelante los presupuestos, y, por lo tanto pueda gobernar. ¿Y lo peor? Que esta nueva generación de políticos está muy poco dotada para el consenso, porque apenas lo han practicado, o porque más allá de espolear a los jóvenes contra los intolerables abusos en los que ha caído el poder, no sabemos apenas nada sobre cuáles son esas nuevas soluciones.
Esto es lo que hay. Necesitamos una legislatura moderadamente larga, para que las ideas se posen… y veamos en qué consisten. Lo último que conviene a España es que dentro de seis meses montemos otro numerito que frene, esta vez sin solución, una mejora de los indicadores económicos de nuestra economía, y que servirán para crear empleo, mejorar su calidad e ir recuperando posiciones que la crisis nos arrebató. Y todo esto es incompatible con el frenazo de una mula o con un gobierno que no gobierne.